lunes, 30 de diciembre de 2024

LA RENACIDA CASA DE THALINY

 



OPINIÓN                                           


Un elocuente testimonio arquitectónico del Llanes de la Segunda República



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

Después de haber sufrido en los últimos cincuenta años la pérdida de buena parte de nuestro mejor patrimonio arquitectónico (desde Villa Vicenta, aquel palacio de la Guía, joya del neogótico inglés, demolido en 1974, hasta la desoladora intervención actual en la finca de Patarríu, pasando por el Hotel México y la añorada Compuerta), a los llaniscos nos toca celebrar la redención de una de las muestras racionalistas más significativas: el chalet de la avenida de la Paz número 27, proyectado en 1933 por Joaquín Ortiz García, sobre el que pesó en su momento la amenaza de la piqueta. Llegó a darse por hecha su demolición, pero los nuevos propietarios del inmueble, Francisco Castrillón Vázquez y Virginia Gutiérrez Inés, optaron, sin vacilación alguna, por rescatarlo. Lo sometieron a una restauración integral, según proyecto del arquitecto Manuel Nava, y hoy vuelve a lucir su exquisita factura de vanguardia. Las vigas de madera originales, la inteligente distribución de espacios planeada por Ortiz y la escalera con barandilla de diseño racionalista, testigo de tantos aconteceres, siguen allí. 


Detrás de esa estampa renacida está la memoria del médico que encargó su construcción, precisamente en la principal zona de expansión urbana de la villa, hacia el oeste. Licenciado en Medicina por la Universidad Central de Madrid en 1914, José de la Vega Thaliny (Llanes, 1892-México, 1952) era uno de los galenos que ejercían en el concejo llanisco como inspectores municipales en materia de salud a principios de los años 30. Su padre, médico del Ayuntamiento, había sido subdelegado de Sanidad del partido judicial de Llanes.

Thaliny se mudaría a su nuevo domicilio en 1934. Hasta entonces, había estado instalado en un piso encima del Café Pinín y prestaba una activa colaboración en el Consultorio Médico gratuito inaugurado por el Consistorio en mayo de 1932 en la Cocina Económica. Dirigía él ese centro y se ocupaba de la casuística de las enfermedades venéreas.

Una tarde de enero de 1936, en plena campaña electoral, se presentó en su casa, de improviso, José Antonio Primo de Rivera. El jefe de Falange Española llevaba un listado con los nombres de personas que, siete años atrás, habían asistido en Oviedo a un almuerzo en honor de su padre, el dictador Miguel Primo de Rivera y Orbaneja, líder de la Unión Patriótica. Uno de esos nombres era el de José de la Vega Thaliny. El médico atendió en el hall al inesperado visitante de un modo cortés, pero de inmediato resultó evidente que los dos interlocutores representaban idearios opuestos. José Antonio ignoraba que Thaliny militaba en el PSOE y que era una de las personalidades de mayor relevancia en la izquierda local. Durante la revolución de octubre, Thaliny había formado parte del comité revolucionario, y la Guardia Civil sabía que guardaba en su domicilio armas y municiones y que un automóvil suyo había hecho varios viajes al centro de la provincia para recibir consignas en los momentos álgidos de la lucha.

Tras la fugaz visita de José Antonio se desencadenarían vertiginosamente los acontecimientos en un país al borde del precipicio: la victoria de la coalición de izquierdas y la sublevación militar del 18 de julio de 1936 y la guerra. En esta fecha, apenas terminada la comida campestre, llegó a la romería de Santa Marina, en Parres, un auto conducido por el chofer del doctor para dar la noticia del golpe de Estado. Thaliny presidiría el Comité de Sanidad del Frente Popular y sería jefe de los equipos médicos del Ejército del Norte y coordinador de los hospitales de Barcelona. Después, el exilio, un viaje a Veracruz desde Cuba a bordo del “Siboney” y trece años de residencia en México DF, donde falleció. 


(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el jueves 26 de diciembre de 2024). 




martes, 3 de diciembre de 2024

LA FACULTAD DE CIENCIAS DE LA INFORMACIÓN DE MADRID CUMPLE CINCUENTA AÑOS


 

OPINIÓN                                           


Un hábitat brutalista para aprendices de reportero




HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

El edificio de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, diseñado por José María Laguna Martínez y Juan Castañón Fariña dentro del estilo arquitectónico del brutalismo, nació en vísperas de un cambio de régimen político. Descrita como fría y sin alma, la arquitectura brutalista había emergido en pleno proceso de reconstrucción urbana en la Gran Bretaña de la posguerra y se caracteriza por emplear materiales desnudos (hormigón y ladrillo, mayormente), habituales en inmuebles de carácter institucional.

La Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense fue inaugurada cuando el edificio se hallaba todavía a medio construir. Su segunda y definitiva fase constructiva no se concluyó hasta 1978, pero desde el principio aquel contenedor ofrecería un estimulante ambiente de agitación intelectual. Quienes lo estrenamos éramos los alumnos de primer curso de la tercera promoción de Periodismo, un miércoles 23 de enero de 1974. Decenas de jóvenes, pertenecientes al grupo B del turno de mañana, nos instalamos desde ese día en el aula 506. Entre los compañeros de clase se contaban Antonio Palicio, de Morcín, Yolanda Serrano Meana, de La Felguera, Daniel Vega, de Oviedo (fallecido en 2010), Enrique Ortego (luego cronista deportivo de ABC y EL PAÍS), Pedro Piqueras (futuro presentador de informativos en varias cadenas de televisión), Manuel de Ramón (que se incorporaría en seguida al diario YA y luego a la redacción de Radio Nacional), Pedro Rozas (avezado realizador de TVE), Juan Antonio Sacaluga (que habría de ser jefe de información internacional de RNE), Carmen Villodres (editora de “La Clave” de Balbín) y Lourdes Zuriaga.

En el grupo A estaban otros dos llaniscos: Javier Menéndez Buergo, que trabajaría en INFORMACIONES a las órdenes de Sebastián Auger, el último propietario del rotativo; y Cándido Díaz Carrandi, nieto de María Quiroga Asueta, la popular guardiana del paraíso playero del Sablón. En el curso siguiente, 1974-1975, llegarían más alevines asturianos (Asturias ha sido siempre tierra pródiga en vocaciones periodísticas), como Mario Bango, de Piedras Blancas, Carlos Cuesta Calleja, de Pola de Laviana, y Daniel Serrano, de Bimenes, que compartían aula con las madrileñas Ana Rosa Quintana y Nieves Herrero.

Con una mirada de inocencia, una curiosidad sin límites y un tipómetro Gans en la carpeta, aquellos jóvenes de entonces caminábamos hacia el futuro entre “grises” apostados a caballo en la Ciudad Universitaria. Respirábamos la inminencia de una profunda transformación de la historia. Leíamos todos los periódicos que caían en nuestras manos. A lo largo de los cinco años de carrera comprábamos los libros en la “Felipa”, calle de Libreros, con un 20 por ciento de descuento, e íbamos sorbiendo la frenética actualidad de una España que era noticia en el mundo: la muerte de Franco, los sucesos de Vitoria y Montejurra, el asesinato de los abogados laboralistas, la dimisión de Arias Navarro, el nombramiento de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno, el “harakiri” de las Cortes franquistas, el regreso de Carrillo, las primeras elecciones democráticas… Desde las entrañas de un hábitat brutalista, hace ahora de eso cincuenta años, aspirábamos a ser Woodward y Bernstein y quizá también a comportarnos como “afanosos desfacedores de entuertos o fabricantes de sueños”, que diría el maestro Manuel F. Avello

(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el martes 12 de noviembre de 2024). 


Vista general del interior del edificio

Enrique Ortego Rey

Antonio Palicio Díaz-Faes

Pedro Piqueras Gómez

Juan José Revuelta Plaza

Higinio del Río Pérez

Juan Antonio Sacaluga Luengo

Ernesto Sánchez Pombo

Salomón Sanz Cabrero

Yolanda Serrano Meana

Alejandro Vega Fernández

Daniel Vega

Carmen Villodres García

Lourdes Zuriaga

Mario Bango

Daniel Serrano García

Carlos Cuesta Calleja