OPINIÓN
"Muchos chorizos pa Maxi"
Cuando la jubilación es como el cuento de la lechera
HIGINIO DEL RÍO PÉREZ
Ese mediodía, acababa de cerrarse en la cafetería Rocamar una sabrosa tertulia política, a la que alguien había puesto punto y final con una demoledora frase heredada de los indianos: “No hay peor cosa que un pendejo con iniciativa”. Javier González Tamés, uno de los sabios con que cuenta la localidad de Celorio, dejó caer, acto seguido, un inquietante proverbio, también con mucha miga y sentido de la oportunidad: “Ni Sol madrugador, ni cura caleyeru, ni hombre cortés… ¡Pa jodelos los tres!”, dijo, y en esto entró Pepín, el del bar La Gloria”, que venía del dentista. La alegría fue general.
Todos se pusieron a saludarle con cariño. “¡Buenos ojos te vean!” “¡Ya era hora, salao!” A Pepín (José Sánchez Inclán) se le quiere mucho, pero se le ve muy poco. Jubilado desde hace más de diez años, no parece que su nueva etapa vital sea tan satisfactoria como la había imaginado: recluido en El Cantinu, al lado de Colombres, en un involuntario retiro espiritual, siega prados de orografía inverosímil, chapucea en mil tareas y va a recados con sus pies planos y su boca desdentada. Sin tiempo para saborear la bendita ociosidad.
Se debe estar acordando mucho de “La Gloria”, ese monumento a la historia llanisca del siglo XX, junto a la estación del ferrocarril, entre cuyas paredes, alicatadas de idas y de apresuramientos, de viajeros y maletas, quedaron anclados cincuenta y dos años de su vida. Más que un chigrero (ya lo dijimos aquí alguna vez), nos parece que este hombre es un poeta, y que sólo desde la poesía es posible explicar sus anhelos, sus cuitas y su vida, en general.
Alfredo Oreña, un jefe de estación de Llanes culto y sarcástico, nacido en Puente San Miguel, había sido el que transmitió los versos sencillos y honestos de José María Gabriel y Galán a Pepín, quien, desde que los oyó por primera vez, los hizo esencialmente suyos.
"Gente que estudia o que ara,
debe ser poco festera.
Yo me voy a mi senara,
que estamos en sementera”.
Desde entonces, en su época activa, tuvo siempre Pepín a mano poemas para dar y tomar, que él sabia aplicar en situaciones concretas de chigre, no pocas veces embarazosas, y con los que conseguía sosegar ánimos, acallar blasfemias y pacificar el gallinero:
“Compartían mis únicos amores
la amante compañera,
la patria idolatrada
y la casa solariega”.
Tuvo que pasar mucho Pepín, y en todos aquellos episodios de chigre imaginaba su jubilación como un tiempo mejor, lleno de oportunidades maravillosas, y se las prometía muy felices bajo el paraguas del cuento de la lechera. Nos lo contaba a sus íntimos: “Si Dios me da salud, iré a jugar a los bolos a Poo, a Noriega y a muchos otros sitios; alternaré con amigos; iré a la Rula, no perderé conciertos ni teatro, pasearé por San Pedro, tomaré un aperitivo en La Barata, me apuntaré con Isa a algún viaje del Inserso…” No era pedir mucho, en realidad. Era el plan modesto y razonable de un paisano excepcional.
Pero, al parecer, esos sueños se esfumaron. ¿Es que era, acaso, mucho plan para Pepín? “Me pasó lo mismu que a Maxi, aquel probe de Cabrales que venía a pedir por aquí”, reconoce el chigrero con un gesto de resignación. Maxi, que tampoco se había trazado en su vida metas ambiciosas, cuando llegaba a una aldea, contaba las casas y calculaba: “Muy mal se tien que dar la cosa pa que hoy no me den cinco chorizos, por lo menos”. Pero, en seguida, el instinto y la experiencia venían a borrarle la esperanza: “¡Muchos chorizos pa Maxi…!”
(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el jueves 31 de mayo de 2018).
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