Feito, en la Casa Municipal de Cultura de Llanes en 2007. (Foto: H. del Río).
José
Manuel Feito Álvarez, fallecido el día 29 de junio de 2020 a los ochenta y seis años, era un asturiano polifacético e insigne. Fue sacerdote,
etnólogo, poeta e investigador, y se especializó en lenguas gremiales,
alfarería, folclore y artesanía de Asturias. Ejerció como cura ecónomo de
Miranda de Avilés desde 1964 hasta 2015, año en el que se trasladó a la
parroquia de San Juan de Ávila.
Fue
profesor de Religión en el Colegio San Fernando y en los institutos Carreño
Miranda, La Magdalena y Menéndez Pidal hasta su jubilación.
Publicó importantes monografías sobre cerámica, con especial atención a la alfarería
negra y a la presencia de la mujer en la producción, distribución y venta de
enseres (las populares “cacharreiras”).
Miembro
correspondiente del Real Instituto de Estudios Asturianos (RIDEA), había
recibido, entre otros galardones y reconocimientos, el Premio Nacional de
Etnografía “Marqués de Lozoya” (1983) y el Premio Nacional de Periodismo “Mundo
Negro” (1988).
En
febrero de 2007 tuvo una destacada participación en el curso de xíriga (el
lenguaje de los tejeros llaniscos) organizado por la Casa de Cultura de Llanes.
En homenaje al sabio Feito recuperamos este artículo, escrito a raíz de su
intervención magistral, llena de ingenio, sabiduría y simpatía, en aquel taller
municipal.
El paraíso de las lenguas gremiales
HIGINIO DEL RÍO PÉREZ
Si, algún
día, Llanes decidiera establecer en su territorio la cooficialidad de la xíriga
(el lenguaje o argot de los tejeros llaniscos), ¿podría alguien negarle ese
derecho...? Detrás de la xíriga hay una prolongada estela de historia, mucho
sudor y mucha sangre, como en las lenguas clásicas, pero, a diferencia de
éstas, a los “xíriga-hablantes” les queda cuerda para rato. Da la impresión de
que la xíriga -un patrimonio cultural y sociológico de primer orden- puede
seguir siendo útil como recurso expresivo y como instrumento de comunicación.
Es innegable
el interés que despierta este tema. Durante los primeros meses de 2007, la
xíriga y el mundo de los tejeros están siendo objeto de estudio en la Casa de Cultura de Llanes,
dentro del programa de cursos municipales convocados por el Ayuntamiento. De
esta iniciativa, verdaderamente sin precedentes, hablaremos aquí en un próximo
artículo.
Hoy referiré
tan solo el hecho de que en una de las sesiones de ese taller ha participado el
sacerdote e investigador asturianista José Manuel Feito Álvarez (Pola de
Somiedo, 1934). Miembro del RIDEA y reconocido estudioso de las expresiones jergales
de nuestra región, el erudito “ñurriu”, que diría un tejero, expuso su idea de
que “Asturias es el paraíso de las
lenguas gremiales” y habló del “bron” (el argot de los caldereros de
Miranda), de la xíriga y del mansolea (la jerga dialectal de los zapateros de
Pimiango).
De la
intervención de Feito, en la que no faltaron anécdotas muy ilustrativas, nos
interesó mucho el apunte que hizo de la idiosincrasia de los caldereros,
marcada por el sentido de la autoprotección (autodefensiva es también, por otro
lado, la honda intención de las jergas gremiales en su conjunto). Al igual que
los tejeros, los caldereros provenían de la aldea, de mundos empobrecidos y sin
alfabetizar, y solían ser considerados gente de pocas luces y fácil de
embarullar y de engañar. Pero esa apreciación estaba equivocada.
Veamos un
ejemplo. Cuéntase -nos lo contó Feito- que un calderero llegó a Salamanca con
un jamón para un hijo que tenía allí sirviendo a la patria. Era la época de la
jambre. Dos estudiantes -que desde el
primer momento se fijaron el objetivo de hacerse con la vianda- mostráronsele
amistosos y serviciales y le dieron palique. “¿No estará el hijo suyo, por casualidad, en tal cuartel?”
“¡Sí, ahí
mismu está!”, respondió él.
“¡Hombre,
pues resulta que el coronel que manda esa unidad es tío carnal nuestro!”.
Total, que se le ofrecieron para interceder en favor del soldado y procurarle
una mili de enchufado. “Lo único que
haría falta, eso sí, es tener un detallito, ya sabe... Una caja de puritos,
unas botellitas de anís del Mono, algo..., que nosotros le llevaríamos con
mucho gusto de parte de usté”.
El jamón ni lo mentaron, pues daban por
hecho que lo acabaría sacando a relucir el propio paisano. Él se rascó la
entrepierna. “Buenu, no sé” -dijo-. “Yo soy caldereru, y creo que hago bien mi
oficio. Podría hacer el mejor calderu de todos los que hice en la vida. Inclusu
voy vender una finca y el fondu lu voy a poner de oru”. El par de elementos
empezó a presentir un chasco. El artesano añadió: “Y si al señor coronel, por lo que sea, no le interesara el calderu, lu
podéis vender vosotros y ganar unas perras guapamente. Por el asa y lo de
arriba no sacaréis gran cosa, pero por el culu van a daros bastante”.
(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el sábado 24 de febrero de 2007).
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