OPINIÓN
Ya era autor en Ribadesella de un amplio catálogo de obras de estilo regionalista (entre otras, la mansión de Llano Margolles). A Rogelio Gutiérrez Sordo, con negocios en México, le proyectaría en la calle Egidio Gavito, esquina a la calle de la Estación, un chalé unifamiliar (que sería requisado por el Frente Popular en 1936 y albergaría la sede de las Juventudes Socialistas Unificadas hasta septiembre de 1937) y un edificio de pisos en la calle Mercaderes, junto a la Puerta de la Villa (donde había estado la capilla de Todos los Santos), en cuya planta baja se inauguró la glamurosa confitería “Auseva”.
Pero García-Lomas, padre del último alcalde franquista de Madrid, también concibió proyectos de una gran singularidad. Por ejemplo, a él y a su socio Urbano de Manchobas (arquitecto municipal de Eibar desde 1926, militante del PNV y exiliado en Venezuela tras la victoria de Franco) les fue encargado en 1921 el diseño de reconstrucción del palacio Duque de Estrada, en ruinas desde que fuera incendiado por los soldados de Napoleón en 1812. Este proyecto, denominado ”Hotel-Mansión Astur”, pasó al olvido con el advenimiento de la Segunda República. Sí se llevó a cabo, en cambio, el de la reconversión de los restos de la torreta de San Pedro en un mirador al Cantábrico y a la villa provisto de mástiles para banderas marítimas. La obra, realizada por el contratista Celedonio Torre, costó trescientas pesetas con setenta y cinco céntimos, y coincidió en el mismo paraje con un novedoso negocio estival ideado por Antonio Martín García (1884-1964). (A este simpático personaje, nacido en Ribadesella y casado en Pancar, lo recordamos en su época de representante de una fábrica de embutidos, cuando en la tienda La Pilarica fascinaba a los niños con una ocurrencia sin parangón: sacaba del bolsillo dos botones que parecían ojos, los colocaba entre los dedos de su mano izquierda, que envolvía con su pañuelo, y convertía el puño en un expresivo muñeco, con la cara de una vieja desdentada, al que ponía voz de ventrílocuo).
Años atrás, Antonio Martín, que había vivido la experiencia, no muy afortunada en su caso, de la emigración a México, abrió una tienda de calzado frente a la plaza de Parres Sobrino, y en julio de 1928 obtuvo permiso del Ayuntamiento para poner un puesto de bebidas, refrescos y meriendas en la Cueva del Taleru. Todo bajo la sombra de la cruz levantada en 1884 en lo más alto del paseo, que sería derribada al principio de la Guerra Civil y repuesta en 1938. Mesas, bancos, sillas y toldos se desplegaban sobre la hierba a pocos metros de la nueva torre vigía de la Sociedad de Salvamento de Náufragos. De la construcción recién terminada (un mirador excepcional levantado a partir de los restos de un antiguo semáforo pétreo de planta circular) José García Arco, Pepe, hizo unas cuantas fotografías. En dos de ellas posaron para el fotógrafo las hermanas Sira y América Ruales (las Pininas), apoyadas en la barandilla del templete de García-Lomas como modelos de una revista parisina de modas.
Los zapatos de Antonio Martín le hacen a las chica tilín tilín,cuenta mi marido Pedro Amieva,que era el dicho de Antonio Martín
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