Fachada del Bar La Gloria. (Foto: H. del Río). |
Pingüinos
en La Borbolla
HIGINIO DEL
RÍO PÉREZ
(LA NUEVA ESPAÑA, 12 enero 2008)
Hay cosas que sólo pasan en los
chigres clásicos, que aún son capaces de provocar coincidencias cósmicas, al
modo de las conjunciones entre los planetas. Los pocos bares con alma que nos
quedan tienen mucho de espacio escénico, de género chico, de corral de
comedias, donde se juntan los últimos de Filipinas y el hambre con las ganas de
comer.
En los chigres se improvisan
espectáculos espontáneamente (y torrencialmente), como si obedecieran a un
guión concebido al unísono por Pachín de Melás, Billy Wilder y Eugenio Ionesco.
Que se lo digan, si no, al forastero que aterrizó el otro día en el bar “La
Gloria”. Era 28 de diciembre, festividad de los Santos Inocentes. Empezaba a
anochecer en Llanes cuando aquel hombre -un turista de segunda residencia,
quizá, propietario reciente de un pisito en el barrio de San José- toma
posiciones en la barra. Se ve a la legua que es una persona civilizada (tal
vez, un profesor de IES acariciando la hora de la jubilación). Se atrinchera en
el córner con la determinación de Livingstone descubriendo el lago Ngami, y
pide a Pepín Sánchez Inclán una cerveza. Y se levanta el telón: irrumpe en
escena Manolo Melijosa, “El Parru”, con una entrada algo alborotada, muy de las
suyas. Como buen marinero que es, “El Parru” suelta una predicción
meteorológica: “¡Puñeteru fríu! ¡Esta
noche hay pingüinos en La
Borbolla !”
Entra Cosmín Menéndez en su silla de
ruedas, y todos nos disputamos el honor de franquearle la entrada. Le sigue
Guillermo, el de “La Sirena ”,
que arranca con una canción de “Los Panchines”, la inolvidable orquestina local
de los años cincuenta y sesenta, en la que Cosmín -un gigante de medio metro de
altura- tocaba la batería: “¡Si te dan
chocolate, / oui, oui, oui, / tómalo todo, dengue, dengue, dengue…!” Nos
ponemos todos a cantar, dirigidos por Guillermo.
Se declara una tregua. Un entreacto.
Pepín descuelga el teléfono y habla con su hijo mayor, que está estudiando
Derecho en Madrid. “Y dime: ¿cómo van las
relaciones diplomáticas España-Israel?”. El vástago del chigreru está
ultimando un trabajo de fin de carrera sobre política internacional, y el
turista escucha algo que era lo último que esperaba escuchar allí. Empieza a
mosquearse y a pensar en la CIA ,
en el Mossad y en la reabierta crisis de Oriente Medio. Aprovechando que
alguien deja la puerta abierta, es el momento elegido por Cosmín para hacer
mutis por el foro a toda pastilla, como si le persiguiera un comando talibán.
El turista da un bote sobresaltado, pero no pasa nada. No cunde el pánico.
Simplemente pasa que a Cosmín le ha entrado la urgencia de cambiar el agua al
canario. Tarda más de la cuenta en regresar a su puesto, y cuando reaparece se
le amonesta paternalmente: “¡Teníamos
miedu de que te hubieran secuestrau! ¡Muchu tardasti, jodido!” Y Cosmín
responde con buenos reflejos de hombre de mundo: “No es lo que tardo en mear, amigu…, ¡es lo que tardo en encontrala!”
Alguien entona otra canción clásica
de “Los Panchines”, “El baile del Musulmé”, y con ello moviliza de nuevo al
coro. Pausa. “¡Pepín, pon una ronda,
salao!”, pide un paisano que empieza a relatar un suceso extraordinario: “Estaba yo haciendo footing anoche, por fuera
del Polideportivo, cuando miro p’atrás y veo un raposu, que me seguía igual que
un perru falderu. Corrí con el zorrín en los talones, como si nada, hasta que
acabé las vueltas, y allí quedó el animalín, tan perenne”. El forastero
-que ha presenciado un espectáculo lineal, sin fisuras, como los de Broadway-
se despide y se esfuma, mientras en el bar continúa la función. “¡Mucha burrología…!”, empieza diciendo
“El Parru” en el inicio del segundo acto.
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