OPINIÓN
(A don Félix, pionero en las técnicas de inseminación artificial aplicadas al ganado vacuno, le cupo el honor de ser el único veterinario en la historia de Llanes que tuvo como paciente a uno de los reyes de la fauna africana. Hace 60 años, una noche le fueron a buscar los municipales por una causa mayor: el hipopótamo de un circo instalado en Las Marismas se había puesto muy malo, con un estreñimiento terrible. Allá fue don Félix, que metió en su maletín un par de jeringuillas de gran calibre, como para vacunar a King Kong. El paquidermo le recibió muy tranquilote pero con los ojos tristes de un ogro bonachón. El veterinario palpó la epidermis del hipopótamo, mientras éste lo miraba de reojo, adormilado. Al intentar ponerle la inyección, la jeringuilla se quebró como un mondadientes, y el veterinario, que en lo tocante a talante tranquilo nada tenía que envidiar al paquidermo, esgrimió la jeringa de repuesto, buscó en la mole gris otra zona más propicia y, ¡zas!, consiguió poner la banderilla. Al cabo de unas horas el animal se desatascó y el circo volvió a irradiar luces y espectáculo en aquel escenario de la posguerra).
José Ramón Rodríguez Trespalacios (Llanes, 1940) no quiere que lo llamen fotógrafo, pero se pasa la vida haciendo fotos. Ha puesto en formato JPG la crónica del Llanes contemporáneo y acumula tal número de imágenes, que llevaría años contarlas y clasificarlas (un material que ha de ser muy útil a los historiadores locales del futuro). La obra del puerto deportivo, por ejemplo, la está plasmando con mucho detalle en un conjunto de secuencias que para sí querría la autoridad portuaria.
En sus trabajos más recientes José Ramón, “el de El Siglo”, se nos revela como un poeta a flor de piel. Más que una serie fotográfica, lo que ha hecho esta vez es un poema dictado por la tristeza. El protagonista es un tamarindo que encontró este invierno tumbado y malherido por un temporal. Le hizo fotos a diario, siguiendo de cerca la evolución de su estado de salud, y al cabo de un tiempo observó que aquel árbol, ignorado y aparentemente agonizante, se aferraba con éxito a la madre Tierra. En primavera, empezaron a retoñar sus ramas, y José Ramón veía en ello una lección de esperanzada lucha por sobrevivir. Cuando ya había recuperado las constantes vitales, el arbusto apareció una tarde troceado por una motosierra. El fotógrafo quedó estupefacto, pero siguió haciendo más instantáneas para completar la serie iniciada meses atrás. El resultado de todo ese conjunto deja un sabor amargo (es como una metáfora de la amenaza de la eutanasia a un nivel más general). Por primera vez en su vida le ha salido un reportaje fotográfico con una moraleja descorazonadora.
(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el viernes 13 de mayo de 2011).
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