Un porruano entre la alta política
El espíritu de la Transición en el Centro Asturiano de Madrid
De una tacada, en 2009
fueron bautizadas sesenta y nueve calles de este Llanes expansivo, abocado sin
remedio a convertirse en una ciudad en toda regla. Fue una decisión un tanto
apresurada, y aunque algunos de los nombres elegidos son dudosamente
representativos de los valores locales y no se sabe muy bien en base a qué
criterios se incorporaron al callejero, hay otros, en cambio, que hacen
justicia a personalidades de verdadero peso, queridas y admiradas, que venían
arrastrando un ignominioso olvido (estamos pensando, por ejemplo, en el poeta
Ángel de la Moría, 1858-1895, el fotógrafo Cándido García, 1869-1925, y el
músico Félix Segura Ricci, fallecido en 1889, para quienes habíamos pedido una
calle en un artículo publicado en estas páginas el 20 de enero de 2007(1)). Entre los
aciertos ha de contarse también al histórico militante comunista Horacio
Fernández Inguanzo (1911-1996), “el Paisano”.
Hubo un tiempo en el que el
Centro Asturiano de Madrid, que presidía el porruano Cosme Sordo Obeso (acaso
otro personaje con méritos suficientes para dar nombre a una calle) propiciaba
encuentros de suma relevancia durante los años de la Transición. No se
trataba sólo de los actos del día a día del centro, sino también de una
significativa actividad colateral que se producía en el Edificio “Asturias”,
sede de la entidad regional, concretamente en un reservado del restaurante “La
Fonte del Cai”, en la segunda planta. Sabino Fernández Campo, secretario de la Casa Real , convocaba a
personalidades clave del momento, como Manuel Fraga, Alfonso Osorio o Alfonso Guerra (de uno en
uno), a discretos almuerzos que no trascendían a la prensa. A aquel
restaurante, del que era concesionario el hotelero Amable Concha, irían alguna
vez los Reyes de España, normalmente en domingo, en medio de un puente festivo,
cuando la capital quedaba semivacía. Con apenas cuarenta y cinco minutos de
antelación, una llamada telefónica desde el Palacio de la Zarzuela daba aviso
de que estaban en camino los monarcas, e indicaba, de paso, la bodega y la
añada del vino de sus preferencias.
Cosme Sordo ritualizaba con
toda solemnidad los actos de entrega de las “Manzanas de oro”, que tanto eco
tenían en los periódicos, y no perdía ocasión de atraer a su territorio a
protagonistas de la vida política y académica. Con el cadáver de Franco acabado
de sepultar, concitaba presencias simbólicas de las dos Españas en el umbral de
una todavía incierta era democrática. Para quienes vivimos aquellos momentos
será difícil de olvidar una comida celebrada en 1980 en la casa regional,
cuando aún tenía su sede en la calle Arenal. Entre los comensales, el presidente
del Gobierno asturiano, Rafael Fernández, el propio Sabino Fernández Campo, el
pintor Joaquín Vaquero Palacios, el escritor y periodista Juan Antonio Cabezas,
el poeta y académico José García Nieto, el periodista José Luis Balbín y varios
diputados y senadores del arco parlamentario. Recién estrenada la Constitución
del 78, estaba allí una significativa representación de la respetable clase
política de entonces, que nada tenía que ver con la de ahora. A los postres,
discursos. En un momento dado, dos caballeros se ponen de pie y se abrazan, mientras
los demás aplaudimos. Uno, había sido comandante de la Guardia Civil en la
implacable persecución de los emboscados; el otro, un irreductible luchador
antifranquista. Eran el militar José Antonio Sáenz de Santamaría y el dirigente
del PCE Horacio Fernández Inguanzo. Hoy, el recuerdo de aquel gesto de
reconciliación y, en general, del espíritu de la Transición contrasta de un
modo perturbador con los negros nubarrones que se ciernen sobre la selva de la
política nacional. Viendo ahora lo que vemos y oyendo lo que oímos resulta
inevitable rendirse a la nostalgia y a la desesperanza.
(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el lunes 30 de septiembre de 2019)
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