miércoles, 7 de julio de 2021

LLANES: DATOS INÉDITOS SOBRE LA HISTORIA FUTBOLÍSTICA

El Llanes en el campo del Sablón (1949). Foto: Ramón Rozas.

 

Canciones para el fútbol



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

El fútbol empezó a practicarse en Llanes a principios de siglo en el patio del Colegio de la Encarnación, ante la atenta mirada de los frailes agustinos, alguno de los cuales, cuando caía el balón a sus pies, lanzaba un punterazo después de recogerse el hábito hasta las rodillas. En 1905 se estaba haciendo la preciosa casa de doña Flora (el edificio de Victorero, en cuya planta baja está hoy el Banco de Santander), y aquellos andamios instalados por el constructor gijonés Fermín Coste sirvieron, indirectamente, para asentar junto al Parque de Posada Herrera la afición al balompié. Coste tenía dos hijos, que daban patadas a una pelota y contaban cosas maravillosas de un equipo –el Sporting- que acababa de fundarse a la orilla del Piles. Uno de los críos que jugaba con ellos era Tano Rubín.

A finales de los años cuarenta, se contaba ya con un club organizado, y los jugadores de aquel primer equipo –entre los que destacaba un zurdo de oro al que enseguida empezaron a llamar “el Maestro”- concitaban alrededor suyo un remolino de ilusión sin precedentes. El “Maestro” era César González. Nunca se supo quien le puso el sobrenombre. Había llegado desde Soto del Barco poco antes del estallido de la Guerra Civil, con sus padres y sus tres hermanos, Luisín, Lolina y Ricardo. El padre, abogado y secretario judicial destinado al Juzgado llanisco, ya no saldría de aquí.

Con su hermano Ricardo, César jugaba al fútbol en la Campera, y sus maneras no pasaron desapercibidas a los ojos de los entendidos. Cuando se formó el equipo del C. D. Llanes, él era uno de los titulares indiscutibles.

El primer “mister” que tuvieron fue Nicasio, “el de la Electra Bedón”, amigo de hacer entrenamientos fuertes, con carreras entre los tamarindos del Paseo de San Pedro y subidas desde el Sablón. En el comercio de Pedregal, al lado de la Confitería de Parás, las entusiastas mozas Carmina Pedregal y las hermanas Cotolo y Chunchi Novoa y Amalia (“Chicu”) y Lolina Noriega se afanaban en bordar los escudos de las camisetas, que eran verdes como las de la selección mexicana. Al igual que en las funciones de teatro ambulante que se montaban en la Plazuela de la Magdalena, hombres y mujeres de todas las edades llevaban su propia silla o banqueta hasta el campo del Sablón -el “Güertu del francés”-, que era el escenario de las gestas. Se pasaba la bandeja y se recogían buenos duros. El vestuario era la sidrería-bolera que había junto a las ruinas del palacio de la familia Duque de Estrada, y, a falta de duchas, los jugadores se daban un calumbu en la playa al terminar los partidos. Luego se lavaban en el lavaderu de El Cercado y marchaban a ver la película del “Benavente”.

César era un frío y elegante extremo izquierdo que centraba los balones con clase y precisión. Empezaron a salir canciones dedicadas a él, letras de anónimos compositores que se adaptaban a músicas conocidas, y el público las coreaba en las tardes de gloria:

 

“Llanes por la tandina,

Llanes por la tandada,

todos aplauden al Maestro

cuando hace la jugada”.

 

Todos los llaniscos participaban de la euforia. Los domingos que les tocaba jugar en la villa, César asistía a la misa de ocho de la mañana, y a la salida nunca faltaban viejas beatas enlutadas que le jaleaban esgrimiendo la cachaba: “¡A ver qué hacéis hoy, César del alma! ¡Hay que ganalos como sea!”. Jugando fuera de casa, en algunos sitios los llamaban “triperos” y “montañeses”. Se desplazaban en un autocar de doce ruedas, que parecía un camión sacado de una película bélica (un día de nieve, el vehículo se averió, y tuvieron que bajarse todos a empujarlo). Siempre les acompañaba Francisco del Campo Peláez, “Papaco”, como delegado de la Junta Directiva. También iba con ellos Perfecto Santos Cue, “Teto”, honrado y diligente a carta cabal, en quien depositaban relojes, medallas, carteras y demás cosas de valor.

El equipo se reforzó con varios jugadores foráneos –fichajes pagados a tocateja-, como Soberón, los Trueba, Martínez y Curiel, que se alojaban los fines de semana en la “Fonda la Guía”. En el vestuario se acuñaron expresiones cinematográficas asociadas al áurea de algunos de los gallitos del equipo: a César, que era el capitán, le decían “Adiós, Mister Chips”, por aquello del ceremonial de estrechar la mano del árbitro y de los linieres. El entrenador Sirio era “¡Qué bello es vivir!”; y a Aurelio le adjudicaron “De México llegó el amor”.

Aunque ya no era un crío, César destacaba tanto que el Real Oviedo –entonces en Segunda División y entrenado por Caicedo- le hizo una prueba en verano. El que le recomendó fue Mariano Zubizarreta. Si la cosa fraguaba, le iban a ofrecer dos mil duros de ficha, ochocientas pesetas al mes y un empleo curiosu. El extremo estuvo un mes con los “azules” y llegó a jugar un amistoso contra el Valladolid, en Avilés, pero al final el fichaje fue descartado y se quedó en Llanes, donde sus incondicionales seguirían sacándole canciones:

“Maestro, no tengas miedo,

hazle frente al enemigo; 

si tratan de atropellarte, 

el público está contigo”.


A lo largo de esa época, recorrida por trenes llenos de aficionados que seguían a su equipo, sonó con fuerza la expresión “¡Triquititrí, ra, ra, ra!”, que luego sufrió una ligera transformación y pasó a ser “¡Triquitrí!”. Eran los tiempos de la denominada “Ruta del Oro”, que va desde 1948 hasta los primeros años cincuenta. El inventor del grito de guerra fue José Sáinz Notnaghel, delegado en Llanes de la compañía mexicana “Aerovías Guest” y amigo de Evilasio Sánchez García, que llevaba al campo de “Malzapatu” un megáfono para lanzar al viento sus voces de ánimo: 


“Cueste lo que cueste,

se ha de conseguir

que la Copa sea para el Triquitrí”.


Se popularizaron al menos diez estribillos. El principal cantar, que resumía el espíritu del “Triquitrí”, estaba inspirado en una ranchera de Negrete:


“Me gusta cantar al viento, 

porque vuelan mis cantares, 

y digo lo que yo siento del Club Deportivo Llanes.

Tenemos un gran equipo

de solera y de bandera,

que a todos los sitios que va

tiembla hasta la carretera.

Tenemos un delanteru que se llama Paco Maya,

que todas las que recoge las introduce en la malla.

Con César de extremo izquierdo,

Rafa y Tonín de delanteros,

se forma la doble uve

y el gol sale de bandera.

Me gusta ver a Tomás

con su juego de cabeza,

tirando balones al centro

para que Aurelio los meta.

Noga es un batallador,

Torre y Ramonín despejan,

y las que llegan al marcu

Luisín Cobos las bloquea”.


Lolina, la hermana de César, que se casaría con el farmacéutico Mariano Buj Suárez, era una de las grandes forofas del equipo. “¡Hermanín: ya tienes las niñeras a cada lau!”, gritaba Lolina, sin apear el paraguas, cuando veía que los defensas se pegaban a él como lapas. La fama de la hermana de “el Maestro” trascendió las fronteras llaniscas. Una vez, bastantes años después de que hubiera periclitado el “Triquitrí”, Lolina estaba en Llanes acompañada de su marido en una celebración con motivo de la ordenación sacerdotal de su cuñado Pepe Buj.

- “Oye, Mariano del alma: un cura de aquellos de enfrente no para de mirarme. Desde que entramos no me quita ojo. Me está poniendo nerviosísima. Debo gustai,, Marianín…”, dice a su marido.

- “Figuraciones tuyas, Lolina. No digas cosas raras”.

- “De figuraciones, nada, Marianín. ¡Que viene!”.

En efecto, uno de los sacerdotes presentes se levanta y, con media sonrisa, se aproxima al matrimonio.

- “Perdónenme, hijos míos. Llevo media hora mirándola porque se me hace una cara muy conocida... Estoy seguro de que la conozco, pero no sé de qué”.

- “Yo creo que me confunde con otra, padre, porque yo a usted no lu conozco de nada”, responde Lolina.

Dubitativo, el sacerdote se rasca la cabeza y, de pronto, da un bote.

- “¡Ya lo tengo! ¡Ya me acuerdo! ¡Usted me dio una vez un paraguazo!”

- “¿Pero qué diz, padre, si yo tuve siempre muchu respetu a los curas?”.

- “Fue un domingo en Cangas de Onís, en un partido muy disputado! Estaba yo a punto de entrar en el seminario. Usted es la de los paraguazos, sin duda.”

 

EL GRITO DE GUERRA


Las letras de los cánticos al fútbol llanisco de los años cuarenta y cincuenta guardan un cierto parentesco formal con los cantares de gesta:


“Tengo un ‘once` de Primera,

no es un equipo cualquiera,

tiene clase en las jugadas

y al alzar las goleadas,

tiran a gol, tiran a gol.

Es el conjuntu llaniscu

equipu de muchu pistu,

tien la furia española,

pega muy bien a la bola,

tiran a gol, tiran a gol.

Aquí llegamos los hinchas,

por si el equipu deshincha,

sacamos nuestras reservas,

que traemos en conservas,

tiran a gol, tiran a gol.

Haciendo honor al escudu,

hoy nos quedaremos unidos

por animar al equipu,

aunque nos hagamos ciscu,

tiran a gol, tiran a gol”.


Era otra cosa. Incluso algunos anuncios de la prensa local encerraban alusiones al fútbol, como éste de la peluquería de caballeros “México”:

 

“¡Deportistas y aficionados!

¿Queréis saber de todo... ello?

¡Afeitaros donde Abello!

La cátedra de balón la explica José Ramón.

Y la de ciclismo, a cargo del mismo.

El tiempo que ha de hacer en Mayo, te lo dirá Pelayo.

Hermosea tu semblante y masajea tu cutis,

paga el servicio a Constante

y ya puedes hacer mutis”.

 

Los comerciantes sabían aportar fantasía en el marketing. Mientras el confitero Abelardo ponía poesías en los envoltorios de los caramelos de malvavisco, el comercio de calzado “La Victoria” recomendaba prepararse para las grandes fiestas:

“Como ya viene La Guía

y tenemos que bailar,

para no quedarse en casa

nos tenemos que calzar.

Para que bailes a gusto,

graba bien en la memoria

que has de comprar tus zapatos

en Calzados La Victoria”.

 

LANCES Y ENTUERTOS

Las canciones dedicadas al "Triquitrí" contaban lances, entuertos y batallas:


 “En el Campu de Pialla,

Titi Judas se vendió

para romper la pierna a Hilario

y quedar campeón.

Valamé, valamé,

Titi a Hilario rompió un pie,

esi jugador de Infiestu

es peor que Bernabé.

Don Antonio Moriyón,

cuando supo lo de Hilario,

fue a la FondaLa Guía

y le regaló un rosario”.

 

La lesión que sufrió Hilario hizo que se convocara una multitudinaria manifestación de apoyo en la Plaza. El jugador, con su pierna escayolada, tuvo que salir a saludar a la ventana.

 

“Club Deportivo Llanes,

levanta bien la cabeza,

pues jugásteis el torneu

con valentía y nobleza.

El Club Deportivo Llanes

nunca pierde la moral,

aunque pierda y aunque gane,

la alegría es siempre igual,

¡Hala Llanes, hala Llanes!”.

 

Las letras siempre estaban empapadas de orgullo llanisquista:

“Esta tarde, si Dios quiere,

ganaremos al Cardín,

que tenemos un delanteru de aúpa,

que se llama Tomasín.

Y si vamos a Cangas,

la gente se amotina,

y sale a relucir

la famosa sardina.

No hay equipu en todo Oriente,

que al Llanes le meta el diente,

no hay equipu por aquí

como el Llanes “Triquitrí”.

 

“En tal sitiu nos llamaron sardineros y algo más,

pero estamos muy orgullosos de tener puertu de mar.

¡Así se bate el chocolate

en la “Auseva” cuando se hace!”.


Y no faltaron valientes y comprometidos estribillos en alusión a los “emboscaos” (lo que tenía sus perendengues en el contexto social y político de entonces), como aquél que decía:

“Si tenéis jugadores

es gracias a Bernabé,

que los trae por la noche

cuando nadie los ve”.


(De un extenso reportaje publicado en el semanario EL ORIENTE DE ASTURIAS, en cuatro entregas, los días 26 de mayo y 2, 9 y 16 de junio de 2000). 


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