lunes, 29 de enero de 2024

HENRY KISSINGER Y MELCHOR F. DÍAZ: UNA CONVERSACIÓN EN OVIEDO SOBRE FÚTBOL

 

Henry Kissinger y Melchor F. Díaz, celoriano de adopción..


Forofismo y política internacional 



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ


En Henry Kissinger (1923-2023) el fútbol fue siempre una pasión inveterada. El controvertido ex secretario de Estado norteamericano, impulsor de la distensión con la Unión Soviética y del restablecimiento de relaciones diplomáticas con la República Popular China en los años 70, sabía leer las complejidades de los encuentros y analizar con criterio las tácticas y estrategias del juego. Podría haberse ganado la vida como comentarista deportivo.

Nacido en Fürth, Baviera, hijo de padres judíos, Heinz Alfred Kissinger Stern había empezado de crío a patear un balón en las instalaciones de la sociedad deportiva hebrea Bar Kochba de Núremberg. Llegó a jugar luego con los juveniles del club local de fútbol Spielvereinigung Fürth, de primera división. La judería de Fürth, consolidada ya en el siglo XVI, contaba con hospital propio desde 1653 y era un paradigma de asimilación. En tiempos de la República de Weimar su población representaba la cuarta parte del censo de la localidad.

Todo dio un vuelco trágico a partir de la llegada de Hitler a la cancillería en 1933. En la “Noche de los cristales rotos” (9 de noviembre de 1938), inicio de la Shoah, los ataques perpetrados en Fürth contra familias y propiedades judías quedarán reflejados en un reportaje gráfico -uno de los más amplios que se conserva de aquellos hechos- realizado por fotógrafos que acompañaron a las SA durante el pogromo. Hacía tres meses que los Kissinger habían emigrado a Estados Unidos. Heinz, que tenía quince años, no regresaría a Alemania hasta la derrota del Tercer Reich. Lo haría formando parte de la sección de Inteligencia Militar de una división norteamericana y actuaría como traductor en interrogatorios a agentes de la Gestapo.

Aquel joven estudiaría después en Harvard, se afiliaría al Partido Republicano y rediseñaría el orden internacional, pero siempre con el balompié metido en la cabeza. En los Estados Unidos de la segunda mitad del siglo XX nadie promocionaría el fútbol tanto como él. Cuando se retiró de la primera línea política influyó decisivamente en el fichaje de Pelé y Beckenbauer por el Cosmos de Nueva York y consiguió que Estados Unidos organizara el campeonato mundial de 1994. Su gran triunfo.

Una exposición sobre la presencia judía en la historia del fútbol alemán, organizada en Fürth coincidiendo con el Mundial de Alemania (2006), rendiría homenaje a Kissinger con un original y elocuente golpe de efecto. La muestra se titulaba “Kick it like Kissinger” (“Patéala como Kissinger”), y entre los contenidos se recogía la memoria de hombres como Walther Bensemann (1873-1934), jugador, creador de clubes y fundador en 1920 de la famosa publicación deportiva “Kicker” (que sigue siendo la principal de Alemania en su género); el austriaco Hugo Meisl (1881-1937), jugador, entrenador y audaz pionero de la profesionalización del fútbol, y el mítico goleador Julius Hirsch (1892-1945), víctima de los nazis en el campo de exterminio de Auschwitz.

El ex mandatario, que nunca fue jurado de los Premios Príncipe de Asturias, acudiría a Oviedo a finales de 1993 para dar en el Teatro Campoamor una conferencia sobre política internacional. Visitó la redacción de LA NUEVA ESPAÑA y fue invitado a almorzar en la primera planta del edificio de la calle Calvo Sotelo 7. Durante la sobremesa, Melchor F. Díaz, director entonces del periódico, sacó a colación el tema del fútbol, y Henry Kissinger se explayó a gusto. “Tenía un vozarrón tremendo”, recuerda hoy el periodista de El Entrego. 


(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el viernes 26 de enero de 2024). 








Henry Kissinger Stern, a los 8 años de edad, en su Fürth natal (1931).

Con Pelé en 1975, cuando el futbolista brasileño debutó en el Cosmos de Nueva York..








lunes, 15 de enero de 2024

MALEABILIDAD DE HIERRO EN COMILLAS

  

Cementerio de Comillas. A la derecha, el ángel blanco, obra del escultor barcelonés Josep Llimona i Bruguera (1863-1934)



Un escultor llanisco restaura la verja diseñada en 1893 por Doménech i Montaner para el cementerio de la localidad cántabra 



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

La senda emprendida por Antonio Sobrino Sampedro en los años noventa parte de un diálogo permanente entre el fuego y el hierro. De temprana vocación artística, este escultor nacido en 1970 ha sabido aprovechar todos los recursos a su alcance. De su tío abuelo Emilio Sobrino Mier, condiscípulo de Juan de Ávalos en la Escuela de San Fernando, aprendió fundamentos de talla, dibujo y pintura; en paralelo, de la mano de su tío Antonio Sampedro Marcos se iniciaría en el oficio de forja en la herrería familiar de Bricia, en la que su abuelo materno, Antonio Sampedro Collado, se había dedicado a hacer carros de labranza y enrejados. Golpe a golpe, Antonio Sobrino Sampedro acumula ya, apasionada y pacientemente, tres décadas de trabajo, que desde 1992 comparte con Mercedes Cano Redondo (Madrid, 1971) en una unión profesional y personal a todos los efectos.

En 1994 empezaron su proyecto “Hierro vivo”, al que siguen entregados, y en 1999 participaron en un taller de escultura impartido por Martín Chirino en la Fundación Botín de Santander. A estas alturas contabilizan en común obras repartidas por muchos lugares, como “El Estudiante” (1995), en el Campus de Humanidades de la Universidad de Oviedo; “Esperanza” (1999), escultura móvil eólica inaugurada por la Reina Beatriz en la localidad holandesa de Wijk aan Zee; “Trilobite” (2001), en los jardines del Centro de Escultura Museo Antón de Candás; “Con tempo” (2002), una intervención en el casco histórico de Llanes que supuso la colocación sobre el empedrado de 93 placas de metal, en las que figuran frases extraídas de poemas de Celso Amieva; “Lluvia” (2003), en el patio de la Casa Consistorial llanisca; o “Domus” (2006), pieza triplicada que se muestra en espacios públicos de tres localidades hermanadas: Llanes, Adeje (Tenerife) y Tías (Lanzarote).

Su vida está centrada en el taller de fragua de la casa en la que residen, en la localidad de Barro, donde doman materia incandescente, despliegan repertorios y conjugan formas y lenguajes que asemejan movimientos de la naturaleza. Sus obras de gran formato están concebidas para interactuar con el entorno (lo que resulta evidente en la exposición “Cardumen”, presentada el mes pasado en el Centro de Arte Contemporáneo de Villapresente, en Reocín, Cantabria); al propio tiempo, dan forma a sutiles trabajos de escala más pequeña, en los que combinan el hierro con la madera y la cerámica. 

El mejor conocedor del quehacer de la pareja, el crítico Ángel Antonio Rodríguez, ha pergeñado las características esenciales en la obra de ambos: la transmutación del hierro en metáforas; la visión poética de lo matérico; la maleabilidad; el equilibrio con el espacio circundante; la sugerencia de introspección; saber leer la materia y ponerla en contraste con referencias morfológicas y constructivas.

Escultores y herreros, artistas y artesanos, Antonio y Mercedes aúnan vanguardia y tradición, y cada vez son más reclamados desde fuera del Principado. Recientemente, les fue encargada la restauración de la verja del antiguo cementerio de Comillas, en cuyo centro se conservan las ruinas de un templo gótico, un espacio histórico que había sido reformado en 1893 por Doménech i Montaner. El arquitecto catalán agrandó el camposanto, lo rodeó de una cerca de mampostería, escalonada para adaptarse al terreno y rematada por pináculos, y diseñó para el arco de entrada una monumental verja modernista, en la que resalta la simbología cristiana. Esa es la pieza que acaba de restaurar Sobrino. En la tarea invirtió dos años, a lo largo de los cuales compuso y ensambló un puzzle de 1.300 elementos nuevos de hierro forjado, idénticos a los originales. Pura orfebrería. 

(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el viernes 12 de enero de 2024). 


ENLACE CON EL PERIÓDICO



La verja modernista, objeto de la singular restauración. 

Placa instalada en el pavimento de la entrada.

Antonio Sobrino Sampedro y Mercedes Cano Redondo, ante la puerta de la histórica necrópolis.