sábado, 17 de mayo de 2014

EL LLANES DE POSADA HERRERA DESDE EL PASEO DE SAN PEDRO (1883)

Dibujo hecho en 1883 por Lorenzo Vicente Criado, maestro de Salamanca desterrado en Llanes. (Archivo de H. del Río). 

OPINIÓN            

                                                   

Loa del cuco desde el Llanes de Posada Herrera


La huella de un maestro salmantino desterrado en la villa llanisca en 1885 



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

El maestro Lorenzo Vicente Criado formaba parte en 1883 del claustro del Colegio de la Encarnación de Llanes, un centro que llevaba funcionando una década y que contaba entre sus profesores con el notable músico y compositor Félix Segura Ricci. El 4 de abril de ese año Lorenzo fue padre de un hijo, que vio la luz en las manos de la partera “la Toriella”. El crío, al que pusieron el nombre de Emilio, fue apadrinado por Miguel Mantilla Hoyos, director del colegio, y la esposa de éste, Emilia Marín. Aquel Llanes tenía el pulso de una pequeña ciudad de provincias. El año anterior había pasado una temporada en Vidiago el poeta Zorrilla; José Posada Herrera, con el que se cruzaba Lorenzo alguna vez en las proximidades del Sablón, asumiría en breve la presidencia del Consejo de Ministros en el último horizonte de su currículo político, y estaban a punto de inaugurarse el Hospital y Asilo “Faustino Sobrino” y un teatro, a instancias de la Sociedad Casino de Llanes, con capacidad para 300 espectadores.

Cada día, Lorenzo Vicente Criado ascendía al Paseo de San Pedro para admirar el soberbio paisaje que se divisa desde allí. Pretendía interiorizar todo lo que veía. Lo quería dibujar todo con la calma oriental de la plumilla. La fotocopia de uno de sus dibujos nos ha llegado casualmente estos días. Con una intención descriptiva que vale más que mil palabras, aparecen numeradas las referencias que se presentaban a los ojos del profesor: la iglesia parroquial; la casa de los Posada; el palacio del Conde de la Vega del Sella, con el tejado a cuatro aguas coronando todavía cada una de las dos alturas laterales; los lienzos de muralla medieval; la torre de la época del rey de León Alfonso IX; la cárcel y Casa Consistorial, levantada 20 años atrás, durante la época de Posada Herrera como ministro de la Gobernación; el palacio de El Cercado, representado con mucho detalle; la capilla de Santa Ana; el inmueble de Fallo, sobre el que rompían las olas igual que ahora; la playa; la casa que habrían de habitar los inolvidables Teto y Domingo, que aún se conserva junto al actual Hotel Sablón; y el cementerio de Estacones. En el dibujo queda constancia de otras presencias explícitas de aquel paisaje urbano de finales del siglo XIX, como la casa de Valdés, el bosque en miniatura del gremio de mareantes, camino del Fuerte, y la capilla del Cristo en la lontananza, junto a la que había pasado él al llegar a Llanes por el camino real. Fuera del encuadre, sabemos que estaba funcionando el faro de la villa desde 1860.

Lorenzo Vicente Criado, salmantino, se sentía cómodo en aquel universo (posiblemente era incluso feliz), mas el infortunio no tardaría de aparecer en su vida. Su hijo murió al mes justo de nacer, y aquella desgracia cargó en su pluma acentos enrabietados, con los que rubricó un valiente escrito de denuncia al que llevaba dando vueltas desde hacía tiempo. Era una composición poética en tono de sátira contra el caciquismo imperante en su localidad natal, Mogarraz, en la comarca de la Sierra de Francia. La tituló “Loa del cuco” y se publicó en el periódico El Progreso de Salamanca el 20 de septiembre de 1885. Los versos explicaban el drama de un alarmante deterioro social y moral, de violencia, corrupción, impunidad y tropelías: “¡Pobre pueblo! ¡Pobres moradores! Sin amparo, sin leyes que os protejan, viendo que con abusos y atropellos os ponen un dogal de hierro al cuello. (…/…). Ya es hora de que despiertes. Sacude tu somnolencia (…/…)”, decía, acusando abiertamente de complicidad e interesada inoperancia al Ayuntamiento mogarreño.

Como consecuencia de aquel escrito, Lorenzo fue desterrado en 1885 (año en el que fallecería Posada Herrera). Cumplió el castigo en el paraíso llanisco, y la incendiaria loa del cuco quedó de este modo unida para siempre al sosiego del Paseo de San Pedro, desde cuya grandeza los caciques del mundo se ven insignificantes y efímeros.

(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el sábado 17 de mayo de 2014).

 



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