domingo, 21 de diciembre de 2025

CARLOS SANTANA, POR FIN

 

Retrato a lápiz del músico de origen mexicano (por Higinio del Río).


OPINIÓN

UNA DEUDA PENDIENTE CON CARLOS SANTANA


La figura del guitarrista chicano, en la perspectiva de los Premios "Princesa de Asturias"



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

El pasado 28 de julio pude asistir por primera vez a una actuación de Carlos Santana. Fue uno de los dos conciertos que el guitarrista y su banda ofrecieron en el Jardín Botánico de la Universidad Complutense de Madrid dentro de la gira “Oneness Tour 2025”.

A cuatro mil personas congregadas en el vergel de Moncloa nos fue dado uno de esos espectáculos capaces de provocar en el público una recarga de pilas y un rejuvenecimiento interior. Se repasaron grandes éxitos de un ayer ya lejano (entre ellos “Oye cómo va”, “Jingo”, “Black Magic Woman”, “Samba pa ti” y muchos más, que en el discurso en directo del mexicano-estadounidense suenan frescos y reactualizados) y se vivieron momentos dignos de enmarcar, como el electrizante diálogo entre la baterista Cindy Blackman (presentada como “mi amiga, mi compañera, mi amante, mi esposa”) y el bajista Benny Rietveld; la dedicatoria a “un gitano, mi hermano Paco de Lucía”; o una reflexión desde el escenario recibida por los espectadores en un sepulcral silencio: “Todos podemos contribuir a la conservación del mundo. Hay miedo y confusión, pero la luz de cada uno de nosotros es más fuerte que la estupidez de la mente”. 

En las actuaciones de Carlos Humberto Santana Barragán (Autlán de Navarro, estado de Jalisco, México, 1947) nunca faltan las invocaciones a la paz, al amor y a la fraternidad, lanzadas al viento con la fe de un profeta que clama en el desierto. Hijo de un violinista de mariachi, había alentado tiempo atrás un cristianismo versionado a su manera; se acercó luego al hinduismo, y hoy sigue construyendo con sosiego un personal concepto de Dios al margen de las religiones. Su guitarra, que tantos éxitos comerciales le depara, ha sido siempre una herramienta en la búsqueda de la espiritualidad (y lo mismo se podría decir de la marihuana, que, según dice, le ayuda a verse por dentro). La utopía, la esperanza, el compromiso con la época que le ha tocado vivir, los anhelos místicos y la filantropía efectiva forman parte de la personalidad de Santana, una de cuyas iniciativas sociales, la Fundación Milagro, nació en 1998 para dar cobertura sanitaria y educativa a niños y jóvenes de familias sin recursos.

Desde su primera aparición en el festival hippie de Woodstock (1969), acogida entre clamores contra la guerra de Vietnam, el instrumentista y compositor chicano se ha ganado a pulso un sitio de honor en la historia de la música. Ha influido ética y estéticamente en dos generaciones. Su legado habla un lenguaje universal. Las fuentes de las que ha bebido durante los últimos sesenta años son lo étnico, el indigenismo, los ecos de África, el alma primigenia y minimalista de los pueblos, y a base de fusionar ritmos y sonidos de tan distinta procedencia ha llegado a crear un mestizaje musical que reverbera con el brío de las vanguardias. “Yo quiero que mi guitarra ponga a los hombres los pelos de punta”, ha confesado. Mezclar y refinar una materia prima auténtica y diversa (corrientes afrocaribeñas, rock latino, salsa y elementos recurrentes de jazz, funk y blues) y transformarla en arte de alcance global es, a fin de cuentas, el resumen y la esencia de su exitosa carrera.

Santana pertenece tanto al siglo XX como al XXI y está en posesión de casi todos los premios más prestigiosos del mundo en el ámbito de la música. Tan sólo le falta el Princesa de Asturias de las Artes.   

(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el jueves 27 de noviembre de 2025). 



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