domingo, 7 de mayo de 2023

UN PATRIMONIO DESAPARECIDO EN EL PASEO DE SAN PEDRO


OPINIÓN
                                           


Abordaje del feísmo


La inexplicable sustitución en Llanes de los bancos de hormigón del paseo de San Pedro 



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

La escenografía del Paseo de San Pedro -que define el argumento más contundente del litoral urbano llanisco- es el resultado de un lento proceso de urbanización iniciado a mediados del siglo XIX y completado a finales del XX. No le falta ni le sobra nada en su condición de paisaje extraordinariamente singular. Desplegada sobre un brazo de pura roca, es metáfora de lo perenne y nexo intergeneracional de los pobladores de la villa de Llanes.

Su configuración, tal como la vemos hoy, se terminó de fijar en 1998, tras recorrerse un largo camino a golpes de voluntarismo y planificación: ingentes trabajos, en la primera fase, para allanar el terreno y extender toneladas de tierra; cambio de posición del canapé; adecuación de la Cueva del Taleru, sin alterar la fisonomía que presentaba cuando sirvió de cobijo a los atalayeros; plantación de tamarindos, siguiendo la sugerencia de algún indiano sabedor de que esos árboles son capaces de enraizar en terrenos expuestos al salitre; y reconstrucción y reforma de la torre vigía en 1928. Las obras llevadas a cabo desde la terminación de la Guerra Civil en Asturias hasta la década de los años 60, aunque discontinuas, decantaron aspectos formales, tales como la reposición, en 1938, de la cruz sobre la bóveda de la Cueva del Taleru, o la reinstalación, en un monolito robustecido, de la lápida en recuerdo de Posada Porrero, derribadas ambas al inicio de la contienda. En 1967, con Aurelio Morales Poo en la alcaldía, se retomó un plan municipal de 1952 para la prolongación del belvedere hasta el antiguo vertedero de basura, del que las únicas realizaciones hechas hasta entonces habían consistido en adecuar la subida desde el Sablón y plantar más tamarindos. En la nueva intervención se colocaron ocho bancos de hormigón. Vinieron a sumarse a los de piedra instalados durante el primer tercio de siglo en la zona próxima a la Punta del Guruñu, en el interior de la cueva, en el entorno de la torre del mirador y frente a la escalinata principal de acceso, y se completó así un adecuado mobiliario, que incluía asientos de madera con estructura de hierro, como los del parque de Posada Herrera. (Carmen Polo, la esposa de Franco, se asomaría al lugar en 1971, en una visita casi con aires de reinauguración). Muy posteriormente, sería el alcalde Manuel Miguel Amieva quien alargaría el paseo en cuatrocientos metros más.    

En paralelo, durante los años 40 y 50 se acometió la mejora de los aledaños del Sablón: se eliminó la rampa lateral que descendía al arenal; se desmontó el puente, que salvaba un desnivel en el camino al antiguo cementerio, se rellenó ese tramo, y se construyó la soberbia pared semicircular de la playa, con una escalera de dos brazos en la parte central (trabajos en los que participaron canteros como Alonso Sordo Turanzas  y los hermanos García Fervienza).

En esa escenografía diseñada para la eternidad algo cambió, de repente, en 2017: los ocho bancos de hormigón, colocados entre los tamarindos cincuenta años atrás -y destinados a durar hasta la próxima glaciación-, desaparecieron. Un patrimonio esfumado por las buenas; el valor añadido de la acumulación de un tiempo histórico común, reemplazado, inexplicablemente, por la estética de unos asientos de madera que diríase que están sacados de la sala de espera de una estación ferroviaria de la posguerra. Fue un inesperado abordaje del feísmo. Aquéllos bancos, además, no suponían coste alguno de mantenimiento, en tanto que éstos están condenados a la constante agresión de las pintadas y a tener que ser lavados, lijados y repintados, como pudo comprobarse a las primeras de cambio.

(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el sábado 17 de julio de 2021). 


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sábado, 6 de mayo de 2023

UN GRAN ARTISTA POCO ESTUDIADO: EMILIO SOBRINO MIER


OPINIÓN                                           


Emilio Sobrino Mier y el pedestal resarcido


Un pintor y escultor que no se esforzó por alcanzar el reconocimiento que merecía 



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

Desde un pedestal vacío, Emilio Sobrino Mier (1903-1992) dio el salto a una inmortalidad que hoy duerme en la hemeroteca de El Oriente de Asturias. Fue él el encargado de borrar una secuela que languidecía en el parque de la villa de Llanes. Tan poética como hiriente, la orfandad de aquella base de piedra (causada en 1937, cuando la escultura de José de Posada Herrera, hecha por Gragera e inaugurada en 1893, fue derribada por orden del Frente Popular) pudo resarcirse en 1963, al colocarse allí una magnífica réplica de la obra original, cincelada en el taller de Juan de Ávalos por Sobrino Mier. 

Este pintor y escultor llanisco se había formado en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, en cuyas aulas coincidió y trabó amistad con Ávalos. Legó una obra dispersa y aún sin catalogar, compuesta de óleos y dibujos a lápiz, carboncillo y sanguina (bodegones, desnudos, retratos y paisajes urbanos), así como bustos escultóricos en madera y escayola. Hizo muchas cosas, pero dejó en el tintero otras tantas. Le faltó esculpir en piedra, por ejemplo, la figura de San Pedro apóstol para su instalación en el belvedere llanisco, según le había sugerido el poeta Federico Muelas, y no se decidió a desarrollar un prometedor boceto a gran formato para una pintura costumbrista que representaba un magüestu junto a la capilla del Cristo, en el que se podía reconocer a significadas personas de la villa.

Pertenecía Sobrino a una familia acomodada, y esa circunstancia le restó determinación y perseverancia para reivindicarse como artista. Su existencia transcurrió plácidamente en su pequeño mundo sin necesidad de luchar por alcanzar el reconocimiento que merecía. Su padre, Cayetano Sobrino Mijares, emigrante llanisco de raigambre corita, se había enriquecido en Cuba y en México. Cuando regresó a Llanes en 1899 fijó inicialmente su morada en Cue, donde se casó y nació su primogénito, pero tiempo después se mudó a una mansión en La Moría, en la que vio nacer a otros dos hijos y a una hija.

El arte de Emilio se fraguaría en otra casa de La Moría, heredada de la familia de su madre. Tenía su estudio en la planta baja, de galerías abiertas al Sablín y vecinales guirigáis de gaviotas. Trabajaba sin prisas ni agobios y ponía una servilleta en el tendal, que era su modo de indicar que no se le molestara. En aquel taller de ambiente entre bohemio y renacentista se iniciaría en el arte de modelar Antonio Sobrino Sampedro, nieto de su hermano mayor.

Emilio vivía estoicamente, sin lujos ni gastos superfluos (ni siquiera se permitía tomar un café en un bar) y carecía de agua caliente. Era hábil para las tareas manuales, reparaba las averías domésticas y sabía desenvolverse como carpintero de rivera. Construyó la lancha “Nuestra Señora de las Lindes”, con la que se ganaría una regata. Era buen nadador, al igual que sus hermanos, y en la playa del Sablón enseñaba a los niños los fundamentos de la natación.

A través suyo fue encargada en 1959 a Juan de Ávalos, para un paso procesional de la Semana Santa, la escultura de Jesús y el Cirineo que sería pagada mediante suscripción entre los feligreses. Estaba en todo. Promovió en los años 60 el homenaje a la familia madrileña Igual García-Alix, pionera del veraneo; contribuyó a la creación de la Sociedad de Amigos del Paisaje (1971); fue entusiasta seguidor del bando de la Magdalena, socio del Casino y tertuliano crítico, informado y detallista. Visitó Alemania dos veces, en 1977 y 1984, invitado por su amigo José Luis Mijares Gavito, profesor de la Universidad de Mannheim y divulgador de su obra en la República Federal, y esas fueron sus únicas salidas al extranjero.  


(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el lunes 1 de mayo de 2023). 


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