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viernes, 30 de julio de 2021

PASEO DE SAN PEDRO: UN MOBILIARIO ETERNO, CAMBIADO AHORA ABSURDAMENTE

Horizontalidad y paralelismo con el muro y la línea de la mar. (Foto: H. del Río).  



OPINIÓN                                           

Abordaje del feísmo


La inexplicable sustitución de los bancos de hormigón 



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

La escenografía del Paseo de San Pedro -que define el argumento más contundente del litoral urbano llanisco- es el resultado de un lento proceso de urbanización iniciado a mediados del siglo XIX y completado a finales del XX. No le falta ni le sobra nada en su condición de paisaje extraordinariamente singular. Desplegada sobre un brazo de pura roca, es metáfora de lo perenne y nexo intergeneracional de los pobladores de la villa de Llanes.

Su configuración, tal como la vemos hoy, se terminó de fijar en 1998, tras recorrerse un largo camino a golpes de voluntarismo y planificación: ingentes trabajos, en la primera fase, para allanar el terreno y extender toneladas de tierra; cambio de posición del canapé; adecuación de la Cueva del Taleru, sin alterar la fisonomía que presentaba cuando sirvió de cobijo a los atalayeros; plantación de tamarindos, siguiendo la sugerencia de algún indiano sabedor de que esos árboles son capaces de enraizar en terrenos expuestos al salitre; y reconstrucción y reforma de la torre vigía en 1928. Las obras llevadas a cabo desde la terminación de la Guerra Civil en Asturias hasta la década de los años 60, aunque discontinuas, decantaron aspectos formales, tales como la reposición, en 1938, de la cruz sobre la bóveda de la Cueva del Taleru, o la reinstalación, en un monolito robustecido, de la lápida en recuerdo de Posada Porrero, derribadas ambas al inicio de la contienda. En 1967, con Aurelio Morales Poo en la alcaldía, se retomó un plan municipal de 1952 para la prolongación del belvedere hasta el antiguo vertedero de basura, del que las únicas realizaciones hechas hasta entonces habían consistido en adecuar la subida desde el Sablón y plantar más tamarindos. En la nueva intervención se colocaron ocho bancos de hormigón. Vinieron a sumarse a los de piedra instalados durante el primer tercio de siglo en la zona próxima a la Punta del Guruñu, en el interior de la cueva, en el entorno de la torre del mirador y frente a la escalinata principal de acceso, y se completó así un adecuado mobiliario, que incluía asientos de madera con estructura de hierro, como los del parque de Posada Herrera. (Carmen Polo, la esposa de Franco, se asomaría al lugar en 1971, en una visita casi con aires de reinauguración). Muy posteriormente, sería el alcalde Manuel Miguel Amieva quien alargaría el paseo en cuatrocientos metros más.    

En paralelo, durante los años 40 y 50 se acometió la mejora de los aledaños del Sablón: se eliminó la rampa lateral que descendía al arenal; se desmontó el puente, que salvaba un desnivel en el camino al antiguo cementerio, se rellenó ese tramo, y se construyó la soberbia pared semicircular de la playa, con una escalera de dos brazos en la parte central (trabajos en los que participaron canteros como Alonso Sordo Turanzas  y los hermanos García Fervienza).

En esa escenografía diseñada para la eternidad algo cambió, de repente, en 2017: los ocho bancos de hormigón, colocados entre los tamarindos cincuenta años atrás -y destinados a durar hasta la próxima glaciación-, desaparecieron. Un patrimonio esfumado por las buenas; el valor añadido de la acumulación de un tiempo histórico común, reemplazado, inexplicablemente, por la estética de unos asientos de madera que diríase que están sacados de la sala de espera de una estación ferroviaria de la posguerra. Fue un inesperado abordaje del feísmo. Aquéllos bancos, además, no suponían coste alguno de mantenimiento, en tanto que éstos están condenados a la constante agresión de las pintadas y a tener que ser lavados, lijados y repintados, como pudo comprobarse a las primeras de cambio.

(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el sábado 17 de julio de 2021). 


Los bancos de hormigón, reemplazados ahora y en paradero desconocido, tenían el poso de la historia y son patrimonio común e intergeneracional de los llaniscos. (Fotos: Archivo de H. del Río).




HUGH THOMAS EN EL PASEO DE SAN PEDRO

De izquierda a derecha, Hugh Thomas, Juan A. Pérez Simón y Manuel Miguel Amieva, en la Casa de Cultura de Llanes. (Foto: H. del Río).

 

OPINIÓN            

                                                   

Cuatro horas con Hugh Thomas


De cuando el hispanista británico encontró en Llanes la huella de la Legión Cóndor 



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

El Paseo de San Pedro es perfecto como observatorio para desentrañar arcanos  de la historia. Ofrece perspectivas, a modo de pentagramas, y sugiere argumentos con los que poder explicar los avatares grandes y pequeños de Llanes. Hace diez años, en una soleada mañana, estábamos juntos allí Hugh Thomas (1931-2017), Juan Antonio Pérez Simón y yo, contemplando el panorama, “con el culu a la mar y cara a La Pereda”, como habría dicho Tomás del Cueto Vallado, el ocurrente cura párroco de finales del siglo XIX. El hispanista británico, fallecido el pasado 7 de mayo, pasaba una breve temporada en Llanes, invitado por el empresario astur-mexicano, y el entonces alcalde llanisco, Manuel Miguel Amieva, me había encargado que acompañara a los ilustres personajes como guía.

Fueron cuatro horas (una mañana entera) de las que dejan huella. Propuse que nos dirigiéramos al emblemático paraje desde el que se divisa la costa y la montaña, y allí inicié un recorrido que pasaba por la presencia neolítica de Peña-Tú, la memoria de la Puebla de Aguilar, el Fuero concedido por Alfonso IX y el amurallamiento de la villa en el siglo XIII, la impronta imborrable del Gremio de Mareantes de San Nicolás, la dinastía de los Pariente, la llegada del Príncipe Carlos, las incursiones piratas de bretones, ingleses y holandeses, la invasión napoleónica, Posada Herrera, la aventura indiana…

El paisaje que teníamos delante era el guión del relato. “La altiplanicie que divisamos a la izquierda, actual campo municipal de golf, fue durante la Guerra Civil un activo campo de aviación. Primero fue utilizado por el alto mando republicano, que contaba aquí con varios pilotos soviéticos, y a partir del 5 de septiembre del 37, por la Legión Cóndor, uno de cuyos integrantes era Adolf Galland… En su autobiografía, por cierto, Galland describe con gracia la belleza del litoral llanisco y la peculiar ubicación del aeródromo”, les conté de pronto.

Al oír aquello, la flema del autor de “La Guerra Civil Española” se alteró levemente. Con los ojos iluminados miró a Pérez Simón y preguntó si nos podíamos acercar hasta la Cuesta, para ver in situ el antiguo escenario bélico sacado por mí a colación. En el transcurso del viaje seguí explicando argumentos a vuela pluma, y al pasar por la Concepción no me olvidé de decir que Villa Partarrío, la mansión de Parres Sobrino, había alojado a los integrantes de una unidad alemana de apoyo artillero.

Al atravesar Cue, Juan Antonio Pérez Simón hizo una afirmación sorprendente pero que venía muy a cuento: “Este pueblo, Hugh, fue la judería más importante que tuvo Llanes”.

Arriba, mientras contemplábamos lo que se ofrecía a nuestros ojos, hablamos del arquitecto Joaquín Ortiz, autor en 1931 de los primeros estudios y bocetos para convertir aquel paraje en un aeródromo, y del hangar construido en el verano de  1936, que tanta admiración causaría entre los aviadores rusos y alemanes. Había mucho que contar. “Aparte de Galland, tenemos noticias de otros dos pilotos de la Cóndor que estuvieron destinados aquí: Heinrich Neumann, oficial médico, y Walter Adolph, que el día de su llegada sufrió un accidente y su aparato se deslizó violentamente hasta las proximidades de La Boriza”, añadí.

El programa histórico-turístico de aquel día con Hugh Thomas continuaría en el Archivo de Indianos de Colombres, con especial detenimiento en la sección en la que se muestran los objetos y documentos donados por la familia del general republicano José Miaja, presidente de la Junta de Defensa de Madrid, y terminamos la excursión en La Barata, donde me tocó escanciar unos culines entre otras esporádicas referencias a Galland, “al que el campo de aviación le había parecido la azotea de un rascacielos junto a la mar”. Thomas, de pocas palabras, no perdía detalle. Parecía querer memorizarlo absolutamente todo.

(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el sábado 27 de mayo de 2017). 







LLANES: ÁRBOLES EN EL PASEO DE SAN PEDRO

(Foto: Archivo de H. del Río). 

 

OPINIÓN            

                                                   

Muerte de un tamarindo


Las fotografías de Rodríguez Trespalacios como crónica del Llanes contemporáneo 



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

Tan minúsculos y tan frágiles, los árboles del paseo de San Pedro -unas docenas de tamarindos plantadas en el último cuarto del siglo XIX- parecen poca cosa en medio de la inmensidad que se divisa desde allí. Casi nadie se fija en su presencia y apenas dan sombra, pero pertenecen a un paisaje que resultaría irreconocible sin ellos. Oviedo ya no tiene su carbayón; Madrid se ha quedado sin madroño, sin oso y sin centralismo; pero los llaniscos seguimos conservando nuestros tamarindos, supervivientes fronterizos entre la tierra y la mar. Uno de sus principales valedores era Félix Martínez Marco (1911-2002), el veterinario municipal de Llanes, un científico metido en la piel de un romántico, al que alguna vez veíamos enderezar y enraizar tamarindos abatidos por la acción de los vientos y de los gamberros.

(A don Félix, pionero en las técnicas de inseminación artificial aplicadas al ganado vacuno, le cupo el honor de ser el único veterinario en la historia de Llanes que tuvo como paciente a uno de los reyes de la fauna africana. Hace 60 años, una noche le fueron a buscar los municipales por una causa mayor: el hipopótamo de un circo instalado en Las Marismas se había puesto muy malo, con un estreñimiento terrible. Allá fue don Félix, que metió en su maletín un par de jeringuillas de gran calibre, como para vacunar a King Kong. El paquidermo le recibió muy tranquilote pero con los ojos tristes de un ogro bonachón. El veterinario palpó la epidermis del hipopótamo, mientras éste lo miraba de reojo, adormilado. Al intentar ponerle la inyección, la jeringuilla se quebró como un mondadientes, y el veterinario, que en lo tocante a talante tranquilo nada tenía que envidiar al paquidermo, esgrimió la jeringa de repuesto, buscó en la mole gris otra zona más propicia y, ¡zas!, consiguió poner la banderilla. Al cabo de unas horas el animal se desatascó y el circo volvió a irradiar luces y espectáculo en aquel escenario de la posguerra).

José Ramón Rodríguez Trespalacios (Llanes, 1940) no quiere que lo llamen fotógrafo, pero se pasa la vida haciendo fotos. Ha puesto en formato JPG la crónica del Llanes contemporáneo y acumula tal número de imágenes, que llevaría años contarlas y clasificarlas (un material que ha de ser muy útil a los historiadores locales del futuro). La obra del puerto deportivo, por ejemplo, la está plasmando con mucho detalle en un conjunto de secuencias que para sí querría la autoridad portuaria.

En sus trabajos más recientes José Ramón, “el de El Siglo”, se nos revela como un poeta a flor de piel. Más que una serie fotográfica, lo que ha hecho esta vez es un poema dictado por la tristeza. El protagonista es un tamarindo que encontró este invierno tumbado y malherido por un temporal. Le hizo fotos a diario, siguiendo de cerca la evolución de su estado de salud, y al cabo de un tiempo observó que aquel árbol, ignorado y aparentemente agonizante, se aferraba con éxito a la madre Tierra. En primavera, empezaron a retoñar sus ramas, y José Ramón veía en ello una lección de esperanzada lucha por sobrevivir. Cuando ya había recuperado las constantes vitales, el arbusto apareció una tarde troceado por una motosierra. El fotógrafo quedó estupefacto, pero siguió haciendo más instantáneas para completar la serie iniciada meses atrás. El resultado de todo ese conjunto deja un sabor amargo (es como una metáfora de la amenaza de la eutanasia a un nivel más general). Por primera vez en su vida le ha salido un reportaje fotográfico con una moraleja descorazonadora.


(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el viernes 13 de mayo de 2011). 

 


sábado, 17 de abril de 2021

EL PASEO DE SAN PEDRO Y LA INVASIÓN NAPOLEÓNICA

Canapé del Paseo de San Pedro. (Foto: H. del Río).
 

OPINIÓN                                                               


Intrusos en la cueva del Taleru


Hechos y personajes en la intrahistoria del Paseo de San Pedro de Llanes 


HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

Momentáneamente, el 24 de noviembre de 1808, apenas quedaban unas decenas de vecinos en la villa llanisca. Se mascaba un ambiente de guerra. Casi todos se habían ausentado a toda prisa, en cuanto se extendió el aviso de que un destacamento francés estaba a punto de llegar. En la puerta de la Galea (a la altura de la actual oficina de Correos) aguardaba a los invasores una representación del Ayuntamiento, encabezada por el juez Cristóbal Gutiérrez, que ofrecería a la oficialidad una comida en el Cercado. Lo que aconteció desde esa jornada hasta mediados de junio de 1812, lo recogió en un diario el presbítero y beneficiado de la parroquia de Santa María, Lorenzo Simón González, en los renglones de una literatura clandestina, íntima y concisa, de la que serían después universales paradigmas Anne Frank y Victor Klemperer

El cura no tenía mala pluma. Le gustaba escribir con precisión (uno de sus textos, desaparecido en la Guerra Civil de 1936, fue un apunte histórico sobre la iglesia parroquial de Llanes). Vivía en la calle Mercaderes y fue administrador de la ermita del Cristo del Camino durante más de cuarenta años.

En aquella fecha de noviembre, los franceses permanecieron en la villa sólo cuatro horas (marcharon a Colombres y regresaron a Llanes dos días después). Aunque Simón no dejó constancia de ello, cabe suponer, por pura lógica militar, que una de las primeras cosas que hicieron fue asomarse al alargado altozano de San Pedro, desde el que se divisa, en una doble vertiente, la villa amurallada y las montañas, en la cara meridional, y al norte la inmensidad del Cantábrico. Damos por hecho que husmearon por la cueva del Taleru y subieron a la atalaya desde la que los vigías del Gremio de Mareantes de San Nicolás llevaban siglos vigilando el paso de las ballenas y la recurrente amenaza de los navíos piratas. De algún modo, aquellos soldados, que tanto daño harían en toda España, entraron así a formar parte de la historia del  maravilloso enclave costero.

El Paseo de San Pedro aún no existía como tal, pero era ya un paraje bastante visitado. En el punto en el que culminaba un sendero que arrancaba del Sablón, se había instalado en 1720  un artístico banco de piedra, tipo canapé, en el que descansaban los paseantes mientras contemplaban el caserío y la torre de la iglesia parroquial (eso mismo haría Jovellanos cuando visitó Llanes en 1790). Por las tardes, solía formarse allí una animada tertulia alrededor de Lorenzo Simón, según cuenta Ángel Pola en “La pequeña historia”. Treinta y cuatro años después de la invasión napoleónica, fue un sobrino político del beneficiado, Francisco Posada Porrero, alcalde de Llanes de 1846 a 1848, quien promovería la ingente obra de allanar aquel espacio para convertirlo en el Paseo de San Pedro. Un monolito con lápida lo recuerda: 

Amor Patriae

Pulchérrima virtus.

Transmita el mármol a la generación venidera la gratitud

que merecen los beneméritos hijos de Llanes

que invitados por su ilustre Ayuntamiento y alcalde presidente D. Francisco Posada Porrero

han contribuido a la construcción de este paseo.

Año de 1847.

 Fue el mismo año del fallecimiento de Lorenzo Simón. 


(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el miércoles 14 de abril de 2021).


Representación del beneficiado Lorenzo Simón en su despacho. (Ilustración del pintor Javier Ruisánchez para la exposición "Llanes y la invasión napoleónica", organizada por la Casa Municipal de Cultura de Llanes en octubre de 2008). 
Lápida conmemorativa de 1847.


domingo, 7 de febrero de 2021

EL MIRADOR DE SAN PEDRO EN LLANES. Historias


OPINIÓN                                                               

Gaseosas y arquitectura


Un mirador de García-Lomas y un puesto de bebidas de Antonio Martín en los años 20 


HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

El arquitecto madrileño Miguel García-Lomas Somoano (1888-1943), que veraneaba en Ribadesella, de donde era oriunda su madre, Regla Somoano Rivera, mostraría en Llanes una notable actividad durante el período de la dictadura del general Primo de Rivera. El tándem que formó con Rogelio Gutiérrez Sordo en los años previos al 14 de abril de 1931 es equivalente al que representaron Joaquín Ortiz y Francisco Marcos Purón en la etapa inmediatamente posterior. Un fructífero entendimiento, en ambos casos, entre un arquitecto y un indiano decidido a implicarse en el urbanismo.

Ya era autor en Ribadesella de un amplio catálogo de obras de estilo regionalista (entre otras, la mansión de Llano Margolles). A Rogelio Gutiérrez Sordo, con negocios en México, le proyectaría en la calle Egidio Gavito, esquina a la calle de la Estación, un chalé unifamiliar (que sería requisado por el Frente Popular en 1936 y albergaría la sede de las Juventudes Socialistas Unificadas hasta septiembre de 1937) y un edificio de pisos en la calle Mercaderes, junto a la Puerta de la Villa (donde había estado la capilla de Todos los Santos), en cuya planta baja se inauguró la glamurosa confitería “Auseva”.

Pero García-Lomas, padre del último alcalde franquista de Madrid, también concibió proyectos de una gran singularidad. Por ejemplo, a él y a su socio Urbano de Manchobas (arquitecto municipal de Eibar desde 1926, militante del PNV y exiliado en Venezuela tras la victoria de Franco) les fue encargado en 1921 el diseño de reconstrucción del palacio Duque de Estrada, en ruinas desde que fuera incendiado por los soldados de Napoleón en 1812. Este proyecto, denominado ”Hotel-Mansión Astur”, pasó al olvido con el advenimiento de la Segunda República. Sí se llevó a cabo, en cambio, el de la reconversión de los restos de la torreta de San Pedro en un mirador al Cantábrico y a la villa provisto de mástiles para banderas marítimas. La obra, realizada por el contratista Celedonio Torre, costó trescientas pesetas con setenta y cinco céntimos, y coincidió en el mismo paraje con un novedoso negocio estival ideado por Antonio Martín García (1884-1964). (A este simpático personaje, nacido en Ribadesella y casado en Pancar, lo recordamos en su época de representante de una fábrica de embutidos, cuando en la tienda La Pilarica fascinaba a los niños con una ocurrencia sin parangón: sacaba del bolsillo dos botones que parecían ojos, los colocaba entre los dedos de su mano izquierda, que envolvía con su pañuelo, y convertía el puño en un expresivo muñeco, con la cara de una vieja desdentada, al que ponía voz de ventrílocuo).

Años atrás, Antonio Martín, que había vivido la experiencia, no muy afortunada en su caso, de la emigración a México, abrió una tienda de calzado frente a la plaza de Parres Sobrino, y en julio de 1928 obtuvo permiso del Ayuntamiento para poner un puesto de bebidas, refrescos y meriendas en la Cueva del Taleru. Todo bajo la sombra de la cruz levantada en 1884 en lo más alto del paseo, que sería derribada al principio de la Guerra Civil y repuesta en 1938. Mesas, bancos, sillas y toldos se desplegaban sobre la hierba a pocos metros de la nueva torre vigía de la Sociedad de Salvamento de Náufragos. De la construcción recién terminada (un mirador excepcional levantado a partir de los restos de un antiguo semáforo pétreo de planta circular) José García Arco, Pepe, hizo unas cuantas fotografías. En dos de ellas posaron para el fotógrafo las hermanas Sira y América Ruales (las Pininas), apoyadas en la barandilla del templete de García-Lomas como modelos de una revista parisina de modas. 


(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el miércoles 27 de noviembre de 2019). 

El comerciante Antonio Martín.




sábado, 13 de enero de 2018

PASEO DE SAN PEDRO EN LLANES: OBSERVATORIO DE AUSENCIAS

Opinión


La higuera y otros testimonios de la historia colectiva de los llaniscos



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

Son ya cerca de sesenta y cuatro años subiendo la escalinata del Paseo de San Pedro desde la playa del Sablón, un recorrido de cien escalones que permite acceder a un privilegiado puesto de observación. Es y ha sido siempre, para los llaniscos, una ascensión iniciática a un lugar en el que, en medio de la envolvente visión del mar, la montaña y la doble fila de tamarindos, nos reencontramos con nuestra historia personal y colectiva.
A medida que nos hacemos viejos, a donde conducen realmente esos peldaños es a un monumental observatorio de ausencias. Desde él, los años y la nostalgia nos revelan sin medias tintas la pérdida irreparable de elementos sustanciales del paisaje urbano de Llanes. Han ido desapareciendo del patrimonio común, víctimas de un inexplicable desdén, edificios que habían formado parte de nuestra identidad y de nuestras vivencias, como el Palacio del Coju de la Guía (“Villa Vicenta”, aquel majestuoso ejemplo de la arquitectura neogótica inglesa, proyectado a finales del siglo XIX por Casimiro Pérez de la Riva, que parecía sacado de una producción de Disney); el Teatro Benavente (obra de Mariano Deogracias Lastra), en el que descubrimos el cine y el territorio infinito de los sueños; las antiguas Escuelas Públicas (diseñadas en 1914 por Juan Álvarez Mendoza, en las que fuimos alumnos de don José Caso); la Compuerta (nuestra Torre Eiffel, proyectada en 1930 por el ingeniero de Puertos José María Aguirre, desde la que se tiraban los rapaces a la ría en marea alta); el sanatorio del doctor García Gavito (que después de la Guerra Civil sería instituto de enseñanza media y, más tarde, el Hotel México), la mansión racionalista de Ceferino Ballesteros en la avenida de la Paz, el chalet construido en la Segunda República por la Asociación de Comerciantes e Industriales (ACI) en la avenida de México… La voracidad de una mal entendida modernidad, que siempre es un feo asunto, ligado a piquetas, insensibilidades y desprecios, hizo aquí de las suyas.
La capacidad evocadora de todo eso resulta elocuente desde la escalinata de San Pedro. En la última parte de la subida solíamos jugar de críos con carros, diligencias, figuras de plástico de indios y vaqueros y mucha imaginación. Recreábamos sobre aquella rocosa orografía un escenario de desfiladeros, valles, colinas y montañas, en el que discurrían episodios de la conquista del legendario Oeste. Allí cerca, como observándonos mientras jugábamos, se levantaba una gran higuera, pegada a la piedra, que nos daba sombra refrescante en los días de calor. Era el techo abovedado de nuestros sueños del Far West, en aquéllos tiempos en los que toda la semana esperábamos con impaciencia que llegara el domingo para ir al cine de las 5.
La higuera ya no está. Ahora pertenece al catálogo de ausencias del que hablábamos antes. La escalinata de San Pedro, ideada en 1930, había formado parte de un plan de ensanche proyectado por el arquitecto municipal Joaquín Ortiz cuando era alcalde Francisco Saro. Venía a rematar un planteamiento novedoso para modernizar racionalmente la villa. Ese plan incluía una calle entre el Ayuntamiento y el Casino (una arteria que se abrió mucho más tarde, en 1956, aunque sólo parcialmente, que no se completaría hasta los primeros compases del siglo XXI, aunque sin respetar, lamentablemente, el trazado recto que había pensado Ortiz), y la apertura de lo que es la avenida de las Gaviotas, paralela al Paseo de San Pedro, que se haría realidad con casi 70 años de retraso. Del proyecto de Ortiz lo único que se hizo fue la escalinata, que hoy, sin la higuera, se nos muestra más vacía y descarnada que nunca.

(Diario LA NUEVA ESPAÑA de Oviedo, 9 de enero de 2018)

sábado, 17 de mayo de 2014

EL LLANES DE POSADA HERRERA DESDE EL PASEO DE SAN PEDRO (1883)

Dibujo hecho en 1883 por Lorenzo Vicente Criado, maestro de Salamanca desterrado en Llanes. (Archivo de H. del Río). 

OPINIÓN            

                                                   

Loa del cuco desde el Llanes de Posada Herrera


La huella de un maestro salmantino desterrado en la villa llanisca en 1885 



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

El maestro Lorenzo Vicente Criado formaba parte en 1883 del claustro del Colegio de la Encarnación de Llanes, un centro que llevaba funcionando una década y que contaba entre sus profesores con el notable músico y compositor Félix Segura Ricci. El 4 de abril de ese año Lorenzo fue padre de un hijo, que vio la luz en las manos de la partera “la Toriella”. El crío, al que pusieron el nombre de Emilio, fue apadrinado por Miguel Mantilla Hoyos, director del colegio, y la esposa de éste, Emilia Marín. Aquel Llanes tenía el pulso de una pequeña ciudad de provincias. El año anterior había pasado una temporada en Vidiago el poeta Zorrilla; José Posada Herrera, con el que se cruzaba Lorenzo alguna vez en las proximidades del Sablón, asumiría en breve la presidencia del Consejo de Ministros en el último horizonte de su currículo político, y estaban a punto de inaugurarse el Hospital y Asilo “Faustino Sobrino” y un teatro, a instancias de la Sociedad Casino de Llanes, con capacidad para 300 espectadores.

Cada día, Lorenzo Vicente Criado ascendía al Paseo de San Pedro para admirar el soberbio paisaje que se divisa desde allí. Pretendía interiorizar todo lo que veía. Lo quería dibujar todo con la calma oriental de la plumilla. La fotocopia de uno de sus dibujos nos ha llegado casualmente estos días. Con una intención descriptiva que vale más que mil palabras, aparecen numeradas las referencias que se presentaban a los ojos del profesor: la iglesia parroquial; la casa de los Posada; el palacio del Conde de la Vega del Sella, con el tejado a cuatro aguas coronando todavía cada una de las dos alturas laterales; los lienzos de muralla medieval; la torre de la época del rey de León Alfonso IX; la cárcel y Casa Consistorial, levantada 20 años atrás, durante la época de Posada Herrera como ministro de la Gobernación; el palacio de El Cercado, representado con mucho detalle; la capilla de Santa Ana; el inmueble de Fallo, sobre el que rompían las olas igual que ahora; la playa; la casa que habrían de habitar los inolvidables Teto y Domingo, que aún se conserva junto al actual Hotel Sablón; y el cementerio de Estacones. En el dibujo queda constancia de otras presencias explícitas de aquel paisaje urbano de finales del siglo XIX, como la casa de Valdés, el bosque en miniatura del gremio de mareantes, camino del Fuerte, y la capilla del Cristo en la lontananza, junto a la que había pasado él al llegar a Llanes por el camino real. Fuera del encuadre, sabemos que estaba funcionando el faro de la villa desde 1860.

Lorenzo Vicente Criado, salmantino, se sentía cómodo en aquel universo (posiblemente era incluso feliz), mas el infortunio no tardaría de aparecer en su vida. Su hijo murió al mes justo de nacer, y aquella desgracia cargó en su pluma acentos enrabietados, con los que rubricó un valiente escrito de denuncia al que llevaba dando vueltas desde hacía tiempo. Era una composición poética en tono de sátira contra el caciquismo imperante en su localidad natal, Mogarraz, en la comarca de la Sierra de Francia. La tituló “Loa del cuco” y se publicó en el periódico El Progreso de Salamanca el 20 de septiembre de 1885. Los versos explicaban el drama de un alarmante deterioro social y moral, de violencia, corrupción, impunidad y tropelías: “¡Pobre pueblo! ¡Pobres moradores! Sin amparo, sin leyes que os protejan, viendo que con abusos y atropellos os ponen un dogal de hierro al cuello. (…/…). Ya es hora de que despiertes. Sacude tu somnolencia (…/…)”, decía, acusando abiertamente de complicidad e interesada inoperancia al Ayuntamiento mogarreño.

Como consecuencia de aquel escrito, Lorenzo fue desterrado en 1885 (año en el que fallecería Posada Herrera). Cumplió el castigo en el paraíso llanisco, y la incendiaria loa del cuco quedó de este modo unida para siempre al sosiego del Paseo de San Pedro, desde cuya grandeza los caciques del mundo se ven insignificantes y efímeros.

(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el sábado 17 de mayo de 2014).