Ramón Pérez Batalla, en 2011. (Foto: H. del Río) |
Al cumplirse seis años de su
fallecimiento, quiero dedicar estas líneas a Ramón Pérez Batalla, a quien
llamábamos cariñosamente “Paputina” (1957-2014). Futbolista y entrenador de
fútbol, funcionario de Correos, periodista de oficio (atento siempre a los
latidos de la calle y en contacto con las mejores fuentes de información), paisano
de una pieza, llanisco de los que quedan para siempre en la memoria colectiva
y, sobre todo, colega y amigo del alma, “Papu” nos dejó en plenas fiestas de la
Magdalena.
Parece que fue ayer, mismamente,
cuando me esperaba cada día en la barra del “Uría”, del “Pinín” o del “Sablón”, al término de mi jornada laboral. Pedía un blanco de Rueda sin pronunciar
palabra, trazando en el aire un redondel con el dedo índice de su mano
derecha, y platicábamos y arreglábamos el mundo, compartíamos alegrías y penas, y preparábamos juntos alguna
crónica para LA NUEVA ESPAÑA.
Este es el artículo que le
dediqué al día siguiente de que fuera encontrado muerto en su cama por causas
naturales.
OPINIÓN
Una figura en la cotidianidad
HIGINIO DEL RÍO PÉREZ
Ramonín llevaba la sangre de la estirpe de los Raposos y de los Camarás, que es un linaje de los que verdaderamente tienen peso en Llanes, igual que la familia de Pedro el Sordu, por poner otro ejemplo notable.
Hijo de Miguel Pérez Cossío y de Adela Batalla Díaz (Chiqui), desde la cuna participó del universo llanisco más genuino: el glamour del cine de los domingos, en la sesión de las cinco, en el Cinemar, donde su progenitor era el operador que oficiaba su magia de la proyección; y de Chiqui, hija de Esperanza y Camará, heredó una rebeldía natural e irreductible (nos acordamos de aquellas celebraciones del Carnaval, cuando los críos marchábamos detrás de Pacina y de la madre de Paputina, ambas disfrazadas, por el Cuetu Baju, alborozados, hasta que aparecían los municipales y nos dispersábamos).
La cotidianidad de Llanes estaba en los genes de Ramonín, que había sido futbolista de raza, y luego entrenador de éxito en el fútbol regional; que había vendido periódicos por las calles; que fue funcionario de correos durante muchos años y que se manejaba bien en las faenas de la pesca y en la mar. En los mares procelosos de la vida. Valiente y sufrido, leal y juerguista, siempre dispuesto a echar una mano. Por una doble vía penetró el veneno de la letra impresa en sus venas. Él y sus siete hermanos vendían los diarios en el andén de la estación y en las cercanías del puente y del mercáu. Y lo mismo había hecho también un primo suyo, mayor que él, doctorado cum laude en la Universidad de la vida. Aquel pariente -que acaso enseñó a Ramón a luchar por la vida aunque fuera a dentelladas- vendía ejemplares del “El Diario Montañés”, que entonces dirigía Ricardo Vázquez Prada. Un día, un vendedor de la competencia gritaba al otro lado de la acera: “¡La muerte de Juanín, en el Diario Regional! ¡Compre el Diario Regional!” El primo de Ramón jugaba con desventaja, porque El Diario Montañés sacó la edición sin enterarse de la noticia del fallecimiento del mítico emboscaú, pero lo resolvió sobre la marcha. “¡Últimas noticia!”, “¡La muerte de Juanín en El Diario Montañés!”, y en un minuto dio salida al montón de periódicos que llevaba debajo del brazo.
Tenía yo intención, desde hace meses, de escribir un artículo sobre Ramón. Le pedí que me fuera contando alguna cosa de los 25 años que trabajó en Correos, pero sólo me dio tiempo a anotar una anécdota en una servilleta de papel. Con la dificultad propia de las personas operadas de laringe, Paputina me habló de un compañero suyo. “Buena gente aquel carteru, pero algo burrín. Se recibió una carta que ponía simplemente: Señor Cura Párroco, y debaju el nombre de la localidad. El tío, ni cortu ni perezosu, nada más leer las señas devolvió a su remitente la carta con esta anotación: EN ESTI PUEBLU NO HAY NINGÚN PACORRO.
Ramón se lleva con él la saca de la correspondencia de su anecdotario inédito, pero nos deja los sobres abiertos y vividos de los días y las horas pasados junto a él. Descanse en paz.
(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el sábado 26 de julio de 2014).
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