jueves, 21 de enero de 2021

MANUEL CASTELLS Y SU RECETARIO PARA LLANES

 

Manuel Castells, buen conocedor de Llanes.

OPINIÓN                                                               

Consejos para navegar en un mundo globalizado



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

En mayo de 1999, Manuel Castells Oliván, que ocupaba la cátedra de Planificación Urbana y Rural en Berkeley, Universidad de California, redactó un escrito titulado “¿Una aldea en lo global?”, dedicado a Llanes. En ese texto (hecho, quizás, a instancias de algún señalado veraneante cercano al Ayuntamiento llanisco), el sabio, que hoy parece tan retraído al frente del Ministerio de Universidades, se mostraba convencido de que el concejo de las treinta playas estaba llamado a diseñar un ejemplar modelo de desarrollo sostenible en el siglo XXI. 

Era un momento en el que las políticas municipales cobraban fuerza en toda Europa. Ante la paradoja de que en el mundo globalizado la gente se siente cada vez más apegada a su terruño, el catedrático meditaba sobre cómo puede navegar lo local en lo global, y manejaba dos conceptos clave: el de la información y el de la conectividad. Había que disponer de buena información (y poseer capacidad de procesarla) para poder tomar decisiones estratégicas adecuadas, decía, y era indispensable hacer de Internet un elemento omnipresente en la vida de los individuos y de las empresas. Con mucha precaución, eso sí, para evitar que la inmersión en el ciberespacio (con sus torrenciales oportunidades de intercambio, competencia, y creación de riqueza) hiciese añicos la identidad y el equilibrio interno del concejo.

Castells presumía de conocer Llanes bastante bien desde hacía muchos años, y en la “nueva geografía económica” lo veía como un lugar privilegiado, que aunaba calidad de vida y capacidad cultural e informativa, y que contaba con recursos “que para sí quisieran muchas localidades del mundo”. “Se vive bien, se come bien y los problemas sociales son limitados”, además de contar con una naturaleza de extraordinaria belleza “que aún, a trancas y barrancas, no ha sido irreversiblemente deteriorada”, constataba el sociólogo y economista. 

El futuro habría de pasar por resolver déficits en infraestructuras y comunicaciones (tales como la autovía del Cantábrico, el enlace con los aeropuertos de Ranón y Parayas y la puesta en marcha de algún tipo de servicio de transporte marítimo, “en versión ferry y en versión rápida overcraft”), tareas que eran competencia del Gobierno central y de la Administración regional. Para lo demás, esto es, para difundir y consagrar las nuevas tecnologías como instrumento de la iniciativa económica y del desarrollo personal de los llaniscos, el ayuntamiento podría apañarse él solo. La exhortación animaba a convertir la calidad de vida y la conservación de la naturaleza en un producto empresarial, a partir de las nuevas posibilidades de trabajo y de creación de empresas de servicios que brindaba Internet y siendo capaces de retener a los lugareños y de atraer a nuevos residentes. La consigna podía ser: “Vivir en Llanes y vender en Madrid”, y tan necesario era concienciar a los llaniscos como, sobre todo, contar con “emprendedores políticos”. Ésa era la cuestión de fondo.

El escrito de Castells está fechado unas pocas semanas antes de los comicios municipales de junio de 1999, si bien no vería la luz hasta el mes de julio (en el número extraordinario de El Oriente de Asturias), cuando el socialista Antonio Trevín había ganado ya la alcaldía. Se trataba, en realidad, de un recetario con intención electoralista y propagandística sin disimulo. En las últimas líneas, el hoy ministro adscrito a Podemos desnudaba su palabra de chamán: “No tengo ningún problema en hacerle propaganda a Trevín. Porque le conozco desde hace tiempo, sé lo que quiere y lo que piensa. Llanes tiene suerte en este aspecto”.    

(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el martes 19 de enero de 2021). 


sábado, 16 de enero de 2021

LLANES: PARADOJAS EN EL PUERTO


El puerto interior, ahora utilizado por embarcaciones deportivas. (Foto: H. del Río).



OPINIÓN                                                               

¿Multas por sobrevivir?



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

Llanes, la mar y la actividad pesquera forman un todo indisoluble. Por eso, multar ahora con 300 euros a los pescadores por haber atracado sus lanchas dentro del puerto deportivo o interior, para protegerse cuando la meteorología anunciaba un temporal, resulta, cuando menos, una paradoja difícil de cuadrar con la historia de una localidad marinera.

Las noticias más antiguas sobre la labor y la importancia de los pescadores llaniscos proceden del siglo XIII y en la abundante bibliografía local no hay cronista o historiador que obvie el unívoco carácter marinero de la villa de Ángel de la Moría.

Elviro Martínez, investigador del Real Instituto de Estudios Asturianos, resumió ese pasado de un modo pedagógico: “Los hombres de Llanes han labrado desde siempre sus aventuras por el camino de la mar. Las rutas marineras, ya en guerras, ya en expediciones de conquistas, ya en el afán profesional y duro de la pesca, fueron siempre el escenario y el medio ambiente de su vida. Llanes, por esencia, es marinero”.

Ignacio Gracia Noriega escribió que, tanto en Llanes como en Ribadesella, “los marineros constituían los más antiguos núcleos de población urbana”.

Manuel García Mijares indicó que las ordenanzas del poderoso Gremio de Mareantes de San Nicolás (precedente de la actual cofradía de Santa Ana) habían sido aprobadas por los Reyes Católicos, y que, desde entonces, puede decirse que el trabajo de los pescadores constituyó la única o principal industria local.

Cayetano Rubín de Celis afirmó que “el Gremio de San Nicolás fue el alma de Llanes; sus quiñones y diezmos de la pesca, el único recurso que soportó las cargas de concejo; y la pesca de la ballena, su mayor fuente de ingresos”.

Lorenzo Laviades, en su novela “Blas el pescador”, reflejó literariamente como nadie el ambiente, las vicisitudes, las ilusiones y las esperanzas de los marineros del lugar.

Fermín Canella hizo notar que estos hombres, “viviendo en la ribera de un mar siempre inquieto y turbulento y en costa tan frecuentemente corrida por los corsarios, se adiestraron para toda clase de peligros; y no solamente con tales prendas se dedicaron a la pesca, tan acreditada en los mercados del centro, sino que ejercieron por mucho tiempo el comercio de cabotaje”.

Vicente Pedregal Galguera dio cuenta en sus crónicas de la idiosincrasia de los llaniscos, “que, avezados a las amenazas de las olas, desafiaban las de los poderosos”, y narró las incidencias de un pleito entablado con Pedro Junco de Posada (1528-1602), inquisidor, presidente de la Real Chancillería de Valladolid y obispo de Salamanca, nada más y nada menos, ganado por el Cabildo de Mareantes…

En realidad, los pescadores llevan ocho siglos ganando pulsos y escribiendo las mejores páginas de la historia de Llanes. Su peso específico está documentado más que de sobra. ¿Ganarán ahora el pulso con Puertos? ¿Se alcanzará algún día un acuerdo satisfactorio para todas las partes implicadas, algo que no ha sido posible en los siete años transcurridos desde que entró en funcionamiento el puerto deportivo? ¿Se encontrará el modo de conciliar los intereses de los propietarios de las embarcaciones de recreo con los de la cofradía, tan legítimos unos como otros?

De momento, la impresión que se nos da con las multas es, en cierto modo, la de que los pescadores estorban. O la de que se pretende penalizar su capacidad de supervivencia.  


(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el jueves 20 de junio de 2019). 

lunes, 4 de enero de 2021

JOSÉ ANTONIO LOBATO, UNO DE LOS GRANDES VALORES DEL TEATRO ASTURIANO

José Antonio Lobato en la obra "La noche que no llegó el viento", 1991. (Foto: Francisco García Paredes).


OPINIÓN                                                               

La piel sobre el escenario



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

En 1951, Fernando Vela vio actuar en Stratford-upon-Avon, localidad natal de Shakespeare, al reputado actor shakespeariano Michael Redgrave, padre de Vanessa Redgrave. Los diálogos de la obra representada eran en lengua inglesa de los siglos XVI y XVII, por lo que, según cuenta el colaborador de Ortega en su ensayo “Visita a Inglaterra”, fue muy poco lo que pudo entender. Aún así, salió de la sala empapado de teatro del bueno. 

Algo parecido me ocurrió a mí en 1992, cuando asistí a una actuación de Peter O’Toole en el viejo Apollo de Londres (coliseo que lleva abierto desde 1901 en el West End). El astro británico encabezaba el cartel del drama “Our song”, de Keith Waterhouse, dirigido por Ned Sherrin, y completaban el reparto Tara Fitzgerald, Lucy Fleming, Donald Pickering, Jack Watling, Cara Konig y William Sleigh. Le tuve dos horas frente a mí, a escasos metros de mi butaca, y en todo ese tiempo sólo se ausentó del escenario un cuarto de hora. Encarnaba a un maduro ejecutivo que ve complicarse su vida en extremo tras enamorarse obsesivamente de una veinteañera (Tara Fitzgerald). Apenas entendí tres o cuatro frases, pero eso era lo de menos. Lo importante era estar viendo actuar a Peter O’Toole. 

José Antonio Lobato González (Soto de Rey, 1956-Oviedo, 2020), cuya personalidad, dotes interpretativas y poderío escénico solían copar también la atención del espectador por encima de los papeles a los que daba vida, pertenecía a esa clase de intérpretes. El fundador de la compañía Margen, fallecido en septiembre de 2020, poseía algo de “magnetizador social” (aquello que se decía del teatro de Tadeusz Kantor) y estaba dotado de la versatilidad del actor total. Podía expresar tanto la banalidad como la profundidad del género humano; era la risa y el llanto, el gesto y la palabra capaces de asaltar la cómoda neutralidad del asiento del espectador y de poner en vilo las conciencias. Lobato imantaba.

En Llanes pudimos disfrutar de su trabajo numerosas veces. Las tengo anotadas. La primera fue en 1990, en el Cinemar. “Margen”, la mítica compañía a la que estuvo totalmente entregado durante cuarenta y tres años, representó en aquella ocasión “Ahola no es de leil”, de Alfonso Sastre, obra en la que intervenía también Ceferino Cancio, otro gigante de la escena asturiana desaparecido. Luego vendrían “La noche que no llegó el viento” (1991); “Toreros, majas y otras zarandajas” (1991); “¡Olé!” (1992); “Gran Viuda Negra” (1995); “War!” (1999); “Molière ensaya Escuela de mujeres” (2000); “La Regenta en el recuerdo” (2001); “Hamlet” (2002); “La Celestina” (2003); “Anfitrión” (2004); “El viaje a ninguna parte” (2006); “Entremeses. La guarda cuidadosa y La cueva de Salamanca” (2007); “La soldado Woyzeck” (2008); “Tartufo o el hipócrita” (2009); “A puerta cerrada” (2010), y “Vuelva mañana” (2017).

José Antonio Lobato era una pieza básica del teatro profesional del Principado y un acicate contra la inoperancia y la desgana de la clase política en la crisis crónica del sector. Racial y sensible, aguerrido y alegre, idealista y solidario, supo siempre adaptarse a cualquier escenario y ganarse a pulso nuevos públicos (algo tan difícil) en todos los rincones de la región. 

Los aficionados asturianos al teatro quedamos en deuda con él. Le debemos, sobre todo, el enorme valor de su renuncia a salir de Asturias a la búsqueda de horizontes más prometedores.      


(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el martes 29 de diciembre de 2020). 


GENÍN, EL DE "LA PILARICA", EN EL DESPACHO DE POSADA HERRERA

 

Fachada de la Casa Municipal de Cultura de Llanes.



ESE CLARO OBJETO DE DESEO

Llanes, Higinio del Río Pérez 

Ser el director de la Casa Municipal de Cultura de Llanes lleva consigo el privilegio de ocupar el despacho de José de Posada Herrera (1814-1885). Impresiona la relación de cargos que ocupó este ilustre hombre, uno de los llaniscos más importantes de todos los tiempos: fue catedrático de Derecho Administrativo, diputado y senador, director general de Instrucción Pública, ministro de la Gobernación, embajador ante la Santa Sede, presidente del Consejo de Estado, del Congreso de los Diputados y del Consejo de Ministros (el único asturiano que ha llegado a presidir el Gobierno de España), y fue condecorado con el Toisón de Oro.


Imagen de José de Posada Herrera, hacia 1882.












El despacho -hoy objeto de deseo, obsesivamente, según estamos viendo- se ubica en el ala oeste del palacio de los Valdés Posada (en el que murió José de Posada Herrera, no en el que nació, como se señala alguna vez erróneamente). Está en la segunda planta y se accede a él a través de un estrecho paso abierto en la galería que une la antigua capilla y sala de estar de la mansión (convertida en el salón de actos del centro cultural desde su inauguración en diciembre de 1987) con el propio despacho. Desde éste, una puerta trasera permite el acceso a la antigua escalera de piedra, con reminiscencias medievales que sube a una torreta almenada, sobre la calle lateral (donde está la popular sidrería El Almacén), y que baja, por la izquierda, al patio palaciego. Carlos Posada Miranda, descendiente del político decimonónico, me explicó una vez, detalladamente, in situ, cómo estaba dispuesto ese singular espacio, tal como lo había conservado la familia desde la época de don José: dónde estaban la mesa y la biblioteca, con los libros resguardados detrás de puertas de cristal, la tipología del noble mobiliario, los cuadros que colgaban en las paredes…



El despacho, visto desde el patio. (Foto. H. del Río, junio de 2020).



¡Quién le iba a decir a Pedro Pérez Villa (Pedro el Sordu) que uno de sus nietos ocuparía ese histórico despacho como director de la Casa Municipal de Cultura de Llanes durante más de tres décadas! ¡Y quién se lo iba a decir también a Genín, el de La Pilarica, el nieto de Pedro el Sordu en cuestión!

A lo largo de los treinta años y medio que la ocupé, presidieron esa estancia dos magistrales retratos fotográficos de cuerpo entero y en mediano formato, hechos por dos de los mejores fotógrafos en la historia de Llanes: el de Pedro Pérez Villa, por el gran Cándido (Cándido García Ovejas) en 1916, y el de Pilar Pérez Bernot (la de La Pilarica), por Pepe (José García Arco) en 1942.


Fachada lateral de la Casa de Cultura y ventana del despacho del director.



Fotografías: H. del Río (junio, 2020).