jueves, 6 de diciembre de 2018

GIJÓN, SANTANDER Y BILBAO EN LA NUEVA GESTIÓN DE LAS CULTURAS DE PROXIMIDAD


De izquierda a derecha, María Álvarez Álvarez, Humberto Fernández
Iglesias
, Pilar González Lafita y Carlos González Espina,
destacados miembros del equipo de gestores de la
Fundación Municipal de Cultura de Gijón,
en el patio del CCAI. (Foto: H. del Río)

OPINIÓN                                                               

Resiliencias para cuando vienen mal dadas

La colaboración cultural entre ciudades, una opción más allá de la competencia



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

En el actual proceso de refundación del capitalismo la creatividad parece que va ligada claramente a lo económico. Hace ahora un año que Gijón acogió el importante seminario “Resiliencia y resignificación. La transformación de la gestión de las culturas de proximidad”, que giró en torno a las posibilidades de colaboración entre Bilbao, Santander y la propia villa de Jovellanos, y en el que se habló mucho de la creatividad (un mantra para enfrentarse a los problemas) y de la cultura como elemento de desarrollo económico y de regeneración urbana.
Se contempla la cultura como un factor que contribuye a hacer más habitables las urbes y como energía transformadora de sociedades e individuos, y la colaboración que buscan en este campo las tres ciudades (un proyecto denominado “Tan cerca”) se basa en la proximidad geográfica y aspira a una cercanía conceptual en la que se sientan implicados los agentes y las instituciones de las comunidades autónomas respectivas. El objetivo es recomponerse, ponerse en pie, dar entre todos respuestas a la crisis, de modo que el término “resiliencia”, que se refiere a la capacidad de superar circunstancias adversas, viene como anillo al dedo y complementa el concepto de creatividad. Quizá tenga esto algo que ver con el hecho de que el capitalismo (como señaló Arturo Rubio Arostegui, uno de los ponentes) se ha dado cuenta ya de que el conocimiento, los procesos de innovación y los análisis de datos valen más que el petróleo.
 En el seminario de Gijón se barajaron valiosas ideas. Verbigracia, la de la desubicación del Estado en la política cultural. En el caso español, el Estado (que es excesivamente grande para lo local y demasiado pequeño para el mundo globalizado), se arroga un protagonismo y un intervencionismo excesivos, pese a que es en las ciudades donde se registra el porcentaje más alto del gasto público en cultura (en torno a un 55 por ciento, frente al 30 de las comunidades autónomas y el 15 del propio Estado). El Estado, apuntó Alfons Martinell (voz que clama en el desierto, pero imprescindible en cualquier curso de gestión cultural que se precie), debería fomentar que el producto cultural que surge en una comunidad autónoma pueda llegar a otras comunidades. “Hay que inyectar dinero para la circulación, para la colaboración y la interrelación”, insistió.
Otra sugerencia expuesta en el encuentro fue la de la reformulación de la capacidad de mediación del sector público, que deberá ser “más inteligente”, diverso, descentralizado, colaborativo y dispuesto a resignarse a perder el monopolio y a desarrollar nuevos modelos de cooperación público-privada (Félix Manito Lorit).
Se habló también de la cultura como factor de sostenibilidad de las ciudades, como recurso simbólico ante la crisis de la industria en el escenario de la interculturalidad. Las estrategias de la política cultural ven la diversidad como un gran valor para la creatividad (en Barcelona se hablan más de cuatrocientas lenguas; nunca estuvieron tan cerca modos de vida tan dispares), aunque se den conflictos, desigualdad y exclusión social. En los colegios de cualquier capital española el paradigma de la igualdad choca con la realidad de la diversidad cultural, sin que los profesores, que se ven sobrepasados, dispongan de herramientas adecuadas ad hoc.
De la idea de la “ciudad creativa”, en todo caso, se pueden apropiar especuladores y oportunistas de la burbuja inmobiliaria. Al discurso dominante le cuesta renunciar a la “monumentalización” de gigantescos equipamientos culturales (las catedrales del presente), que, en competencia entre unos lugares y otros, quieren ser referencias supramunicipales o suprarregionales, aunque carezcan de base social y no respondan a necesidades reales. 

(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA de Oviedo, el sábado 1 de diciembre de 2018)