Museo Guggenheim de Bilbao. |
Ciudad,
cultura y “zeppelines”
HIGINIO DEL RÍO PÉREZ
HIGINIO DEL RÍO PÉREZ
La
centralidad de la ciudad y el impacto económico de la cultura son nociones que
no se apean de ningún curso de gestión cultural que se precie. Cualquier pollo
que tenga algo que decir en esta materia está llamado a predicar, con machacona
insistencia, la necesidad de pasar de la Europa de las naciones a la Europa de las ciudades,
pues es en el ámbito local donde se tiene que resolver la mayoría de los
problemas que se le plantean al hombre moderno. Eso se complementa con la tesis
de que la cultura ha dejado de ser un florero. La ciudad, según esta lectura,
se presenta como una unidad competitiva en el marco de la globalización
mundial; y la cultura se erige en un elemento de producción de plusvalías económicas
(en la UE aporta
ya el 3 por ciento del PIB). La cultura genera riqueza; no es un gasto, sino
una inversión.
Este
mensaje ha sido recientemente en nuestro país el hilo conductor de tres cursos
fundamentales: las “I Jornadas sobre espacios de creación contemporánea”
(Avilés, marzo, 2004), “El sistema público de la cultura en España. 25 años de
ayuntamientos democráticos” (Cáceres, octubre, 2004) y “Ciudades y Cultura:
tendencias y retos del siglo XXI” (Santander, julio, 2006). Ahora, dando un
paso más en esta reflexión, el Ayuntamiento de Avilés viene de convocar, los
días 24 y 25 de noviembre, un foro dedicado a “La industria cultural. La
cultura como factor de desarrollo económico local”.
En Avilés
se pusieron sobre la mesa megaproyectos como el Guggenheim, el Museo de Arte
Contemporáneo (MUSAC) de Castilla-León y la Ciudad de las Artes y las Ciencias (CAC) de
Valencia, y se examinaron con lupa los pelos y señales de los procesos de
gestación de cada uno de ellos, los plazos de ejecución de las obras, los
modelos de gestión y los criterios de sostenibilidad económica que adoptaron,
el presupuesto y el balance de su funcionamiento al día de hoy. El propósito
era aprender de la experiencia de otros para afirmar y posicionar en la
parrilla el ilusionante proyecto del Centro Cultural Internacional Oscar
Niemeyer.
Hubo cuatro
intervenciones especialmente destacadas. Juan Ignacio Vidarte, director del
Museo Guggenheim de Bilbao (MGB), insistió en ver la cultura como un
instrumento que permite a las ciudades regenerarse, revalorizarse y conseguir
una presencia notoria en el mundo. Rafael Doctor, director del MUSAC de León,
denunció el desencuentro flagrante entre arquitectos y gestores culturales, que
hace muy difícil el acople del edificio a la función para la que estaba
destinado (“se gasta más dinero en
contenedores que en proyectos culturales”). Pau Rausell, de la Universidad de
Valencia, habló de la ciudad como de un “agujero negro” (en el siglo XXI, las
ciudades tendrán una capacidad de maniobra apabullante; los ingresos de Tokio,
por ejemplo, son ya hoy superiores a los de Francia). Y Eduard Miralles, asesor
de Relaciones Culturales de la
Diputación de Barcelona -un teórico muy conocido, al que
habíamos tenido en Llanes en octubre de 1990, en un seminario organizado por el
Ministerio de Cultura-, dio buenos consejos: no es lo mismo, dijo, hablar del
aporte de la cultura al desarrollo que hablar de desarrollo cultural de la
gente; cuando se verifican grandes proyectos del “citymarketing” no se trata
sólo de recibir visitantes, sino de plantear estrategias para mejorar la vida
cultural de los ciudadanos que han hecho posible esos proyectos; y los
“zeppelines” que les caen del cielo a las ciudades, advirtió, a menudo no
integran las necesidades culturales del lugar.
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