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viernes, 7 de junio de 2019

UNO DE LLANES EN EL HOSPITAL DE VALDECILLA (1929)


La Casa de Salud de Valdecilla, recién inaugurada.
OPINIÓN                                                               

Al hospital en el coche de la marquesa

En 1929, Chicho Pérez Bernot fue el primer paciente llanisco en Valdecilla



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ


Aquel otoño de 1929, la zozobra llevaba días adueñándose del humilde hogar de Pedro “el Sordu”, en el barrio de San Antón de Llanes. Chicho (Jesús), de trece años de edad, el sexto de los nueve hijos del matrimonio formado por Aurora Bernot García y el albañil y pescador Pedro Pérez Villa, el Sordu, había empezado a sentirse mal. Tosía mucho y sentía malestar a todas horas, síntomas que hacían temer que se les hubiera colado en casa la tuberculosis. 

En seguida, desde su palacio de la Concepción, María Josefa Argüelles, marquesa de Argüelles, se presentó ante Aurora, por la que sentía gran aprecio. En la salita de estar, en la que la esposa de Pedro cosía pantalones de mahón para los pescadores, la alta dama se ofreció a llevar al chaval en su coche, lo antes posible, al hospital de Valdecilla. La Casa de Salud Valdecilla, que así se denominaba aquel centro hospitalario en sus inicios, se acababa de inaugurar en Santander, fundada por Ramón Pelayo de la Torriente (1850-1932), marqués de Valdecilla, tocayo y amigo de su padre, Ramón Argüelles, antiguos emigrantes ambos en Cuba, donde habían amasado sus respectivas fortunas.
En un elegante automóvil con chofer, allá fueron la madre, el hijo y la marquesa, en una escena propia de Delibes. Al llegar a Cuatro Caminos y pasar junto a la plaza de toros, una construcción de 1880, a Aurora le vino a la mente la imagen de su marido, tan buen esposo, tan buen padre y tan aficionado al arte de cúchares .El único lujo que se permitía Pedro al cabo del año era la feria de Santiago de Santander, a la que acudía junto a Dorado y otros llaniscos en los autocares de Laureano Morán. Por una de aquella puertas cercanas a Valdecilla, la número 10 o quizá la número 2 (gradas y tendidos de sol), accedía el Sordu, tras abonar la entrada con las monedas que ganaba limpiando chimeneas, los modestos ahorros que guardaba en un calcetín de lana. La gozaba como un verderón. “Bien merecido lo tiene, el mi hombre”, pensaba la mujer, descendiente de uno de los técnicos que en 1623 trajo de Flandes Felipe IV, para trabajar en la fábrica de fundición de hierro de Liérganes y La Cavada (los primeros altos hornos españoles), donde se harían todos los cañones de la Armada Real. 
A Chicho le hicieron minuciosas pruebas, y al final los médicos descartaron que fuera tuberculosis. No había que alarmarse. Simplemente, el rapaz había tragado unos pelos de gato y se le habían trasvasado a un pulmón. Aurora Bernot quedó eternamente agradecida a la marquesa y a la Santina, de la que era fiel devota, y el año siguiente marchó con su hijo a Covadonga, en una piadosa excursión de la que se conserva una fotografía.
Chicho, que se había convertido en el primer paciente llanisco atendido en Valdecilla, entraría de pinche en la confitería “Auseva”, en la que ya estaba trabajando su hermano Juan, con el que compartiría oficio, obrador y un destino trágico. Nacido en 1916, murió ahogado en 1934, mientras bogaba en una piragua construida por él. Su cadáver no apareció.
Luego vino la guerra, que María Josefa Argüelles vería transcurrir desde Estoril. El palacio de la Concepción, su hogar llanisco (hoy propiedad del empresario astur-mexicano Juan Antonio Pérez Simón), quedó al cuidado de un viejo sirviente y terminaría convirtiéndose en hospital militar del Socorro Rojo. (Juan Antonio Cabezas relata en un libro la experiencia de cuando pasó una noche allí junto a Alejandro Casona y Ovidio Gondi. “Por la mañana, lo primero que vi fue a Casona por el pasillo en calzoncillos, con un orinal en la mano. Decía que a él le había tocado el de la marquesa, que era de fina porcelana”, escribiría Cabezas). En cuanto a Juan Pérez Bernot (1911-1937), cayó en combate sirviendo a la República como voluntario, y sus restos están enterrados en una fosa común por la zona de Tarna. 

(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA de Oviedo el martes 23 de abril de 2019).


Retrato de la marquesa de Argüelles.
Aurora Bernot, con su hijo Chicho
en Covadonga (1930).

martes, 29 de mayo de 2018

LLANES, JACQUES CHABAN-DELMAS Y VÍCTOR PÉREZ BERNOT



Cine,literatura y recuerdos familiares

El programa "Llanes y las letras" se cerró con la película "¿Arde París?"


HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

El programa “Llanes y las letras”, dedicado este año a conmemorar el treinta aniversario de la muerte del poeta llanisco Celso Amieva, se clausuró con la película “¿Arde París?” (1966), de René Clément. El largometraje, de más de dos horas de duración, es una lección de historia, adaptada al cine por Gore Vidal y Francis Ford Coppola a partir de la célebre novela homónima de Dominique Lapierre y Larry Collins. Filmada en blanco y negro (sólo al final, los fotogramas de la vista aérea de la capital del Sena lucen el color, mientras suena la canción “Paris en colère” en la voz de Mireille Mathieu, “el Ruiseñor de Aviñón”), el actor Alain Delon encarna en ella a Jacques Chaban-Delmas (1915-2000), un importante político, afín al general De Gaulle, que durante la ocupación alemana desempeñó una labor crucial de enlace con los grupos de la Resistencia y, a partir de 1944, con el cuartel general de las tropas estadounidenses desembarcadas en suelo francés. Chaban-Delmas sería alcalde de Burdeos, primer ministro, presidente de la Asamblea Nacional en varias legislaturas e incluso candidato a las elecciones presidenciales (que perdió ante Giscard d’ Estaing, en 1974).

A Clément, ganador de un Óscar por “Juegos prohibidos” y colaborador de Tati, sólo cabe ponerle una pega: no haber reflejado como se debería los méritos de los republicanos españoles en la liberación de París. Su película, no obstante, es un monumental fresco histórico capaz de provocar emociones y evocaciones de variada índole. En mi caso, ha venido a avivar el recuerdo de un tío materno mío, Víctor Pérez Bernot, emigrante desde los años 50 en Francia, donde reposan sus restos. Víctor y su padre (el entrañable llanisco Pedro Pérez Villa, “el Sordu”) compartieron el oficio de albañil y la afición a la pesca y fueron protagonistas de un fatídico hecho acaecido en Llanes el 18 de agosto de 1948: ese día, se hallaban los dos mariscando cerca de Buelna ante una mar aparentemente propicia, aunque en trance de encresparse. De pronto, una ola asesina golpeó contra las rocas al “Sordu”, que cayó al agua ya prácticamente sin vida. Víctor no lo dudó y se tiró tras él. Se aferró al cuerpo de su progenitor y, nadando con un solo brazo, consiguió alejarse del litoral para no quedar a merced de los embates del Cantábrico en los acantilados. Transcurrió una eternidad hasta que llegó una motora a rescatarlos. Según recogen las crónicas, Víctor “se encontraba extenuado del sobrehumano esfuerzo realizado durante más de dos horas sosteniendo el cadáver de su padre”.

Poco después de este trágico suceso, mi tío emigró a Perpignan, capital del departamento de los Pirineos Orientales, y más tarde lo hizo a Bayonne, en el País Vasco francés. Era nuestro familiar más exótico. El más viajado. En el verano de 1971 me llevó a pasar unas semanas a su casa, con su mujer y sus hijos, y empecé a descubrir qué era eso de Europa. Una tarde, Víctor nos llevó al Club de Tenis “Aviron Bayonnais” a presenciar un torneo de veteranos. Desde la grada, a escasos metros, veíamos sudar a los jugadores sobre la tierra batida. Había un respetuoso ambiente de expectación, con un público de abuelos, nietos y papás y unos pocos gendarmes uniformados. No me acuerdo del resultado de aquel partido, pero sí de la identidad de uno de los tenistas, sobre el que se fijaba concienzudamente nuestra atención. Era un elegante cincuentón de cabello plateado que ostentaba el cargo de primer ministro del Gobierno de la Quinta República. Se llamaba Jacques Chaban-Delmas.    

(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA de Oviedo, el sábado 19 de mayo de 2018).



El realizador francés René Clément (1913-1996).

Jacques Chaban-Delmas siempre practicó el deporte.

Chaban-Delmas y el actor Alain Delon,
en los escenarios
del rodaje de "¿Arde París?"

Víctor Pérez Bernot (1918-1996), entre su hermana Pilar
(a la izquierda) y su esposa, Modesta Amieva.

Víctor Pérez Bernot en Francia, en 1957.

Pedro Pérez Villa, "el Sordu" (1876-1948),
fotografiado por Cándido García en 1916.

viernes, 25 de abril de 2014

LLANES: COSAS DEL INOLVIDABLE PEDRO "EL SORDU"

Pedro Pérez Villa (1876-1948)



"¡... PA DON PACO SARO!"


La sordera del popular personaje llanisco Pedro Pérez Villa (1876-1948) nunca afectó a su natural simpatía, si bien, de vez en cuando, en el diálogo con sus vecinos daba lugar a esperpénticos equívocos, a malentendidos y frases de involuntario doble sentido. Albañil y pescador de roca, vivía en una pequeña casa del Barrio Bustillo (que aún se conserva en perfecto estado), construida con sus propias manos, y junto a su esposa, Aurora Bernot García, con la que se había casado en 1906, sacó adelante a diez hijos, trabajando honradamente y sin meterse nunca en política, a pesar de las convulsiones del tiempo que le tocó vivir. Murió en un día triste de la triste postguerra, azotado por una ola mientras cogía percebes entre Pendueles y Buelna.
Recién estrenada la II República, el semanario “El Pueblo”, defensor de las conquistas democráticas, cargaba las tintas contra los iconos monárquicos. Uno de los objetivos favoritos del periódico progresista a la hora de atizar candela era Francisco Saro y Bernaldo de Quirós, “don Paco Saro” (alcalde en cuatro ocasiones, entre 1909 y 1931 y miembro de una familia muy relevante en la historia de Llanes desde finales del siglo XIX), para el que Pedro hacía ocasionales chapuzas de albañilería.
Con la victoria de Franco, los rabadanes del antiguo régimen recuperaron las riendas de la vida local, y Pedro “el Sordu” siguió desatascando, igual que había hecho siempre, las chimeneas de aquella “gente gorda”, como se decía antaño.
Una mañana en que estaba trabajando cerca de la histórica plaza de toros, en “El Rinconín” (inaugurada por Luis Mazzantini durante las fiestas de La Magdalena de 1894), se le acercó un paseante mañanero:
- “Buenos días, Pedro”, le saludó.
El albañil, que se encontraba agachado, notó por el rabillo del ojo la presencia del  recién llegado, y desde el suelo respondió a lo que suponía que era una pregunta de rutina:
- “Aquí, picando un pocu piedra...”.
- “¡Que buenos días, hombre!”, insistió el otro, gritando más que hablando.
- “... Pa hacer un cubilín”, contesta Pedro Pérez Villa, dando el parte sobre la faena que tenía entre manos, y sin enterarse del mensaje de salutación del otro.
Aquella mala comunicación los enmarañó sin remedio y acabó con la escasa paciencia del interlocutor, que soltó un estentóreo “¡Mierda, coño!”, mientras encaminó sus pasos hacia Toró con las manos en los bolsillos.
Y fue entonces cuando el buen Pedro, tan perenne en su limbo de silencios inalterables, sin desatender la faena, irguió la testa y lanzó la última apostilla, digna de los editorialistas de los buenos tiempos de “El Pueblo”:
- “¡... Pa don Paco Saro!”

Higinio del Río Pérez
LA NUEVA ESPAÑA
(8 mayo 2002)