domingo, 19 de abril de 2020

RAMÓN MENÉNDEZ PIDAL EN LLANES: "¡ANIMAOS, BAILADORES!"

OPINIÓN                                                               

Pericote a la antigua usanza

De cuando Ramón Menéndez Pidal descubrió el ancestral baile llanisco 



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

Ramón Menéndez Pidal, sobre cuya vida y obra está circulando este año por toda Asturias una exposición, vino a Llanes a primeros de agosto de 1930 a la búsqueda de información sobre canciones y bailes populares. Llegó de la mano de Vicente Pedregal Galguera y de Fernando Carrera Díaz Ibargüen, dos de los más respetados historiadores de Llanes, y le acompañaban sus familiares más cercanos y el escritor y folclorista caraviense Aurelio de Llano Roza de Ampudia.
A don Ramón le fue ofrecida en Pancar una exhibición de folclore, en la que el plato fuerte fue la interpretación, a la antigua usanza, del Pericote, la principal y milenaria danza llanisca. Intervinieron dos triadas y dos mujeres que cantaban y tocaban el tambor, todo sin gaita. Una de las estrofas decía así:

“¡Animaos, bailadores!
¡Animaos a bailar!
Digamos en alta voz:
 ¡¡Viva Menéndez Pidal!!” 

En la crónica del semanario que recoge la noticia nos llama la atención una explícita y contundente denuncia, a vuela pluma,  referida al Pericote, en general, “hoy desvirtuado con la gaita, que no corresponde a la tradición de esta danza”.
De esa idea participaban tanto Carrera como Pedregal, asesores, aquel día, del filólogo e historiador. El primero, al hablar del Pericote, sentenciaría, años después: “nada de gaita, que es un modernismo” (“Reseña histórica de Llanes y su concejo”). Vicente Pedregal, por su parte, dejaría clara también su opinión en el libro “Glosas a la historia de Llanes”: “¡Fuera la manga corta, el zapato de tacón alto, la gaita y el tamboril!”
El Pericote antiguo, cuya conservación es compatible con el ya generalizado y universalizado Pericote que se baila con gaita, y que tanta admiración despierta, es uno de los principalísimos tesoros del patrimonio llanisco, y bajo ningún concepto debe obviarse o dejarse perder. Es esencia. Purismo sin vuelta de hoja. Respeto a la tradición. Autenticidad.
Su pervivencia se la debemos, en buena parte, a la familia Cea Gutiérrez, que empezó a bailarlo sistemáticamente desde 1973, tras aprender los secretos de la danza gracias a Luisa Sotres, “la de Mañín”, prima de la legendaria chigrera María Noceda Sotres, “María Chin Chin” (y una de las mozas que había bailado en 1930 en Pancar ante Menéndez Pidal), y gracias también a Saturnino Gutiérrez González, el indiano de Parres que había presidido el Club Deportivo Llanes. Ese año de 1973 se pusieron a ello los hermanos Antonio y Gema Cea Gutiérrez, junto a Mari Chelo Celorio Santoveña, de La Pereda, y con la inestimable concurrencia de Delifa Berdial Haces, que cantaba y tocaba el pandero, y del tamboritero Cosme Sordo Somohano, de San Roque del Acebal.
Antonio y Gema lo interpretarían varios años en la fiesta de la Virgen de Guía, en triadas que se movían de forma individual, sin trenzarse entre sí, pero dando los mismos pasos, junto a Mari Chelo (o también, en otras ocasiones, junto a Ana Rosa Pérez Sordo, de San Roque del Acebal, Conchita Herrero o Blanca Sanromán), siempre con el único acompañamiento de la voz de Delifa y el tambor de Cosme.
El Pericote antiguo lo bailaron los Cea en fiestas fundamentales, como la de Santa Marina, en Parres, Santiago en Posada, El Cristo de Nueva, San Antolín en Naves, la Salud en Los Altares, San Miguel en Purón, o la Guadalupe en La Pereda. En esta última, sigue estando presente cada año, en el sentido más purista y como una reliquia asombrosamente viva de la identidad llanisca.

(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el sábado 3 de agosto de 2019).



lunes, 13 de abril de 2020

MUJERES DEL LLANES MARINERO


Foto de Ramón Rozas. (Años 40).

Perfiles en el Riveru

Mujeres representativas del Llanes cincelado frente a la mar: la Nena, la Chavalina, Nieves (la de Fabián), Marta (la de Picadina), la Chiqui, las damas de "La Moncloa"... Cada una de ellas ocupa un lugar destacado en la memoria del Llanes marinero, y sus nombres están unidos a la actividad relacionada con la pesca y con la Cofradía de Pescadores "Santa Ana". Ellas y sus familias tejieron experiencias comunes que las hermanan. Y que nos hermanan a los llaniscos. 



TERESA BATALLA DÍAZ (LA NENA)

La Nena pertenece al ambiente del Barriu, un universo llanisco del que era parte también la familia del matrimonio formado por Pedro Pérez Villa (Pedro el Sordu), uno de los personajes populares esenciales del Llanes del siglo XX, y Aurora Bernot García.
La Nena nació en 1929, hija de Ramón Batalla Bustillo (“Camará”), de Llanes, y de Esperanza Díaz Haces, de Onís. Camará y Esperanza tuvieron 22 jiyos. Él era marinero y de joven había estado una temporada en México, donde se le pegó el acento. “Ahorita mismo, mis camaradas”, decía, y por eso le pusieron lo de Camará.
Esperanza vino al concejo llanisco (a Balmori, concretamente) a los 17 años.
La Nena está en nuestro recuerdo siempre vendiendo pescado por las calles, que era lo que más le gustaba. Empezó esta labor con su madre a los 12 años, nada más salir de la escuela de doña Florinda, y lo andaba todo: Poo, Cue, Andrín, San Roque del Acebal, Balmori, Posada, Vibaño, Los Callejos y muchos más sitios. Una vez llegó hasta Onís. Ese día iba con ella de compañera la madre de las Serronas. Un camión de la SADI las llevó hasta Meré, y de Meré hasta Onís fueron ellas andando con su carga de pescado fresco. El regreso lo tuvieron que hacer a pie, y llegaron a casa a las tantas, ya de madrugada.
La compañera habitual en estos trajines de pescadera era su prima Isabel, la Chavalina. En la época de la “jambre”.
La Nena hizo más trabajos. Trabajó en las fábricas de conservas que tenía Llanes (funcionaban hasta 5 o 7 fábricas al mismo tiempo) y andaba a jornales, fregando por las casas. También estuvo cuatro años en la Escuela de Vuelo sin Motor, de limpiadora y de camarera, para dar las comidas y cenas al personal de la base. Allí conoció a un madrileño alto y ceremonioso que estaba haciendo las Milicias Universitarias y que era hijo natural del Rey Alfonso XIII.
En 1952 la Nena se casó con Alfonso (Fonso) García Ruenes y, después de la boda, todavía siguió vendiendo pescáu durante un tiempo. Ella y su marido fueron de los primeros que empezaron a coger ocle. Llevan inseparablemente unidos 63 años.

Fonso nació en la calle Mayor en 1931. Hijo de Manuel García González, de San Vicente de la Barquera,y de Tina (Clementina) Ruenes Felgueres, de Niembro. Al padre, marinero, le llamaban “Garbanzu”, porque de crio dicen que era algo roín (“Mira, paez un garbancín”, comentaba la gente). Era muy “madalenudu” porque había llegado con su familia a Llanes precisamente el día de la fiesta de la Magdalena. Era maquinista de barcos y estuvo enrolado en el “Villa de Llanes”.
La madre vino a la villa a servir; primero, en casa de los Romano, en la calle Manuel Cue (la calle del Llegar) y luego en la de Cosme Sordo, el padre de Emilio, el Turcu.
A Fonso, que era buen estudiante, le sacaron de La Arquera a los trece años y le pusieron a trabajar en la mar, pero se mareaba, el hombre, y tuvo que dejarlo. Luego trabajó en Telégrafos e intentó sacar una oposición en la Caja de Ahorros de Asturias, pero la sacó uno que tenía más recomendación. También trabajó en el Casino, en la cantina, y luego volvió a la mar, a bordo del “San Pedro Apóstol”, echando mano de pastillucas de biodramina para no marearse.

En unos ejercicios espirituales tuvo la suerte de dar con una persona muy buena: la mujer de Rufino Martínez Mouton, el distribuidor de la Campsa en Asturias. Gracias a aquella señora, a Fonso le surgió la oportunidad de trabajar en la empresa de don Rufino en Gijón, donde se establecería con la Nena. Repartió bombonas de butano por las casas, que nunca tenían ascensor, y sacó a la primera el carné de conducir de Primera. Llevó un camión Dodge de la Segunda Guerra Mundial, y luego un trailer, hasta que le pusieron de encargado en un garaje con piso para vivienda. Fonso y la Nena estuvieron treinta y dos años en la villa del Piles. Tienen seis hijos: María Teresa, María Jesús, Alfonso, Dolores, Enrique y Magdalena.

(“Mis personajes favoritos” Nº 89. Publicado el 1 de enero de 2015)



 ISABEL BATALLA GÓMEZ (LA CHAVALINA)

Isabel Batalla Gómez nació en 1931. Su madre, Rosario Gómez García, era de Meré, trabajó en la fábrica de quesos y mantecas SADI (la industria más importante que existió en Llanes) y fue pescadera. El padre, Ángel Batalla Bustillo, fue pescador y barrendero. Por parte del padre, Isabel es nieta de Manuel Batalla, el Raposu, que había venido desde Tazones a Llanes a la langosta sobre mil novecientos y pico. El Raposu, a su vez, era yerno de la tía Ángela, una de las legendarias parteras que hubo aquí en la primera mitad del siglo XX (otras recordadas parteras fueron Restituta, madre de Cagigas, el peluquero, y suegra de Manzano, el que fuera comisario político del Frente Popular en la guerra cainita de 1936, y Aurora Bernot, la mujer de Pedro Pérez Villa, el Sordu).
El padre de Isabel tuvo cinco hermanos: Pitito (casado con Isabel, sobrina de Pedro el Sordu), Ramón, el Camará (esposo de Esperanza, matrimonio que tuvo veintidós hijos), el citado Manzano (Ricardo), que se exiliaría en México, Silvestre, que fue futbolista, portero del CD Llanes, y Nati, la Raposa.
En la escuela pública, a la Chavalina le tocó de maestra doña Florinda, pero también iba a la escuelina particular de doña Soledad, en el Cuetu, que regalaba a los críos castañas y los enseñaba a contar con una tabla de aquellas que tenían barras y bolas para moverlas para un lado o para otro. Empezó a trabajar a los trece años en la fábrica de conservas de pescado de Llerandi, y se casaría luego con el pescador Ramón Batalla Díaz, primogénito del Camará. Ramón salía a la mar en lanchas como “la Menta” y “la Virgen del Rosario” y acabaría siendo propietario de una barquilla.

De aquel mundo femenino vinculado al trabajo duro, a la honradez intachable y a la lucha valiente por la supervivencia, es un buen ejemplo la Chavalina. Vendió pescado por las calles, anduvo a la angula y fue a la mar con su marido, a echar la xuglera. Tuvieron tres hijos: Mariguí, que está por Suiza, Ramón, fallecido muy joven, y Mari Carmen.

(“Mis personajes favoritos” Nº 103. Publicado el 19 de febrero de 2015)



 NIEVES GUTIÉRREZ PLATAS (LA DE FABIÁN)

De la Guerra, Nieves conserva bien grabadas dos cosas: el obús que lanzó el buque Cervera y que cayó muy cerca, cuando ella, con diez años cumplidos, estaba sola cuidando vacas por el monte; y el avión alemán que se estrelló cerca de su casa en plena Segunda Guerra Mundial (dice que era ya muy tarde y que estaban ya acostados cuando oyeron el motor del aparato; luego la explosión, notaron un resplandor muy grande y, finalmente, el silencio profundo de la noche. También se acuerda de que los cadáveres de los tripulantes del avión fueron depositados en una capilla cercana, en Santo Toribio). 
Hija de Rogelio y de Romana, gente dedicada a la labranza en la parroquia de Posada, Nieves nació en 1926 en una casuca en el Picu, en Turanzas, más o menos donde nacería más tarde el potentado astur-mexicano Juan Antonio Pérez Simón. 
Se casó a los 19 años con Fabián Gutiérrez Herrero, en 1945, y ese mismo año vino con su marido a la villa de Llanes. Aquí trabajó en las fábricas de conservas de pescado de Alfonso Cimino y de Antonio Maya Conde. Fabián, mientras tanto, a la mar. 
Luego abrirían el Bar La Amistad, en el Cuetu. 
Tuvieron cinco hijos: Ramona (Moni), Rafael (que anda por Aranda de Duero), Juanjo, Mari Nieves y Fabián. Y nueve nietos. Y siete bisnietos. 
Vive en el Barriu desde hace más de cincuenta años. Todos los días trajina en las tareas domésticas, se prepara la comida, come tranquilina y luego va a casa de su hija Moni a pasar la noche. Un día y otro lo mismo, en paz consigo misma y con el mundo. 
Fabián se le murió en 2009, a los 87. 

(“Mis personajes favoritos” Nº 113. Publicado el 23 de abril de 2015)



MARTA GUTIÉRREZ HERRERO (LA DE PICADINA)

Remigio Agustín Ballesteros García, "Picadina", y Marta Gutiérrez Herrero (Llanes, 1931) eran vecinos en la Moría. Se habían conocido cuando ella tenía dieciséis abriles, y se casaron dos años después. Tuvieron seis hijos: Tino, Martita, Gelines (ya fallecida, al igual que su marido, Mario Sousa), María Jesús, Quico y Manolo. 
Hija de Daniel, un marinero de San Vicente de la Barquera, y de Fernanda, llanisca que cosía redes, Marta había ido a la escuela con doña Florinda, buena maestra, sin duda, pero amiga de dar leña con una vara por menos de una perrina. Después de la escuela, vino la posguerra con su miseria de luto y de hambre. Iban al "buscu", a ver si encontraban alguna panoja o alguna alubia, y también a castañas y manzanas por los pueblos del contorno. Aún conserva Marta la cartilla de racionamiento, que cuánto tendría que decir hoy, si hablara.  
Daniel y Fernanda formaron una familia numerosa. Sus hijos eran Fernando, Fabián, Teresa, Fael, Filo, Ricardo, Marta, Daniel (que murió cuando apenas tenía tres años) Geles y Maruja. 
A Marta le tocó servir y cuidar de una niña a la que estaba criando doña Teresa Posada, conocida como "la Escopeta" (no sabemos a cuento de qué venía este sobrenombre) y cuñada de Juan Antonio Saro, el médico. 
De casada, Marta trabajó en la fábrica de conservas de pescado que tenía Antonio Maya, primero en el Sablín, y luego en una nave que estaba pegada a la casa de Pedro el Sordu, en el Barrio Bustillo. 
Picadina, que murió en 1984, era carpintero e hijo del carpintero Luis Ballesteros, que tenía la carpintería en el bajo de la casa de piedra de la plaza de Santa Ana (la que albergaría el Juzgado en los años de nuestra niñez), al lado de la capilla. Allí mismo la tuvo después también Picadina. 
A sus 84 años, Marta está hecha una moza. Tiene once nietos: Sandra y Bruno (de Tino), Graciela e Ingrid (de Martita), Irene (de Gelines), Patricia y Cristina (de María Jesús), Pablo y Agustín (de Quico), y Manuel y Joel (de Manolo). Y siete bisnietos, de momento. 

(“Mis personajes favoritos” Nº 124. Publicado el 26 de junio de 2015)



ADELA BATALLA DÍAZ (LA CHIQUI)

Adela Manuela Batalla Díaz, "la Chiqui" (Llanes, 1930), tenía catorce años cuando se enamoró de Miguel. Estaba sirviendo, de aquélla, en casa del matrimonio formado por María Luisa Llerandi y Félix Martínez Marco, el veterinario, en el edificio de Victorero, junto al Paseo, y por las tardes iba a planchar a un palacete cercano (que luego sería convertido en el Hostal Del Río), residencia entonces de los padres de María Luisa Llerandi. En ese sitio tendría lugar en 1944 un tiroteo, cuando unos "emboscaos" asaltaron de noche el domicilio de los Llerandi. Fue un suceso terrible, como consecuencia del cual resultó abatido sobre la acera uno de los asaltantes. La Chiqui no llegó a verlo, porque cuando ocurrió todo hacía una hora que ya se había marchado a su casa. 
Sus padres, Ramón Batalla Bustillo ("Camará") y Esperanza Díaz Haces, que tuvieron una prole de 22 hijos, vivían en una de las casinas del Barriu, en derredor de lo que había sido el antiguo cuartel de la Guardia Civil (inaugurado en 1877 sobre un terreno de la marquesa de Argüelles). 
La Chiqui, que desde muy joven había servido en varias casas y trabajado en las fábricas de conservas de pescado, descabezando bocartes, tendría en los Carnavales de Llanesun curioso papel de liderazgo social. En el régimen de Franco, la fiesta del Antroxu estaba prohibida, pero ella la celebraba siempre, a puro chaleco, sin faltar ni un año. Como una heroína menuda, pero irreductible, y en compañía de gente valiente y alegre como ella (como Pacina, o los hermanos "Pescuezu", o Ángel "el Mascotu", entre otros), la Chiqui se disfrazaba y armaba la jarana por las callejuelas del Cuetu, seguida por Pacina y decenas de personas. Al atardecer, en medio de las sombras, los críos sentíamos la excitación de lo prohibido, formando parte del grupo. De repente, alguien daba una voz de alarma: "¡Que vienen los municipales!", y nos escapábamos a todo meter por el puente Cagalín.  
Su marido, Miguel Pérez Cosío, nació en 1931 en Madrid, donde estaba trabajando de sirvienta su madre, Salvadora Pérez Cosío (natural de La Borbolla y prima, por cierto, de Maruja García, la madre del inolvidable Cosmín, el de "Los Panchiches". Siendo un rapaz, se empleó en el glamuroso Cine Benavente, como ayudante, en la cabina de proyección, de Manolo, el marido de "la Chata" (la de la Pensión Iberia). Después se colocó en la fábrica de alpargatas de López, en San Antón; y más tarde, de repartidor en la Tienda Nueva. Finalmente, entraría a trabajar en el Cinemar, al tiempo que compraba un camionuco, con el que repartía mercancía de Antonio Miguel ("el Peináu", que entonces llevaba en Llanes la representación de "Piensos Sanders") y de Garci, hasta que se convirtió en el encargado general del Cinemar, donde desempeñaría labores de portero, de taquillero y de lo que hiciera falta.   
Cuando se casó con la Chiqui, Miguel todavía no había hecho el servicio militar. Tenían ellos 18 y 19 años, respectivamente, y fruto de su matrimonio nacieron nueve hijos: Miguel Ángel, Ramón ("Paputina", ya fallecido), Javier, Cristina, Agustín (que murió de muy crío), Jacqueline, María Luisa, Isabel y María Eugenia. 
En 1974, Miguel y la Chiqui pusieron un quiosco de prensa en las Barqueras, y por allí pasarían, a lo largo de casi cuatro décadas, todos sus hijos, que empezaron a aprender allí a ganarse el pan con el sudor de su frente. 

(“Mis personajes favoritos” Nº 180. Publicado el 22 de noviembre de 2016)



LAS DAMAS DE "LA MONCLOA"
En la calle Mayor, esquina a la plazoleta del ingeniero Garelli, se formaba en los años 80 y 90 del siglo pasado una tertulia -bautizada como "La Moncloa"- en la que participaban mujeres de mucho remango (antiguas pescaderas, la mayoría, que vivían a escasos metros de allí).
Las veíamos inmutables al paso del tiempo. Eternas. Muy cercanas a nosotros y a nuestras circunstancias. Daba gusto saludarlas cada día. Aquellas dicharacheras damas de luto, sacrificadas, valientes, eran supervivientes del oleaje de la vida. De los golpes de la vida. Honestas y rebelludas. Fuertes como robles. Fuentes de sabiduría. Coñonas. Conocedoras del percal. Sin pelos en la lengua. Formaban parte del alma del Llanes de siempre.
Cada una era un libro. Un testimonio de historia viva y sin medias tintas.
Ahí las tenemos a las ocho, ya jubiladas, en su punto de reunión en la solana, en su cuartel de invierno, fotografiadas en 1995 por Ruth Brendel, la esposa de José Luis Mijares Gavito, uno de los máximos valores del llanisquismo: de izquierda a derecha, Amalia Amunárriz, María Quiroga Asueta, Angelina Gutiérrez Martínez, María Sotres González, Rosario Puertas de la Vega, Justa García González, Delifa Berdial Haces y Josefa Sierra Pis.

(“Mis personajes favoritos” Nº 274. Publicado el 28 de noviembre de 2020)

Textos y fotos: HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

lunes, 6 de abril de 2020

AQUEL DÍA CON LUIS EDUARDO AUTE



UNA EXPOSICIÓN Y UN RECITAL POÉTICO EN LLANES


Llanes/ Higinio del Río Pérez

Con motivo de la exposición «Enigma Picasso», inaugurada en la Casa Municipal de Cultura de Llanes el viernes 9 de febrero de 2007, acudió a la villa llanisca ese mismo día Luis Eduardo Aute (Manila, Filipinas, 1943-Madrid, 2020), para abrir la muestra y dar luego un recital poético en el salón principal del Casino.

Aute participaba en «Enigma Picasso» con algún cuadro. La exposición se había organizado un año antes para conmemorar los ciento veinticinco años del nacimiento de Pablo Picasso y el 25 º aniversario de la llegada a España del «Guernica». El proyecto nació a partir de la publicación de la novela “Enigma Picasso” (Planeta, 2006), de Maurilio de Miguel. En la exposición, que ya había recorrido varias ciudades de España y Portugal, participaba una treintena de artistas con obras en distintas técnicas.
Aute, la concejala de Cultura, María Antonia Echevarría Moro, y yo comimos en un céntrico restaurante y mantuvimos una larga sobremesa. Después, acompañé al cantante, pintor y poeta a recorrer el Paseo de San Pedro. No había nadie más. Soplaba algo el viento en una tarde gris. Caminamos los dos frente a la mar, charlando como si nos conociéramos de toda la vida, él extasiado ante el paisaje, contándome muchas cosas, y yo resumiéndole la historia medieval, marinera e indiana de Llanes.
Dos horas más tarde, nos ofrecería el esperado recital, con un ligero resfriado a cuestas, pero impecable en su expresión y en la transmisión de su arte poético. Tuve el honor de hacer su presentación al público.
Hoy se nos ha muerto este artista, y en las redes sociales se multiplica sin cesar la evocación de su vida y de su trabajo. La noticia se ha extendido por toda España. Nos hemos puesto a escuchar sus canciones, con la pena de haber perdido a uno de los grandes creadores de la España de la Transición. Nos ha dejado, pero sólo en cierta forma, porque siempre permanecerán en nosotros sus canciones, su palabra y sus pinturas y dibujos (y, en mi caso, también el orgullo de haber charlado con él tranquilamente en San Pedro).

Una de las obras de Aute expuestas en la Casa de Cultura de Llanes.

jueves, 2 de abril de 2020

LLANES: COMPAÑEROS FIABLES


HERMANO SOL, HERMANO RODOLFO, HERMANA AGUA, HERMANO MAXI...


Estas criaturas, a las que San Francisco de Asís llamaría hermanos, son o fueron en Llanes vecinos muy apreciados. Almas puras, cuyo trato nos enriquecía y nos alegraba la vida. Desde su pequeñez, nos dieron mucho. Desde su inocente animalidad contribuyeron a hacernos el entorno más humano. 

Hermano Sol



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

El “Sol” vive en un apartamento sobre las rocas que flanquean la Playa del Sablón, al lado de la muralla medieval. Soltero y sin compromiso, es todo un personaje, un “bon vivant” que habría hecho buenas migas con el santo de Asís (podría ser incluso un buen cronista oficial de Llanes, porque conoce el pulso de la localidad y no despierta la menor animadversión).

Por mucha tensión prebélica que viva el mundo, no ha nacido aún el guapo que le haga a él variar las costumbres. Sobre las nueve de la mañana, asoma el morro en la cancela y, sin acelerarse, sale con la cabeza alta, caminando con pasos cortos a la búsqueda de la aventura diaria de la vida. Junto a la escalinata que baja al arenal, contempla el panorama en silencio (últimamente parece que lo hace de un modo más concentrado, porque también a él le trae a mal traer la amenaza presente y futura del chapapote); deambula luego por el Paseo de San Pedro y se suma a las escasas tertulias de peso que aún le quedan a la Puebla de Aguilar. Aunque es un tipo independiente –y a veces gasta malas pulgas-, el “Sol” está ansioso de cariño. Se arrima sólo al trigo limpio y huele a distancia las fuentes orales de verdadera confianza. En el lugar donde vive, había antiguamente unas casuchas habitadas por singulares protagonistas de la intrahistoria de Llanes, como la honrada y querida familia de Perfecto Santos Cue, “Teto”, de cuya época todavía hay quien recuerda las ocurrencias en verso que sobre su madre popularizó en plena posguerra la ingeniosa Concha “la Juanilla”, la esposa de “Juanillo” Goti (uno de los ciento treinta miembros de la tripulación que dio la vuelta al mundo a bordo del “Nautilus” entre 1892 y 1894), que era vecina de ellos. Al “Sol” se le ponen tiesas las orejas cuando oye aquello de: “Las bacinillas de Tanis, / nadie lo puede negar, / desde la puerta vemos / que siempre están a pleamar. / Perfecto coge el calderu, / lu va a tirar al Sablón / pa que los críos / por la noche hagan la deposición. / El calderu no lu friega / por si lu lleva la mar / pero mete el agua en casa / pa fregar la vasa / que emporcaron al cenar. / Tanis es trabajadora, / nadie lo puede negar, / aunque siempre está en la bolera de “La Bombilla” / viendo a los hombres jugar”.
Le tira ese casticismo de palanganas y pucheros con remaches, en el que nunca faltan personas graciosas: “¡Quién me iba a decir a mí, chachu, que el orinal que heredé de mi güela, que hizo muchu serviciu en casa cerca de noventa años, iba a acabar expuestu pa que lu contemplen los turistas!”, oía decir el otro día, en el mercado de los martes, a una porruana que hablaba con orgullo del Museo Etnográfico del Llacín.
Pero, sobre todas las cosas, y aunque su palmito abulte poco, el “Sol” es un experto en los lances de galanteo. La primera actividad vital de este ligón empedernido se centra en coleccionar novias. Su éxito con el género femenino está en la naturalidad, en no aparentar lo que no es: posee el aplomo de Humphrey Bogart, la decisión de Giovanni Giacomo Casanova y la fragilidad de Bambi. El “Sol”, hijo ratonero del mestizaje, es, en fin, el perro más listo y rumbero de Llanes y, frente a la psicosis de guerra que nos rodea hoy, se ha convertido en un símbolo de paz: nadie aplica tan al pie de la letra como él eso de “haz el amor y no la guerra”. 

(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el jueves 13 de febrero de 2003).




Rodolfo, cliente del "Rocamar"


HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

Este “leve ser”, como diría Miguel Hernández, encarna una rutina que se repite en Llanes cuatro o cinco veces al día desde hace dos años. De él habría escrito Juan Ramón Jiménez cosas muy guapas. El autor de “Platero y yo” podría habernos dicho que posee “la libre monotonía de lo nativo, de lo verdadero” y que vive sus días “sin fatales obligaciones”. 

Al fin y al cabo, Rodolfo, que así es como se le conoce aquí, viene a hacer lo mismo que hacen otros llaniscos: frecuenta el parque, en lo que fue la huerta del convento monjil de la Encarnación, en la proximidad de la estatua de Posada Herrera; disfruta de la rutina y de las horas muertas y resucitadas del ambiente, de las risas infantiles y del vaivén de los columpios, y cuando le apetece, en varios momentos de la mañana o de la tarde, entra en la cafetería Rocamar, situada en la avenida de México.
El nombre de Rodolfo, no sabemos si por querer emparentarlo con el Valentino del cine mudo, se lo puso el difunto Vicente Martín, el hijo del Roxu, que compartía con él las magdalenas de su desayuno.
Gabriel Vela Gutiérrez, el dueño del bar, ya ve las visitas diarias de Rodolfo a la altura de las de sus más fieles clientes: Genín el Confitero, Chucho el de la Autoescuela, Félix el Peluquero, Ángel el del Montemar, Arturo el de Finisterre, Pancho Capín … La familia Vela Gutiérrez regenta el Rocamar desde 1982. Es un establecimiento que habían fundado a finales de los años 60 José Burgos y Carmina Tapia, y atesora ya mucha solera. Sus paredes, decoradas con espléndidas fotografías paisajísticas de Nico Sobrino, cobijan parte de nuestra historia personal. Allí, en diciembre de 1973, mientras jugábamos al tute, nos enteramos de la noticia del atentado mortal que sufrió el almirante Carrero Blanco: entró de pronto José Perela, propietario de un almacén de madera, y proclamó solemnemente: “¡Esta es muy gorda, señores! ¡La revolución!”
Nuestro Rodolfo, al que ese dato histórico ya no le dice nada, viene a asomarse al cristal desde el alféizar exterior para ver si hay moros en la costa, y si está cerrada la puerta espera a que salga o entre alguien, pero no hace esa maniobra con cualquiera. Solo se acerca a los parroquianos que le inspiran confianza, que son los más. Una vez dentro, sus apariciones apenas duran diez minutos. Tiempo suficiente para explorar el entorno de las mesas y aprovechar discretamente el pincho que le ha dejado preparado Gabriel. Sin miedo, pero con prudencia, pasa entre los que juegan las partidas de subasta, y cuando decide salir, si la puerta permanece cerrada, aguarda a que venga o se vaya algún conocido, para ahuecar él el ala. (Espera a que se presente la aletía favorable, al igual que hacen los marineros de la cofradía de Santa Ana para regresar a puerto cuando hay nortada).
Rodolfo es un “niño del aire” y se afana alegremente en existir en la luz, en llenar de píos y revuelos “el silencio torvo del mundo” y en sortear los peligros con el desparpajo que “su infancia perpetua le ha dado”. Es un simple gorrión. Un personaje real que se convierte cada día en poesía cotidiana y sencilla de Miguel Hernández. 


(LA NUEVA ESPAÑA, miércoles, 23 de marzo de 2016)

  





"Agua" oye la vida por Toña


HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

A "Agua" sólo le falta hablar. Es una perrina con ojinos de inteligencia, espabiladina a más no poder y salada como pocas. Guapina y buena por dentro y por fuera. Se llama “Agua” y es los oídos de María Antonia Álvarez Rubiera, Toña (Mi personaje favorito número 136), una llanisca muy querida, nacida en 1933 y sordomuda de nacimiento.

En cierto modo, "Agua", que acaba de cumplir siete añinos, es una perrina "lazarillo", una buena compañera que ayuda a transitar por un mundo poblado de ruidos y sonidos que jamás podrá percibir su dueña. Cuando suena el timbre de la puerta, es ella la que da el aviso pertinente moviendo el rabo, saltando y llamando la atención con una profesionalidad envidiable.
Toña está envuelta de silencios en sus días y en sus noches. La única palabra que es capaz de pronunciar es "agua". Por eso se llama así la perrina. Por pura poesía y puro pragmatismo. 

(LLANES, COSAS DE LLANES, 3 de diciembre de 2017)


         

Maxi, para los amigos


HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

Turistas y lugareños, aquí anda todo el mundo descalzonado, con prisas y con cara de mala hostia, y nuestro amigo Maximiliano (Llanes, 2010), Maxi para los amigos, es un poco el contrapunto a todo ese ruidoso gallinero circundante.

Maxi, que nació en la calle Román Romano, es chiquituco, discreto, muy tranquilo, sabe saborear los buenos momentos de la vida y disfruta junto a su dueño (que es su mejor amigo) de diarios paseos por la senda fluvial a Pancar, el Rinconín, Toró y San Pedro. Son, los dos, andarines de marca mayor (en diciembre pasado recorrieron 250 kilómetros juntos) y a veces hacen también rutas de montaña (en una ocasión llegaron hasta la base del Picu Urriellu o Naranjo de Bulnes, que eso manca.
Sus dueños son Oli Noriega Martínez, de La Borbolla, y José Ramón Alloza Suárez, de Ribadesella, que le pusieron el nombre en cuanto les llegó el animalín como regalo a casa. “¿Qué nombre le ponemos?”, se dijo la pareja, que consultó el santoral y vio que ese día era la festividad de San Maximiliano. Un nombre muy guapo. Muy centro europeo. Maximiliano, le quedó al perrín.
Lo que más llama la atención en Maxi son sus ojos, negros como el azabache, grandes, expresivos a más no poder. Ojos llenos de humanidad, con los que habla y transmite sentimientos.
A diario, José Ramón Alloza y él alternan en el bar del Casino, un sitio de ambiente muy llanisco. El perrín, se acomoda en un rincón, sin dar la lata, observando con atención el paisaje y el paisanaje. Hasta las tres en punto, que es cuando el chigrero, Ramón Llada, “Barullos”, coge una bandeja metálica y repica en ella con una cuchara. Es la señal convenida de que todo quisqui tiene que arrancar ya para casa. Maxi, que se entiende muy bien con Barullos, se levanta como un tiro y suelta un ladrido breve y enérgico, encarándose a los parroquianos que todavía están de palique en el local. No hay más que hablar. El ladrido es irrevocable y marca el desalojo instantáneo. Salen los paisanos. Salen Maxi y José Ramón. Queda el bar vacío, y Barullos echa entonces el cierre hasta las siete de la tarde. Así todos los días.

  (MIS PERSONAJES FAVORITOS Nº 226, 15 de enero de 2016)



Ballet de algodón


HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

Aportan serenidad y cordura en medio del barullo del verano. Las cuatro cabrinas pueblan, inalterables y tranquilas, un prao al lado del Camping de Troenzo. Están siempre juntas, observando la sucesión de soles y lunas y el tránsito de coches, peatones y peregrinos jacobeos.

En cuanto ven gente, se acercan a la valla metálica, límite de su territorio verde, a ver lo que cae y a dejarse acariciar. Lo hacen en silencio. Componen un grupo de ballet de algodón. Desde hace tres años, más o menos, son una de las principales atracciones del paisaje llanisco. 
Resulta imposible no encariñarse con ellas. Son "blandas, humildes y consentidas", como Platero, y los críos, de la que van y vienen de la playa, las acarician, les dan migas de pan y las ponen nombres. 

(LLANES, COSAS DE LLANES, 12 de agosto de 2019)