viernes, 31 de diciembre de 2021

LLANES: YA NADIE SE ACUERDA DEL HOTEL VICTORIA

 

Fachada del viejo Hotel Victoria.


OPINIÓN                                           

Algo se desmorona en Llanes


Los restos del glamuroso Hotel Victoria, entre la ruina y el olvido 



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

Era famoso por su esmerada cocina y por las tertulias que acogían sus salones, donde a menudo se promovían brillantes actos sociales y encuentros políticos. Entre ellos, quedó reflejada en los anales la multitudinaria cena organizada el viernes 24 de junio de 1932 en honor de Félix Fernández Vega, por su nombramiento como gobernador civil de Granada, a la que asistieron los prohombres locales de la nueva era republicana, como el comerciante Juan Antonio Pesquera, el médico Thaliny o el poeta Félix Pedregal. Aquel Hotel Victoria perdido en el tiempo compartía el glamur y el incesante bullicio de los hoteles berlineses de entreguerras, y a él acudían personalidades de todos los ámbitos, como el torero intelectual Ignacio Sánchez Mejías, amigo de Alberti y de García Lorca, la bailaora La Argentinita y el actor Rafael Rivelles, y allí almorzarían el ministro Fernando de los Ríos y José Antonio Primo de Rivera. 

Lo habían puesto en marcha a finales del siglo XIX Juan Martínez Garaña, antiguo emigrante en Cuba, y su esposa, Francisca Morán Villanueva (Quica). Inicialmente se ubicó en el número 21 de la Calle Nemesio Sobrino, frente a la finca de Labra y junto a la parada de las diligencias, y en los años 20, se trasladó al actual número 25 de la misma calle. El piso superior estaba destinado a las habitaciones del hotel, y la planta baja a comercio. Era una familia de larga tradición en el negocio de la hostelería y en el del transporte de viajeros. Los padres de Quica Morán, Griselda Villanueva y Manuel Morán, habían abierto en Puente Nuevo, alrededor de 1850, un establecimiento mixto de tienda, bar y fonda, y un hotel en Arenas de Cabrales. Una parte del clan familiar gestionaba también la línea de diligencias entre Llanes y Cabrales.

El “Victoria” vivió su época dorada en los 30. Contaba con sesenta y ocho habitaciones y con más de veinte huéspedes permanentes, entre ellos el juez, el arquitecto municipal, el farmacéutico, el secretario del Juzgado, el del Ayuntamiento, el practicante, el veterinario y varios profesores del Instituto de Enseñanza Media. El comedor, con capacidad para ciento cincuenta comensales, estaba siempre muy animado, tanto a la hora de las comidas como de las cenas. Cada 14 de abril se conmemoraba allí el aniversario de la Segunda República. En un amplio recibidor se extendían a la vista ejemplares del “ABC”, “El Sol”, “El Heraldo de Madrid” y otros periódicos y revistas ilustradas, junto a los paragüeros y al lado de una mesa de madera noble con varias escribanías, siempre dispuesta para los viajantes que llegaban en los trenes de Oviedo y Santander. Una docena de empleados hacía frente a aquel acompasado guirigay, propio de un relato de Vicki Baum: cocineras, camareras (que iban y venían a diario al Lavaderu, cargadas con bateas de ropa), botones y maleteros.

De repente, un día lluvioso de septiembre de 1937 aquel mundo tan rico en sensaciones y sonoridades se diluyó. Llegarían las represalias e incluso un fusilamiento (el de Ángel Martínez Morán, en Gijón), como consecuencia del compromiso político de la familia; los muebles fueron saqueados y repartidos; un escritorio y el tresillo de la sala de recepción iría a parar al Ayuntamiento, y el hotel se convirtió en sede de distintos organismos del nuevo régimen (delegación local de Prensa y Propaganda, Sección Femenina y Auxilio Social).

La familia Morán Villanueva había partido, precipitadamente, sin despedirse, unas horas antes de la entrada en la villa de las tropas de Franco y después de servir la cena a sus huéspedes, con el comedor lleno o casi lleno, como siempre. Subió a un camión en silencio, prácticamente con lo puesto y unas maletas, y en Ribadesella embarcó rumbo al exilio. 

(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el jueves 30 de diciembre de 2021). 



LLANES: LA ANTIGUA ESCUELA DE NIÑAS

Doña Solita

 


OPINIÓN                                           

Una escuela de niñas entre los ruidos del mundo


Historias de un edificio de Llanes que fue cárcel y Casa Consistorial 



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

Aquella escuela de niñas estaba incrustada en una encrucijada del casco histórico de Llanes. Una de las antiguas alumnas, la escritora María Luisa Castellanos (1892-1974), evocaría en su libro “Baluarte de gracia” el ambiente y la sonoridad del lugar: “Todos los ruidos del mundo parecían haberse concentrado en los alrededores de las clases: los golpes del Cajón de Donato al batir la suela; en la carpintería de Presa la sierra y el claveteo armaban demasiada bulla; el repique de las campanas parroquiales, los cohetes de alguna fiesta (…)”. El inmueble, levantado a mediados del siglo XVI en la calle Mayor, en el punto denominado “los Cuatro Cantones”, no llama mucho la atención. Es la sede de la Escudería Villa de Llanes y, probablemente, sólo los turistas avisados se fijan en la placa de la fachada, que nos recuerda su pasado: reconstruido en 1795, en la época del alcalde Blas Alejandro de Posada y Castillo (padre de José de Posada Herrera), fue cárcel y Consistorio. Tenía entonces dos pisos: en el superior albergaba las dependencias municipales, y en la planta baja, las celdas, “bastante sombrías e incómodas”, según recoge Martínez Marina (1754-1833) en su informe para el Diccionario geográfico-histórico de Asturias. 

Funcionó como Ayuntamiento hasta el último tercio del siglo XIX. En 1875, una vez que la administración municipal completó la mudanza al edificio que ocupa en la actualidad, el contratista Bonifacio Garro y Suárez recibió del alcalde Román Romano el encargo de reformar el viejo caserón para destinarlo a escuela de niñas. Garro, que construiría también la iglesia de Poo y varias escuelas en el concejo, añadió un piso y redistribuyó los espacios interiores. La primera planta sería la vivienda de la maestra, y en la segunda estarían las aulas. 

Pero no era la única escuela pública que había en la villa. En la calle Mayor, un poco más arriba, frente a la plaza de la Magdalena, estaba la escuela de niños, fundada a mediados del siglo XVIII por el clérigo y beneficiado de la Parroquia de Llanes Fernando Villar y Abariega y rodeada también de “ruidos del mundo” y tañidos de campanas, en la que habían aprendido las primeras letras el cardenal Inguanzo, el hacendista Cayetano Sánchez Bustillo (ministro con Alfonso XII y con Alfonso XIII) y el propio Posada Herrera. En 1928, los dos centros escolares cerrarían sus puertas y quedarían integrados en la escuela nacional mixta, inaugurada aquel año en la misma ubicación que tiene hoy el Colegio “Peña Tú” en la calle Celso Amieva. 

Antes y después de ese momento, la figura insigne de la escuela de niñas fue la maestra ovetense Soledad Mieres Pérez (1868-1944), esposa del secretario del Ayuntamiento, Tomás Estévez. Doña Solita, como la llamaban, católica, republicana y sanrocuda acérrima, ponía el alma en todo lo que hacía, especialmente a la hora de enseñar a las niñas de familias pobres. Como recordaba María Luisa Castellanos, “daba a la hija del más modesto marinero una explicación de Física, lo mismo que a la alumna de familia acomodada enseñaba a colocar un remiendo”. Cuando el agotamiento la apartó de su labor en 1935, fue sustituida durante tres meses por una muchacha recién titulada por la Escuela de Magisterio. La joven maestra se llamaba Dolores Medio, vivía en la propia casa de los Estévez-Mieres y mostraba aficiones literarias. Algunas veces, acompañada de doña Solita, asistía al novenario de San Roque y a mítines en el Benavente; otras, paseaba en soledad junto al mar, ajena a los tambores de guerra. En el Paseo de San Pedro alumbraría la idea de escribir su primera novela (“Mar y cielo”).  

(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el sábado 20 de noviembre de 2021). 

(Del proyecto de Bonifacio Garro para la reforma de la antigua Casa Consistorial de Llanes, 1875).


sábado, 23 de octubre de 2021

GESTIÓN CULTURAL Y 'MARCA ASTURIAS'. UN ARTÍCULO DE ADOLFO CAMILO DÍAZ




Pepe, Higinio, Mael... y los demás




DOLFO CAMILO

Ún de los más guapos cantares d’Amaral (‘Marta, Sebas, Guille y los demás’) valnos p’acordanos d’un colectivu profesional qu’aveza tar en zona de sombra, dando lluz a aquellos o aquelles que de verdá lo merecen: creadores y… espectadores. Falo, cómo non, de los ‘xestores culturales’, cuantayá reconocibles como ‘animadores’, depués como ‘técnicos’ y, d’un tiempu a esta parte, como ‘programadores’.

La inesistencia d’una denominación única y formal pa estos profesionales evidencia la indefinición d’ unos perfiles llaborales que tovía nun sabemos bien si vienen de los pregoneros del renacimientu (y entós, ún de los sos santos de referencia sedría San Lázaro de Tormes, qu’asina acabó los sos díes) o, buscando referencies anteriores, de los mesmos bufones medievales, eso sí, pasando pelos maestros de ceremonies victorianos, los buhoneros… y en xeneral toa persona que llevare información y entretenimientu, ensi él mesmu ser l’artista, d’un llau pa otru. Vengan d’onde vengan… el casu ye qu’esisten y que son parte fundamental d’eso que llamamos ‘Marca Asturies’ o ‘Marca España’. Y esa esistencia ye tan evidente que, nun país como Asturies, con poca ufierta cultural privada (háiles heroiques como El Huerto de Xixón… Y háiles pirates, como esa fundación tontilloca a la que-y dio por vender el Goya que teníen pa facer caxa!), la ufierta pública qu’esiste (del megaconciertu nun estadiu al cursín de Pathcwork) xestiónenla esos innominaos profesionales, la mayor parte de les veces de bona y digna manera.

Tornemos al títulu: Pepe ye José Paz, que fue ún de los meyores, más eficaces y más discretos xestores de lo cultural llevando la Casa de Cultura de Llanera (realmente, les cases de cultura de Llanera, ún de los conceyos con más y meyores infrastructures d’Asturies. Pepa acaba xubilase: dexa un conceyu, culturalmente armáu, ricu, participativu… Y el so alma tá ehí: de les biblioteques a la Escuela Música; de los milenta talleres a les milenta actividaes teatrales, musicales, artístiques… Si dos palabres definen a una persona, les de Pepe Paz sedríen ‘efectividá’ y ‘humildá’… Palabres concidentes con otru de los grandes, xubiláu poco enantes de que toos pandemiáremos: Higinio del Río, que foi’l xestor cultural que punxo a Llanes nos más reconocibles mapes de la excelencia cultural. ¿Y Mael? Mael ye Ismael González Arias, hiperactivu y illustráu y caudalosu factótum de la cultura en Mieres… Pepe, Higinio y Mael son parte d’una profesión, insisto, poco conocida y poco reconocida porque d’ella, qu’afecta a miles de profesionales y a cientos de miles d’espectadores, namás que sabemos polos resultaos, non polos procesos. Vemos un Festival Infantil, por dir a dalgo aparentemente trivial, y nunca nun valoramos, el tiempu, l’esfuerzu, la dedicación d’esos profesionales pa qu’esi festival llegue dignu y prestosu a los espectadores… Pa qu’esi actu sía inolvidable pa los executantes.

Y con Pepe, Higinio y Mael cómo nun falar d’esi pozu de sabencia que ye Jaime Luis en Castrillón, o d’esi tresuntu de Balzac inagotable que ye Alain Fernández en Carreño o d’esa impecable Julia Rodríguez n’Avilés, o d’esi imparable Manuel del Rivero en Colunga, o d’esos maraviellosos estajanovistes Julia Martín, Carmen Cabanas o Toño Criado en Xixón… Compañeros y compañeres, ente más otros, que tienen apurrío tantu llabor, tantu talentu y tanta estima a eso que sigue, seguimos siendo, el respetable. 


(Artículo publicado en el diario EL COMERCIO el sábado 23 de octubre de 2021). 


Adolfo Camilo Díaz, gerente del Patronato de Cultura del Ayuntamiento de Corvera. (Foto: H. del Río).





domingo, 17 de octubre de 2021

ASIEGO EN LA MEMORIA: UN LIBRO DE FERNANDO FERNÁNDEZ FIGUEROA

El Tío Aquilino con sus alumnos, en la escuelina de Asiego (1925).

 

OPINIÓN                                           

Gente de Asiego


Una fotografía como origen de una crónica familiar del siglo XX 



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

Una vieja fotografía conservada entre dos mundos ha movido al poeta, ensayista y editor Fernando Fernández Figueroa (Ciudad de México, 1964) a recrear la peripecia vital de su familia. La imagen corresponde a un grupo escolar -el maestro y los treinta y seis niños de la escuela de Asiego, en Cabrales- y fue captada en 1925 por un fotógrafo ambulante.  

Esos rostros, alineados en cuatro filas, encierran un gran poder de evocación. Reconvertida en motivo literario, la foto ha dado lugar al libro “Oriundos” (2018), que es una magistral crónica familiar del siglo XX, a caballo entre México y Asturias. En ella, Fernando Fernández sigue el rastro de aquella escuelina y va desvelando, poco a poco, y con exquisita prosa, la densa acumulación de recuerdos y sugestiones que envuelve al maestro, “el Tío Aquilino”, y a sus alumnos. Indaga en los cajones, analiza cartas de ultramar y recaba testimonios en una tarea que tiene algo de ejercicio detectivesco. En el centro de la escena sitúa a sus abuelos paternos, Santos Fernández Bueno (1906-2002) y Fernanda Bueno Bueno (1914-2006), hijo y sobrina del Tío Aquilino y primos carnales entre sí.

Fernanda Bueno había nacido en México, amadrinada por la esposa de Jesús Moradiellos, el primer presidente del Centro Asturiano de la capital, pero desde muy niña, al morir su madre, la llevaron a Asiego, donde pasó su infancia y parte de su primera juventud. Al casarse con Santos en 1933 -tenía entonces diecinueve años- regresó a tierras mexicanas. Su padre, Fernando Bueno Díaz, había vivido en México cuarenta años, desde 1887, y tuvo allí, entre otros negocios, la tienda y cantina “La Hoja de Lata”, en la esquina de Cinco de Febrero y Mesones. De vuelta a Cabrales en 1927, cumplidos los cincuenta y un años de edad, compró muchas tierras y resultaría elegido concejal en la Segunda República. Su hija Fernanda fue la última superviviente de la foto de la escuelina, en la que está ausente Santos, que había emigrado a México en 1923, a los diecisiete años, huyendo de la guerra de África.

Sobre todo, Fernando Fernández refleja las circunstancias de la emigración. El viaje de su bisabuelo en la bodega de un barco, “en la que iban, igual que si fueran animales, cientos de hombres de todas las edades, entre vómitos y blasfemias”, es una de las estampas de más dramática elocuencia que ofrece al lector. La acogida inicial del abuelo en la Sociedad Española de Beneficencia, las noches durmiendo detrás del mostrador de la tienda de abarrotes y los años de sacrificio previos al estatus de prosperidad y riqueza son otras de las situaciones, personalizadas y contextualizadas, a las que saca punta en su relato.

La tierra de procedencia está muy presente. “En algunos aspectos, la vida de Santos y Fernanda en México transcurrió como si nunca hubieran salido de Asiego”, nos dice el autor, que da visibilidad a más de cincuenta vecinos de distintas épocas y registra momentos esenciales del pasado y del presente de la localidad de los Picos de Europa, como la Guerra Civil, la concentración parcelaria y la agonía de la vida tradicional en aras del turismo.

También Llanes se asoma a las páginas de “Oriundos”, con referencias al fotógrafo Cándido García, a El Coritu (que en 1936 salvó la vida de Fernando Bueno Díaz) y al Mayorazu de Porrúa, al que Alberto Niembro Turanzas, relevante hijo de Asiego, dedicó un célebre librito.

La desorientación del abuelo Santos al final de sus días, cuando ya no sabía si estaba en México o en España, viene a ser un conmovedor remate a la historia, una apropiada metáfora para expresar dos rasgos característicos de muchos de quienes tuvieron que emigrar a América: la integración plena en el país de adopción y el latido de un corazón dividido. 

(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el lunes 11 de octubre de 2021). 




Fernando Fernández Figueroa (Ciudad de México, 1964).




LLANES: LORENZO LAVIADES, UN ESCRITOR OLVIDADO

 

OPINIÓN                                           

La inspiración en un billete de metro


Trigésimo aniversario del fallecimiento de Lorenzo Laviades, un escritor llanisco ignorado por sus paisanos, autor de relatos breves y de la novela costumbrista "Blas el pescador" 



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

Lorenzo Laviades Fernández (Llanes, 1908-Llanes, 1991) pasó gran parte de su existencia en Madrid, siempre al lado de sus hermanas, María, Isolina y Carmen, solteras como él. Empleado en una sucursal bancaria, era al terminar su jornada laboral cuando empezaba realmente a vivir. Los números y las cuentas, que habían bailado durante ocho horas en su cabeza, se evaporaban entonces y daban paso, hasta la hora de la cena, a una imaginativa factoría de creación de historias. Disponía de una excelente biblioteca, en la que las páginas de los volúmenes, a menudo subrayadas o con anotaciones al margen, remitían a otros libros, a oportunas interrelaciones de temas y autores que le habían dejado huella. Todos los domingos y fiestas de guardar, después de misa, se acercaba a la Cuesta de Moyano, cerca de donde tenía su domicilio, a rebuscar pacientemente entre libros viejos. 

Su vocación literaria se había ido afirmando desde la adolescencia. No era un niño como los demás. Una deformidad en su cuerpo le hacía distinto y le ponía muy difícil poder jugar con sus compañeros en el recreo. Maduró muy pronto. Siempre estuvo delicado, de modo que fue inevitable que se forjase en él un carácter tímido y retraído. Resignado con su fragilidad. En vez de jugar a la pelota, observaba el mundo que le rodeaba y leía a Verne.

Con los años, en su recogimiento interior, Lorenzo Laviades alentaría una narrativa marcada por el humanismo cristiano y el amor al terruño. Su producción literaria está esparcida en las ediciones de El Oriente de Asturias -en cuyas páginas aparecían también esclarecedores artículos suyos sobre política internacional- y en los números extraordinarios que publicaba cada verano el semanario. “La cena a bordo”, “Los caudales de Pepón”, “Razzia”, “La vaca de Gilda”, “Por el Cares arriba”, “Historia de un exiliado”, “Aventuras de Joselín” y “Panchito el Mejicano”, son algunos de los relatos breves que vieron la luz.

De toda su obra, en la que está muy presente el Llanes de su infancia y de su juventud, sólo se ha publicado en formato libro la novela costumbrista “Blas el Pescador” (1986). En ella se recrea el modus vivendi de los años 20, un microcosmos en el que cobran protagonismo rincones urbanos como la Peña Redonda (ya olvidada por los llaniscos) o la Callejina de las Brujas, instituciones como el Colegio de La Arquera, tipos esenciales de la sociedad local, como los pescadores, los indianos o los señoritos del Casino, y una visión nostálgica de la actividad de las fábricas de conservas de pescado, la costera del bonito y el trajín callejero de las pescaderas.

Laviades sabía dar buenos consejos a los que empezábamos a escribir, e insistía siempre en una cosa: cuando llega una idea, hay que atraparla al instante para que no se escape. “Si estás ya metido en la cama para dormir y te viene la inspiración, enciende la lámpara, levántate y anota la idea, porque pasará de largo y no te vendrá más”, decía. En Madrid, cuando las musas le pillaban a él entre las estaciones de Sol y Atocha, sacaba en seguida el bolígrafo y escribía en el billete de Metro, con letra pequeñísima, el esquema de su próximo artículo.

Nada más jubilarse, regresó con sus hermanas a su villa natal, donde pasó los últimos años de su vida. Murió sin alterar ni un ápice su educado retraimiento, su timidez y su secreta costumbre de dar dádivas a los necesitados. Al cumplirse ahora treinta años de su fallecimiento da mucha pena el desconocimiento que se tiene de él y de su obra en Llanes.

(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el miércoles 29 de septiembre de 2021). 




sábado, 25 de septiembre de 2021

GESTORES CULTURALES DE ASTURIAS. UNA REUNIÓN EN LLANES


Ramón Quirós, Higinio del Río, Jaime Luis Martín, Adolfo Camilo Díaz, Julia R. Franco, Julia Martín, José Paz, Margarita Alonso, Alain Fernández, Juan Amieva, Ismael González Arias y, agachado, Antonio Criado, en Llanes. 




Cultura llanisca por treinta años


Higinio del Río celebra su aniversario como gestor municipal rodeado de compañeros de toda Asturias 



Llanes, M. R. 

Higinio del Río Pérez, colaborador de LA NUEVA ESPAÑA, ha cumplido treinta años como director de la Casa de Cultura de Llanes. Con ese motivo, se celebró en la villa llanisca un almuerzo en el que el periodista y gestor cultural estuvo acompañado por los técnicos culturales del Principado de Asturias más vinculados a su trayectoria personal y profesional: Margarita Alonso Saiz (artista plástica y profesora de Dibujo y Pintura), Juan Amieva Vega (departamento de producción del Teatro Jovellanos de Gijón), Antonio Criado (director de programación del Teatro Jovellanos de Gijón), Adolfo Camilo Díaz (gerente del Patronato de Cultura del Ayuntamiento de Corvera), Alain Fernández (coordinador del Centro Cultural Teatro Prendes de Candás), Ismael González Arias (director de la Casa de Cultura de Mieres), Jaime Luis Martín (director del Patronato Municipal de Cultura del Ayuntamiento de Castrillón y del Valey Centro Cultural), Julia Martín Guerrero (directora del Centro Municipal Integrado de Pumarín, Gijón), José Paz (director de la Casa de Cultura de Llanera), Ramón Quirós (director de la Fundación Municipal de Cultura de Siero) y Julia Rodríguez Franco (directora de los centros culturales municipales de Avilés y responsable de programación del Teatro Palacio Valdés). 

Higinio del Río es director de la Casa de Cultura de Llanes por oposición desde febrero de 1990. Licenciado de grado en Periodismo por la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, ha publicado cinco libros: “Asturianos en Madrid”, “Crónica cultural. Una aproximación a la Casa de Cultura de Llanes”, “Dimes y diretes. Entrevistas a famosos e ilustres”, “Llanes y la invasión napoleónica” y “Joaquín Ortiz, un arquitecto racionalista”.

El encuentro se desarrolló en tono distendido y los asistentes disfrutaron de una agradable sobremesa, animada con interesantes y divertidas conversaciones. 


(Crónica de Mariola Riera, publicada en el diario LA NUEVA ESPAÑA el jueves 20 de febrero de 2020). 


Isamel González Arias, en primer término. 


 

sábado, 4 de septiembre de 2021

LLANES Y EL RELEVO DE RODRÍGUEZ-VIGIL POR ANTONIO TREVÍN EN LA PRESIDENCIA DEL PRINCIPADO

Despcho del director de la Casa de Cultura de Llanes (Foto: H. del Río, junio 2020).


OPINIÓN                                           

Un traspaso de poderes lejos de la capital



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

Asturias amaneció en mayo de 1993 sacudida por el “petromocho”, el repentino escándalo surgido tras el anuncio de una supuesta y multimillonaria inversión saudí para construir una industria petroquímica en Gijón, que al final resultaría ser una engañifa. El presidente del gobierno regional, el socialista Juan Luis Rodríguez-Vigil Rubio, presentaba su dimisión y se producía entonces en el centro del poder político asturiano un obligado cambio de guión que aupó a Antonio Trevín Lombán. El maestro de escuela, alcalde de Llanes y diputado regional resultaría elegido por el grupo parlamentario del PSOE para el relevo.

El traspaso de poderes -más bien, la entrega de información esencial y sensible por parte del presidente dimitido- tuvo lugar en un inusual escenario, alejado de los focos mediáticos de Oviedo: el despacho del director de la Casa Municipal de Cultura de la villa llanisca, que sería discretamente ocupado por ambos políticos, solos y sus circunstancias, a lo largo de dos o tres mañanas, ante los retratos fotográficos de Pedro Pérez Villa, “el Sordu”, y de Pilar Pérez Bernot, la de La Pilarica (hechos, respectivamente, por Cándido García Ovejas, en 1916, y José García Arco, en 1942).

En la atmósfera de ese lugar, antiguo palacio del político decimonónico José de Posada Herrera (Llanes, 1814-Llanes, 1885), flota un empaque histórico, perceptible incluso a los ojos de los advenedizos y advenedizas. Sus paredes conservan el eco de la alta política de Estado, aunque el ilustre dueño de la mansión, en palabras de Sosa Wagner, no pudo pasar en su tiempo de la segunda fila política, pues Narváez, O’ Donnell y Espartero “le comieron la tostada”. Posada, que tuvo allí siempre su despacho, su rincón íntimo de trabajo, fue, en todo caso, una figura colosal: padre del Derecho Administrativo, diputado y senador, director general de Instrucción Pública, ministro de Gobernación, embajador ante la Santa Sede y presidente del Consejo de Estado, del Congreso de los Diputados y del Consejo de Ministros (es, hasta la fecha, el único asturiano que ha llegado a presidir el Gobierno de España).

Ocupar esa estancia (que hoy, como estamos viendo desde hace un año, es objeto de deseo obsesivo y cómico) es el privilegio que lleva consigo el ser director o directora de la Casa de Cultura de Llanes. Se ubica en el ala oeste del palacio de los Valdés Posada (en el que murió Posada Herrera, no en el que nació), está en la segunda planta y se accede a ella a través de un estrecho paso abierto en la galería desde la sala de estar de la mansión, convertida en el salón de actos del centro cultural desde su inauguración en diciembre de 1987. Una puerta trasera permite el acceso a una escalera de factura medieval que sube a una torreta almenada, sobre la calle lateral, y desciende al patio palaciego y a la finca anexa que hoy es propiedad de la familia Tamés.

Después de las jornadas de trabajo con Trevín en aquel despacho, Rodríguez-Vigil abandonaría la política y se dedicaría a dar conferencias y a escribir libros (uno de ellos, titulado “Bruxas, lobos e Inquisición”, sobre el proceso judicial en el siglo XVII a una misteriosa mujer de Posada de Llanes llamada Ana María García). Trevín, por su parte, presidiría el Ejecutivo regional hasta las elecciones siguientes (1995) y sería luego delegado del Gobierno en Asturias, presidente del Consejo de Comunidades Asturianas y diputado del Congreso en Madrid, hasta su renuncia al escaño por insalvables desavenencias con Pedro Sánchez. 

(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el martes 31 de agosto de 2021). 


viernes, 30 de julio de 2021

PASEO DE SAN PEDRO: UN MOBILIARIO ETERNO, CAMBIADO AHORA ABSURDAMENTE

Horizontalidad y paralelismo con el muro y la línea de la mar. (Foto: H. del Río).  



OPINIÓN                                           

Abordaje del feísmo


La inexplicable sustitución de los bancos de hormigón 



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

La escenografía del Paseo de San Pedro -que define el argumento más contundente del litoral urbano llanisco- es el resultado de un lento proceso de urbanización iniciado a mediados del siglo XIX y completado a finales del XX. No le falta ni le sobra nada en su condición de paisaje extraordinariamente singular. Desplegada sobre un brazo de pura roca, es metáfora de lo perenne y nexo intergeneracional de los pobladores de la villa de Llanes.

Su configuración, tal como la vemos hoy, se terminó de fijar en 1998, tras recorrerse un largo camino a golpes de voluntarismo y planificación: ingentes trabajos, en la primera fase, para allanar el terreno y extender toneladas de tierra; cambio de posición del canapé; adecuación de la Cueva del Taleru, sin alterar la fisonomía que presentaba cuando sirvió de cobijo a los atalayeros; plantación de tamarindos, siguiendo la sugerencia de algún indiano sabedor de que esos árboles son capaces de enraizar en terrenos expuestos al salitre; y reconstrucción y reforma de la torre vigía en 1928. Las obras llevadas a cabo desde la terminación de la Guerra Civil en Asturias hasta la década de los años 60, aunque discontinuas, decantaron aspectos formales, tales como la reposición, en 1938, de la cruz sobre la bóveda de la Cueva del Taleru, o la reinstalación, en un monolito robustecido, de la lápida en recuerdo de Posada Porrero, derribadas ambas al inicio de la contienda. En 1967, con Aurelio Morales Poo en la alcaldía, se retomó un plan municipal de 1952 para la prolongación del belvedere hasta el antiguo vertedero de basura, del que las únicas realizaciones hechas hasta entonces habían consistido en adecuar la subida desde el Sablón y plantar más tamarindos. En la nueva intervención se colocaron ocho bancos de hormigón. Vinieron a sumarse a los de piedra instalados durante el primer tercio de siglo en la zona próxima a la Punta del Guruñu, en el interior de la cueva, en el entorno de la torre del mirador y frente a la escalinata principal de acceso, y se completó así un adecuado mobiliario, que incluía asientos de madera con estructura de hierro, como los del parque de Posada Herrera. (Carmen Polo, la esposa de Franco, se asomaría al lugar en 1971, en una visita casi con aires de reinauguración). Muy posteriormente, sería el alcalde Manuel Miguel Amieva quien alargaría el paseo en cuatrocientos metros más.    

En paralelo, durante los años 40 y 50 se acometió la mejora de los aledaños del Sablón: se eliminó la rampa lateral que descendía al arenal; se desmontó el puente, que salvaba un desnivel en el camino al antiguo cementerio, se rellenó ese tramo, y se construyó la soberbia pared semicircular de la playa, con una escalera de dos brazos en la parte central (trabajos en los que participaron canteros como Alonso Sordo Turanzas  y los hermanos García Fervienza).

En esa escenografía diseñada para la eternidad algo cambió, de repente, en 2017: los ocho bancos de hormigón, colocados entre los tamarindos cincuenta años atrás -y destinados a durar hasta la próxima glaciación-, desaparecieron. Un patrimonio esfumado por las buenas; el valor añadido de la acumulación de un tiempo histórico común, reemplazado, inexplicablemente, por la estética de unos asientos de madera que diríase que están sacados de la sala de espera de una estación ferroviaria de la posguerra. Fue un inesperado abordaje del feísmo. Aquéllos bancos, además, no suponían coste alguno de mantenimiento, en tanto que éstos están condenados a la constante agresión de las pintadas y a tener que ser lavados, lijados y repintados, como pudo comprobarse a las primeras de cambio.

(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el sábado 17 de julio de 2021). 


Los bancos de hormigón, reemplazados ahora y en paradero desconocido, tenían el poso de la historia y son patrimonio común e intergeneracional de los llaniscos. (Fotos: Archivo de H. del Río).




HUGH THOMAS EN EL PASEO DE SAN PEDRO

De izquierda a derecha, Hugh Thomas, Juan A. Pérez Simón y Manuel Miguel Amieva, en la Casa de Cultura de Llanes. (Foto: H. del Río).

 

OPINIÓN            

                                                   

Cuatro horas con Hugh Thomas


De cuando el hispanista británico encontró en Llanes la huella de la Legión Cóndor 



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

El Paseo de San Pedro es perfecto como observatorio para desentrañar arcanos  de la historia. Ofrece perspectivas, a modo de pentagramas, y sugiere argumentos con los que poder explicar los avatares grandes y pequeños de Llanes. Hace diez años, en una soleada mañana, estábamos juntos allí Hugh Thomas (1931-2017), Juan Antonio Pérez Simón y yo, contemplando el panorama, “con el culu a la mar y cara a La Pereda”, como habría dicho Tomás del Cueto Vallado, el ocurrente cura párroco de finales del siglo XIX. El hispanista británico, fallecido el pasado 7 de mayo, pasaba una breve temporada en Llanes, invitado por el empresario astur-mexicano, y el entonces alcalde llanisco, Manuel Miguel Amieva, me había encargado que acompañara a los ilustres personajes como guía.

Fueron cuatro horas (una mañana entera) de las que dejan huella. Propuse que nos dirigiéramos al emblemático paraje desde el que se divisa la costa y la montaña, y allí inicié un recorrido que pasaba por la presencia neolítica de Peña-Tú, la memoria de la Puebla de Aguilar, el Fuero concedido por Alfonso IX y el amurallamiento de la villa en el siglo XIII, la impronta imborrable del Gremio de Mareantes de San Nicolás, la dinastía de los Pariente, la llegada del Príncipe Carlos, las incursiones piratas de bretones, ingleses y holandeses, la invasión napoleónica, Posada Herrera, la aventura indiana…

El paisaje que teníamos delante era el guión del relato. “La altiplanicie que divisamos a la izquierda, actual campo municipal de golf, fue durante la Guerra Civil un activo campo de aviación. Primero fue utilizado por el alto mando republicano, que contaba aquí con varios pilotos soviéticos, y a partir del 5 de septiembre del 37, por la Legión Cóndor, uno de cuyos integrantes era Adolf Galland… En su autobiografía, por cierto, Galland describe con gracia la belleza del litoral llanisco y la peculiar ubicación del aeródromo”, les conté de pronto.

Al oír aquello, la flema del autor de “La Guerra Civil Española” se alteró levemente. Con los ojos iluminados miró a Pérez Simón y preguntó si nos podíamos acercar hasta la Cuesta, para ver in situ el antiguo escenario bélico sacado por mí a colación. En el transcurso del viaje seguí explicando argumentos a vuela pluma, y al pasar por la Concepción no me olvidé de decir que Villa Partarrío, la mansión de Parres Sobrino, había alojado a los integrantes de una unidad alemana de apoyo artillero.

Al atravesar Cue, Juan Antonio Pérez Simón hizo una afirmación sorprendente pero que venía muy a cuento: “Este pueblo, Hugh, fue la judería más importante que tuvo Llanes”.

Arriba, mientras contemplábamos lo que se ofrecía a nuestros ojos, hablamos del arquitecto Joaquín Ortiz, autor en 1931 de los primeros estudios y bocetos para convertir aquel paraje en un aeródromo, y del hangar construido en el verano de  1936, que tanta admiración causaría entre los aviadores rusos y alemanes. Había mucho que contar. “Aparte de Galland, tenemos noticias de otros dos pilotos de la Cóndor que estuvieron destinados aquí: Heinrich Neumann, oficial médico, y Walter Adolph, que el día de su llegada sufrió un accidente y su aparato se deslizó violentamente hasta las proximidades de La Boriza”, añadí.

El programa histórico-turístico de aquel día con Hugh Thomas continuaría en el Archivo de Indianos de Colombres, con especial detenimiento en la sección en la que se muestran los objetos y documentos donados por la familia del general republicano José Miaja, presidente de la Junta de Defensa de Madrid, y terminamos la excursión en La Barata, donde me tocó escanciar unos culines entre otras esporádicas referencias a Galland, “al que el campo de aviación le había parecido la azotea de un rascacielos junto a la mar”. Thomas, de pocas palabras, no perdía detalle. Parecía querer memorizarlo absolutamente todo.

(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el sábado 27 de mayo de 2017). 







LLANES: ÁRBOLES EN EL PASEO DE SAN PEDRO

(Foto: Archivo de H. del Río). 

 

OPINIÓN            

                                                   

Muerte de un tamarindo


Las fotografías de Rodríguez Trespalacios como crónica del Llanes contemporáneo 



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

Tan minúsculos y tan frágiles, los árboles del paseo de San Pedro -unas docenas de tamarindos plantadas en el último cuarto del siglo XIX- parecen poca cosa en medio de la inmensidad que se divisa desde allí. Casi nadie se fija en su presencia y apenas dan sombra, pero pertenecen a un paisaje que resultaría irreconocible sin ellos. Oviedo ya no tiene su carbayón; Madrid se ha quedado sin madroño, sin oso y sin centralismo; pero los llaniscos seguimos conservando nuestros tamarindos, supervivientes fronterizos entre la tierra y la mar. Uno de sus principales valedores era Félix Martínez Marco (1911-2002), el veterinario municipal de Llanes, un científico metido en la piel de un romántico, al que alguna vez veíamos enderezar y enraizar tamarindos abatidos por la acción de los vientos y de los gamberros.

(A don Félix, pionero en las técnicas de inseminación artificial aplicadas al ganado vacuno, le cupo el honor de ser el único veterinario en la historia de Llanes que tuvo como paciente a uno de los reyes de la fauna africana. Hace 60 años, una noche le fueron a buscar los municipales por una causa mayor: el hipopótamo de un circo instalado en Las Marismas se había puesto muy malo, con un estreñimiento terrible. Allá fue don Félix, que metió en su maletín un par de jeringuillas de gran calibre, como para vacunar a King Kong. El paquidermo le recibió muy tranquilote pero con los ojos tristes de un ogro bonachón. El veterinario palpó la epidermis del hipopótamo, mientras éste lo miraba de reojo, adormilado. Al intentar ponerle la inyección, la jeringuilla se quebró como un mondadientes, y el veterinario, que en lo tocante a talante tranquilo nada tenía que envidiar al paquidermo, esgrimió la jeringa de repuesto, buscó en la mole gris otra zona más propicia y, ¡zas!, consiguió poner la banderilla. Al cabo de unas horas el animal se desatascó y el circo volvió a irradiar luces y espectáculo en aquel escenario de la posguerra).

José Ramón Rodríguez Trespalacios (Llanes, 1940) no quiere que lo llamen fotógrafo, pero se pasa la vida haciendo fotos. Ha puesto en formato JPG la crónica del Llanes contemporáneo y acumula tal número de imágenes, que llevaría años contarlas y clasificarlas (un material que ha de ser muy útil a los historiadores locales del futuro). La obra del puerto deportivo, por ejemplo, la está plasmando con mucho detalle en un conjunto de secuencias que para sí querría la autoridad portuaria.

En sus trabajos más recientes José Ramón, “el de El Siglo”, se nos revela como un poeta a flor de piel. Más que una serie fotográfica, lo que ha hecho esta vez es un poema dictado por la tristeza. El protagonista es un tamarindo que encontró este invierno tumbado y malherido por un temporal. Le hizo fotos a diario, siguiendo de cerca la evolución de su estado de salud, y al cabo de un tiempo observó que aquel árbol, ignorado y aparentemente agonizante, se aferraba con éxito a la madre Tierra. En primavera, empezaron a retoñar sus ramas, y José Ramón veía en ello una lección de esperanzada lucha por sobrevivir. Cuando ya había recuperado las constantes vitales, el arbusto apareció una tarde troceado por una motosierra. El fotógrafo quedó estupefacto, pero siguió haciendo más instantáneas para completar la serie iniciada meses atrás. El resultado de todo ese conjunto deja un sabor amargo (es como una metáfora de la amenaza de la eutanasia a un nivel más general). Por primera vez en su vida le ha salido un reportaje fotográfico con una moraleja descorazonadora.


(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el viernes 13 de mayo de 2011). 

 


lunes, 19 de julio de 2021

CELSO AMIEVA: JUDÍOS Y CAMPOS DE CONCENTRACIÓN EN FRANCIA

 

José María Álvarez Posada, Celso Amieva.



OPINIÓN            

                                                   

Judíos en la obra de Celso Amieva


Pormenores de un testimonio sobre los campos de internamiento franceses en los años 1939-1944 



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

La minuciosa aproximación de Eugen Kogon a la sociología de los campos de exterminio nazis (acaso el estudio más exhaustivo que se ha publicado hasta ahora sobre la escenografía del Holocausto) puede encontrar un adecuado complemento en el testimonio de Celso Amieva sobre su experiencia en los campos de concentración franceses, vivida entre 1939 y 1944. En el relato autobiográfico “Asturianos en el destierro”, Argèles, Barcarés, Perpiñán y Bram son telones de fondo ante los que discurren y se entrecruzan las vidas de los republicanos españoles internados allí y las de un puñado de judíos de toda Europa. “Allá adelante, rumor de mar. Allá atrás, rumor de pinos. En torno nuestro, rumor de colmena humana”, apunta Celso Amieva en la descripción de la puesta en escena.


Son instantes previos a la gran tragedia que se estaba cociendo, movimientos preparatorios de la “Solución Final”, y Celso Amieva no olvidará los nombres, apellidos e incluso detalles de las desdichadas circunstancias de unos cuantos apátridas hebreos, que van apareciendo en su barracón como personajes secundarios, a los que clasifica y aplica adjetivos con precisión. Según nos cuenta, a partir de la invasión de la URSS por la Wehrmacht, Argèles y los demás campos se irían llenando de extranjeros, judíos en su mayor parte, que residían en Francia: médicos, ingenieros, profesores, industriales, músicos, escritores…

En Barcarés coincidirá con Isaac Pochter, un judío ruso que formaba parte de la delegación cinematográfica de la Unión Soviética en París, con el que ya había estado en Argelès y de quien se había hecho muy amigo. La relación con los reclusos judíos era inevitable y enriquecedora. Allí estaban el dentista Donath, el abogado Leonhard Holz, el técnico industrial Robert Grün, el actor Benno Feldman, el tendero Schloss, el cantante Schulmann, el comerciante de sombreros Benyacar y los viajantes Tibor Jaeger, Berdichevski, Kahn y Nebenzahl, quienes, en cierta ocasión, llegaron a compartir con Celso Amieva latas de conservas y botellas de buenos vinos, conseguidas gracias a Pau Casals.

Dormía en la “barraca de enchufados” junto a un grupo de judíos en el que figuraban el anciano polaco Lewinsky (a la sazón, jefe y guardián de aquel espacio), el sefardí de Salónica David Tampoh (silencioso y atento siempre a todas las conversaciones, lo que al principio hizo temer a sus compañeros que fuera un chivato de los guardianes), el “fanático” sionista, también polaco, Abraham Golomb y el “frívolo embustero” húngaro Geza Weisz.

En Arles-sur-Tech se apearán el ruso Israel Pen y otros doscientos judíos más, cargados de maletas y procedentes del campo de Rivesaltes, al frente de los cuales iba un tal Rozmarine, con aspecto de galán de cine. Y en Ille-sur-Têt y en Bram, entre periódicas redadas de la Gestapo, Celso Amieva entra en contacto con un joven rabino holandés apellidado Fink, que le explicará la influencia de los salmos hebreos en los cantos espirituales negros y en el jazz. “¿Crees casual el hecho de que en Norteamérica, antes y después de Gershwin, los más famosos compositores de esa música llamada negra sean judíos?”, le dijo una noche, al término del sabbat.

Con todos esos mimbres del universo concentracionario, el poeta llanisco compondría una crónica del desarraigo muy personal, llena de anhelos de fraternidad y crudamente ilustrativa de lo que estaba pasando en aquella Europa pisoteada por los totalitarismos. 


(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el sábado 29 de junio de 2019).