Un urbanismo acompasado
Peláez Cebrián y Población Knappe en la escenografía del Llanes de los años 60
HIGINIO DEL RÍO PÉREZ
Después del largo impasse que siguió a la Guerra Civil , se dio en el paisaje urbano de la villa de Llanes un salto cualitativo como no se había visto en décadas. A finales de los años 50 y principios de los 60, iría aumentando el catálogo de nuevas edificaciones de un modo acompasado, en consonancia con el pulso tranquilo de la localidad, y quizá también con las coordenadas del desarrollismo que empezaba a manifestarse en España. Muestra de ello son las viviendas sociales del Barrio Bustillo, el Cinemar, el Instituto de Enseñanza Secundaria, el edificio de cuatro pisos levantado sobre lo que habían sido en el período republicano las cocheras de Laureano Morán, en la avenida de la Paz, el bloque construido en la hondonada de Santa Ana (donde había existido un pequeño bosque del Gremio de Mareantes de San Nicolás, del que durante siglos se abastecieron los carpinteros de ribera para hacer las lanchas de los pescadores), las tres hileras de viviendas junto al parque de Posada Herrera y los chalets de las familias Lacazzette y Orejas junto a la playa del Sablón.
Las novedades que iban a evidenciar una voluntad más clara de acercarse a las vanguardias serían especialmente dos: el proyecto de varios chalets, de una sola planta y en la misma acera, promovido por el delineante astur-mexicano Antonio Peláez Cebrián en la ería de San Pedro, en 1964, y el de “Santa María de Ordás”, firmado por Eleuterio Población Knappe e inaugurado en 1968. Ambos venían a retomar, de algún modo, la impronta de modernidad marcada en los años 30 por Joaquín Ortiz.
Antonio Peláez Cebrián (1920-2004), hijo de Manuel Peláez Sampedro , de Vibaño, y Amparo Cebrián Rodríguez, de Palencia, emigrantes ambos en México desde su juventud, dejó en Llanes un ejemplo exquisito de respeto al paisaje -de humildad, incluso- sin parangón, con una intervención adaptada a las características del terreno. Son volúmenes discretos, integrados de un modo natural en el privilegiado entorno, y la filosofía que respiran nada tiene que ver con el irreverente yoísmo de algunos de los arquitectos que nos tocaron en suerte después de él.
No muy lejos del Paseo de San Pedro, estaba La Campera, entre el parque de Posada Herrera y la calle de las Escuelas. Lugar de paso de los escolares, era un limbo sobre el que circulaban sueños, payasos, elefantes y balones remendados. La Campera acogía circos y partidos informales de fútbol, y alguna vez se instaló allí una estructura en forma de tubo, de una altura considerable, sobre cuyas paredes interiores daban vueltas en espiral unas motocicletas endemoniadas.
En aquel prado de la época de las monjas agustinas recoletas del convento de la Encarnación desplegaría sus ideas Eleuterio Población Knappe (1928-2011), más tarde decano del Colegio de Arquitectos de Madrid y autor de los “Eurobuilding” en la capital de España. Por encargo del promotor Aniceto Fernández Ordás, fundador del Banco de Levante, Población dio forma a un complejo de tres edificios con cincuenta viviendas, doce locales comerciales y una superficie edificada de 7.250 metros . Un rotundo y admirable ejemplo de arquitectura moderna, aunque más propio del Mitte berlinés (en reconstrucción entonces) que de una villa de 3.500 habitantes.
(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el jueves 5 de marzo de 2020).
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