OPINIÓN
En Llanes pudimos disfrutar de su trabajo numerosas veces. Las tengo anotadas. La primera fue en 1990, en el Cinemar. “Margen”, la mítica compañía a la que estuvo totalmente entregado durante cuarenta y tres años, representó en aquella ocasión “Ahola no es de leil”, de Alfonso Sastre, obra en la que intervenía también Ceferino Cancio, otro gigante de la escena asturiana desaparecido. Luego vendrían “La noche que no llegó el viento” (1991); “Toreros, majas y otras zarandajas” (1991); “¡Olé!” (1992); “Gran Viuda Negra” (1995); “War!” (1999); “Molière ensaya Escuela de mujeres” (2000); “La Regenta en el recuerdo” (2001); “Hamlet” (2002); “La Celestina” (2003); “Anfitrión” (2004); “El viaje a ninguna parte” (2006); “Entremeses. La guarda cuidadosa y La cueva de Salamanca” (2007); “La soldado Woyzeck” (2008); “Tartufo o el hipócrita” (2009); “A puerta cerrada” (2010), y “Vuelva mañana” (2017).
José Antonio Lobato era una pieza básica del teatro profesional del Principado y un acicate contra la inoperancia y la desgana de la clase política en la crisis crónica del sector. Racial y sensible, aguerrido y alegre, idealista y solidario, supo siempre adaptarse a cualquier escenario y ganarse a pulso nuevos públicos (algo tan difícil) en todos los rincones de la región.
Los aficionados asturianos al teatro quedamos en deuda con él. Le debemos, sobre todo, el enorme valor de su renuncia a salir de Asturias a la búsqueda de horizontes más prometedores.
Higinio muy interesante como todas tus publicaciones.
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