Su vocación literaria se
había ido afirmando desde la adolescencia. No era un niño como los demás. Una deformidad
en su cuerpo le hacía distinto y le ponía muy difícil poder jugar con sus
compañeros en el recreo. Maduró muy pronto. Siempre estuvo delicado, de modo
que fue inevitable que se forjase en él un carácter tímido y retraído. Resignado
con su fragilidad. En vez de jugar a la pelota, observaba el mundo que le
rodeaba y leía a Verne.
Con los años, en su
recogimiento interior, Lorenzo Laviades alentaría una narrativa marcada por el
humanismo cristiano y el amor al terruño. Su producción literaria está esparcida
en las ediciones de El Oriente de Asturias -en cuyas páginas aparecían también esclarecedores
artículos suyos sobre política internacional- y en los números extraordinarios que
publicaba cada verano el semanario. “La cena a bordo”, “Los caudales de Pepón”,
“Razzia”, “La vaca de Gilda”, “Por el Cares arriba”, “Historia de un exiliado”,
“Aventuras de Joselín” y “Panchito el Mejicano”, son algunos de los relatos
breves que vieron la luz.
De toda su obra, en la
que está muy presente el Llanes de su infancia y de su juventud, sólo se ha
publicado en formato libro la novela costumbrista “Blas el Pescador” (1986). En
ella se recrea el modus vivendi de los años 20, un microcosmos en el que cobran
protagonismo rincones urbanos como la Peña Redonda (ya olvidada por los
llaniscos) o la Callejina de las Brujas, instituciones como el Colegio de La
Arquera, tipos esenciales de la sociedad local, como los pescadores, los
indianos o los señoritos del Casino, y una visión nostálgica de la actividad de
las fábricas de conservas de pescado, la costera del bonito y el trajín
callejero de las pescaderas.
Laviades sabía dar
buenos consejos a los que empezábamos a escribir, e insistía siempre en una
cosa: cuando llega una idea, hay que atraparla al instante para que no se
escape. “Si estás ya metido en la cama para dormir y te viene la inspiración, enciende
la lámpara, levántate y anota la idea, porque pasará de largo y no te vendrá
más”, decía. En Madrid, cuando las musas le pillaban a él entre las estaciones de
Sol y Atocha, sacaba en seguida el bolígrafo y escribía en el billete de Metro,
con letra pequeñísima, el esquema de su próximo artículo.
Nada más jubilarse,
regresó con sus hermanas a su villa natal, donde pasó los últimos años de su
vida. Murió sin alterar ni un ápice su educado retraimiento, su timidez y su
secreta costumbre de dar dádivas a los necesitados. Al cumplirse ahora treinta
años de su fallecimiento da mucha pena el desconocimiento que se tiene de él y
de su obra en Llanes.
(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el miércoles 29 de septiembre de 2021).
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