jueves, 2 de abril de 2020

LLANES: COMPAÑEROS FIABLES


HERMANO SOL, HERMANO RODOLFO, HERMANA AGUA, HERMANO MAXI...


Estas criaturas, a las que San Francisco de Asís llamaría hermanos, son o fueron en Llanes vecinos muy apreciados. Almas puras, cuyo trato nos enriquecía y nos alegraba la vida. Desde su pequeñez, nos dieron mucho. Desde su inocente animalidad contribuyeron a hacernos el entorno más humano. 

Hermano Sol



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

El “Sol” vive en un apartamento sobre las rocas que flanquean la Playa del Sablón, al lado de la muralla medieval. Soltero y sin compromiso, es todo un personaje, un “bon vivant” que habría hecho buenas migas con el santo de Asís (podría ser incluso un buen cronista oficial de Llanes, porque conoce el pulso de la localidad y no despierta la menor animadversión).

Por mucha tensión prebélica que viva el mundo, no ha nacido aún el guapo que le haga a él variar las costumbres. Sobre las nueve de la mañana, asoma el morro en la cancela y, sin acelerarse, sale con la cabeza alta, caminando con pasos cortos a la búsqueda de la aventura diaria de la vida. Junto a la escalinata que baja al arenal, contempla el panorama en silencio (últimamente parece que lo hace de un modo más concentrado, porque también a él le trae a mal traer la amenaza presente y futura del chapapote); deambula luego por el Paseo de San Pedro y se suma a las escasas tertulias de peso que aún le quedan a la Puebla de Aguilar. Aunque es un tipo independiente –y a veces gasta malas pulgas-, el “Sol” está ansioso de cariño. Se arrima sólo al trigo limpio y huele a distancia las fuentes orales de verdadera confianza. En el lugar donde vive, había antiguamente unas casuchas habitadas por singulares protagonistas de la intrahistoria de Llanes, como la honrada y querida familia de Perfecto Santos Cue, “Teto”, de cuya época todavía hay quien recuerda las ocurrencias en verso que sobre su madre popularizó en plena posguerra la ingeniosa Concha “la Juanilla”, la esposa de “Juanillo” Goti (uno de los ciento treinta miembros de la tripulación que dio la vuelta al mundo a bordo del “Nautilus” entre 1892 y 1894), que era vecina de ellos. Al “Sol” se le ponen tiesas las orejas cuando oye aquello de: “Las bacinillas de Tanis, / nadie lo puede negar, / desde la puerta vemos / que siempre están a pleamar. / Perfecto coge el calderu, / lu va a tirar al Sablón / pa que los críos / por la noche hagan la deposición. / El calderu no lu friega / por si lu lleva la mar / pero mete el agua en casa / pa fregar la vasa / que emporcaron al cenar. / Tanis es trabajadora, / nadie lo puede negar, / aunque siempre está en la bolera de “La Bombilla” / viendo a los hombres jugar”.
Le tira ese casticismo de palanganas y pucheros con remaches, en el que nunca faltan personas graciosas: “¡Quién me iba a decir a mí, chachu, que el orinal que heredé de mi güela, que hizo muchu serviciu en casa cerca de noventa años, iba a acabar expuestu pa que lu contemplen los turistas!”, oía decir el otro día, en el mercado de los martes, a una porruana que hablaba con orgullo del Museo Etnográfico del Llacín.
Pero, sobre todas las cosas, y aunque su palmito abulte poco, el “Sol” es un experto en los lances de galanteo. La primera actividad vital de este ligón empedernido se centra en coleccionar novias. Su éxito con el género femenino está en la naturalidad, en no aparentar lo que no es: posee el aplomo de Humphrey Bogart, la decisión de Giovanni Giacomo Casanova y la fragilidad de Bambi. El “Sol”, hijo ratonero del mestizaje, es, en fin, el perro más listo y rumbero de Llanes y, frente a la psicosis de guerra que nos rodea hoy, se ha convertido en un símbolo de paz: nadie aplica tan al pie de la letra como él eso de “haz el amor y no la guerra”. 

(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el jueves 13 de febrero de 2003).




Rodolfo, cliente del "Rocamar"


HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

Este “leve ser”, como diría Miguel Hernández, encarna una rutina que se repite en Llanes cuatro o cinco veces al día desde hace dos años. De él habría escrito Juan Ramón Jiménez cosas muy guapas. El autor de “Platero y yo” podría habernos dicho que posee “la libre monotonía de lo nativo, de lo verdadero” y que vive sus días “sin fatales obligaciones”. 

Al fin y al cabo, Rodolfo, que así es como se le conoce aquí, viene a hacer lo mismo que hacen otros llaniscos: frecuenta el parque, en lo que fue la huerta del convento monjil de la Encarnación, en la proximidad de la estatua de Posada Herrera; disfruta de la rutina y de las horas muertas y resucitadas del ambiente, de las risas infantiles y del vaivén de los columpios, y cuando le apetece, en varios momentos de la mañana o de la tarde, entra en la cafetería Rocamar, situada en la avenida de México.
El nombre de Rodolfo, no sabemos si por querer emparentarlo con el Valentino del cine mudo, se lo puso el difunto Vicente Martín, el hijo del Roxu, que compartía con él las magdalenas de su desayuno.
Gabriel Vela Gutiérrez, el dueño del bar, ya ve las visitas diarias de Rodolfo a la altura de las de sus más fieles clientes: Genín el Confitero, Chucho el de la Autoescuela, Félix el Peluquero, Ángel el del Montemar, Arturo el de Finisterre, Pancho Capín … La familia Vela Gutiérrez regenta el Rocamar desde 1982. Es un establecimiento que habían fundado a finales de los años 60 José Burgos y Carmina Tapia, y atesora ya mucha solera. Sus paredes, decoradas con espléndidas fotografías paisajísticas de Nico Sobrino, cobijan parte de nuestra historia personal. Allí, en diciembre de 1973, mientras jugábamos al tute, nos enteramos de la noticia del atentado mortal que sufrió el almirante Carrero Blanco: entró de pronto José Perela, propietario de un almacén de madera, y proclamó solemnemente: “¡Esta es muy gorda, señores! ¡La revolución!”
Nuestro Rodolfo, al que ese dato histórico ya no le dice nada, viene a asomarse al cristal desde el alféizar exterior para ver si hay moros en la costa, y si está cerrada la puerta espera a que salga o entre alguien, pero no hace esa maniobra con cualquiera. Solo se acerca a los parroquianos que le inspiran confianza, que son los más. Una vez dentro, sus apariciones apenas duran diez minutos. Tiempo suficiente para explorar el entorno de las mesas y aprovechar discretamente el pincho que le ha dejado preparado Gabriel. Sin miedo, pero con prudencia, pasa entre los que juegan las partidas de subasta, y cuando decide salir, si la puerta permanece cerrada, aguarda a que venga o se vaya algún conocido, para ahuecar él el ala. (Espera a que se presente la aletía favorable, al igual que hacen los marineros de la cofradía de Santa Ana para regresar a puerto cuando hay nortada).
Rodolfo es un “niño del aire” y se afana alegremente en existir en la luz, en llenar de píos y revuelos “el silencio torvo del mundo” y en sortear los peligros con el desparpajo que “su infancia perpetua le ha dado”. Es un simple gorrión. Un personaje real que se convierte cada día en poesía cotidiana y sencilla de Miguel Hernández. 


(LA NUEVA ESPAÑA, miércoles, 23 de marzo de 2016)

  





"Agua" oye la vida por Toña


HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

A "Agua" sólo le falta hablar. Es una perrina con ojinos de inteligencia, espabiladina a más no poder y salada como pocas. Guapina y buena por dentro y por fuera. Se llama “Agua” y es los oídos de María Antonia Álvarez Rubiera, Toña (Mi personaje favorito número 136), una llanisca muy querida, nacida en 1933 y sordomuda de nacimiento.

En cierto modo, "Agua", que acaba de cumplir siete añinos, es una perrina "lazarillo", una buena compañera que ayuda a transitar por un mundo poblado de ruidos y sonidos que jamás podrá percibir su dueña. Cuando suena el timbre de la puerta, es ella la que da el aviso pertinente moviendo el rabo, saltando y llamando la atención con una profesionalidad envidiable.
Toña está envuelta de silencios en sus días y en sus noches. La única palabra que es capaz de pronunciar es "agua". Por eso se llama así la perrina. Por pura poesía y puro pragmatismo. 

(LLANES, COSAS DE LLANES, 3 de diciembre de 2017)


         

Maxi, para los amigos


HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

Turistas y lugareños, aquí anda todo el mundo descalzonado, con prisas y con cara de mala hostia, y nuestro amigo Maximiliano (Llanes, 2010), Maxi para los amigos, es un poco el contrapunto a todo ese ruidoso gallinero circundante.

Maxi, que nació en la calle Román Romano, es chiquituco, discreto, muy tranquilo, sabe saborear los buenos momentos de la vida y disfruta junto a su dueño (que es su mejor amigo) de diarios paseos por la senda fluvial a Pancar, el Rinconín, Toró y San Pedro. Son, los dos, andarines de marca mayor (en diciembre pasado recorrieron 250 kilómetros juntos) y a veces hacen también rutas de montaña (en una ocasión llegaron hasta la base del Picu Urriellu o Naranjo de Bulnes, que eso manca.
Sus dueños son Oli Noriega Martínez, de La Borbolla, y José Ramón Alloza Suárez, de Ribadesella, que le pusieron el nombre en cuanto les llegó el animalín como regalo a casa. “¿Qué nombre le ponemos?”, se dijo la pareja, que consultó el santoral y vio que ese día era la festividad de San Maximiliano. Un nombre muy guapo. Muy centro europeo. Maximiliano, le quedó al perrín.
Lo que más llama la atención en Maxi son sus ojos, negros como el azabache, grandes, expresivos a más no poder. Ojos llenos de humanidad, con los que habla y transmite sentimientos.
A diario, José Ramón Alloza y él alternan en el bar del Casino, un sitio de ambiente muy llanisco. El perrín, se acomoda en un rincón, sin dar la lata, observando con atención el paisaje y el paisanaje. Hasta las tres en punto, que es cuando el chigrero, Ramón Llada, “Barullos”, coge una bandeja metálica y repica en ella con una cuchara. Es la señal convenida de que todo quisqui tiene que arrancar ya para casa. Maxi, que se entiende muy bien con Barullos, se levanta como un tiro y suelta un ladrido breve y enérgico, encarándose a los parroquianos que todavía están de palique en el local. No hay más que hablar. El ladrido es irrevocable y marca el desalojo instantáneo. Salen los paisanos. Salen Maxi y José Ramón. Queda el bar vacío, y Barullos echa entonces el cierre hasta las siete de la tarde. Así todos los días.

  (MIS PERSONAJES FAVORITOS Nº 226, 15 de enero de 2016)



Ballet de algodón


HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

Aportan serenidad y cordura en medio del barullo del verano. Las cuatro cabrinas pueblan, inalterables y tranquilas, un prao al lado del Camping de Troenzo. Están siempre juntas, observando la sucesión de soles y lunas y el tránsito de coches, peatones y peregrinos jacobeos.

En cuanto ven gente, se acercan a la valla metálica, límite de su territorio verde, a ver lo que cae y a dejarse acariciar. Lo hacen en silencio. Componen un grupo de ballet de algodón. Desde hace tres años, más o menos, son una de las principales atracciones del paisaje llanisco. 
Resulta imposible no encariñarse con ellas. Son "blandas, humildes y consentidas", como Platero, y los críos, de la que van y vienen de la playa, las acarician, les dan migas de pan y las ponen nombres. 

(LLANES, COSAS DE LLANES, 12 de agosto de 2019)

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