OPINIÓN
Pablo
González-Pola publica la biografía
del general Manuel Díez-Alegría
HIGINIO DEL
RÍO PÉREZ
Stanley
Payne, en el prólogo del libro “Preparando la Transición. El
general Manuel Díez-Alegría” (1), de Pablo
González-Pola, reflexiona sobre el desproporcionado papel jugado por el estamento
castrense en la España de los siglos XIX y XX. Habla de la “tradición
pretoriana”, que es algo de fácil enquistamiento cuando la sociedad civil se
muestra débil (y que los políticos “incapaces de ganar el acceso al poder por
otro modo que la intervención militar armada” han invocado repetidamente), y ve
en Franco la expresión más patente del pretorianismo español.
Lo
más interesante del prólogo está en su mirada retrospectiva a los años finales
del Régimen del 18 de julio, cuando mucha gente tenía claro que el sucesor
designado, Juan Carlos, pensaba poner en marcha un proceso democratizador. La
cuestión era saber si el ejército iba a permitirlo, y ahí, precisamente, es
donde anticipa Payne la grandeza de la figura de Manuel Díez-Alegría, que en
las páginas siguientes se verá desplegada por González-Pola en un relato
apasionante. El general llanisco (precedente de Gutiérrez Mellado, al que tuvo
bajo sus órdenes), fue el alto mando militar que más se esforzó para que sus
compañeros no malograsen los planes del Príncipe. Nadie había dado más argumentos
que él para la modernización y la profesionalización de las Fuerzas Armadas (su
libro “Ejército y Sociedad” se había publicado en 1972), razonando la no intervención
de los militares en la vida política y la subordinación de éstos al poder civil.
No dudaba que España estaba preparada para la democracia y que la sucesión en
la persona de Juan Carlos, “debía conducir a tal fin”, afirma el prologuista.
A
la abundante bibliografía sobre la transición, que bien merecería la pena de que
fuese consultada por la indocumentada clase política actual, le faltaba una
biografía de este calibre, redonda, sin titubeos, que explora trastiendas
insospechadas y da claves para entender mejor uno de los períodos más
interesantes de la historia de España.
A
Díez-Alegría, nacido en Buelna en 1906 y fallecido en Madrid en 1987, todos lo
veían como el principal “liberal” de la jerarquía militar. El libro de
González-Pola empieza con un duelo en las Cortes, en 1971, con motivo del
debate sobre el proyecto de ley de la objeción religiosa al servicio militar: a
un lado, el general llanisco, jefe del Alto Estado Mayor desde 1970, en defensa
del proyecto; frente a él, Blas Piñar, absolutamente en contra. La proposición
de ley salió adelante, pero la agria pugna entre el soldado y los ultras no
pararía ahí, ni mucho menos, y al final se decantaría a favor de éstos, pocos
años después.
El
general (al que muchos insistían en atribuir una aureola equivalente a la de
Spínola en Portugal a la caída de la dictadura salazarista), recibe en 1974 una
inesperada invitación de Ceausescu para visitar Rumanía (país con el que España
no tenía relaciones diplomáticas). Don Manuel, que sabía de sobra lo bien que
se llevaban el tirano rumano y Santiago Carrillo, sospecha al instante que en aquel
gesto de hospitalidad hay gato encerrado. Informa del asunto al presidente del
Gobierno, Arias Navarro, y al ministro de Asuntos Exteriores, Cortina Mauri, y éstos
le dan la autorización, pues interpretan que se trata de un mero viaje de
turismo. Ya en Rumanía, acompañado de su esposa, Conchita Frax Arias, y entre
visitas a monumentos y estuarios, Ceausescu deja entrever, en un momento dado, el
encuentro “sorpresa” que le tenía preparado. Ante la encerrona, Díez-Alegría
hace un hábil regate y el cara a cara con el secretario general del PCE no llega
a producirse.
"LA COBARDÍA Y DESLEALTAD DE TIPOS COMO ARIAS NAVARRO Y CORTINA MAURI"
Para
cuando regresa a Madrid ya ha alcanzado el Pardo una ola de sospechas y
especulaciones en su contra. Los inmovilistas intensifican su presión para que sea
destituido en la jefatura del Alto Estado Mayor. Desbordados por la situación, Arias
y Cortina no se atreven a admitir que habían autorizado el viaje y mienten, con
lo que Franco, finalmente, firma el cese. Estos hechos los contaría después el
militar llanisco a su hijo Fernando, en una carta en la que lamenta “la
cobardía y deslealtad de tipos como Arias y Cortina”.
Al
militar llanisco, en una entrevista que le hice en 1983, al pie del hórreo de
su casa de Buelna, le había preguntado yo por sus memorias. “No me gusta hablar
de este asunto porque huele un poco a puchero de enfermo”. (…) “Quizá revelen
hechos que no se saben, porque muchas de las cosas de la vida ocurren entre
bastidores. Pero no voy a desnudar a nadie. Yo no ataco nunca. No pienso atacar
a nadie en mis memorias. Comprendo las razones de todo el mundo, aunque no sean
siempre correctas”, me dijo. Manuel Díez-Alegría no llegó a terminar de
escribir su esperada autobiografía, pero Pablo González-Pola, periodista,
profesor universitario y teniente coronel en la reserva, ha tenido acceso a un
rico archivo familiar y ha recuperado así secuencias esenciales e inéditas de
la Transición.
LA AMISTAD CON EL JEFE DE LA C. I. A.
En
esas memorias que quedaron en el tintero seguramente ocuparía un lugar preeminente
el militar norteamericano Vernon Walters. Para los observadores y analistas de
la política durante los años del tardofranquismo, ser amigo de Walters, el todopoderoso
jefe de la CIA entre 1972 y 1976, asesor de siete presidentes de Estados Unidos,
añadía a la relevancia de Díez-Alegría una dimensión no exenta de cierto morbo.
El insigne militar no sólo era bien visto por la oposición democrática, de cara
a asumir un potencial protagonismo político, sino también en Washington, y eso
se podría incluso relacionar, imaginativamente, con los supuestos intereses de la
Casa Blanca en favorecer la consolidación en España de una democracia
parlamentaria, que conjurase el riesgo de una radicalización populista o
revolucionaria de izquierdas, susceptible de poner en peligro las bases del tío
Sam en suelo español y el equilibrio mundial en beneficio de la Unión Soviética.
Había conocido a Walters en Brasil, donde ambos coincidieron en misiones
diplomáticas (Díez-Alegría fue allí agregado militar en la Embajada de España
de 1946 a
1952). Cuenta González-Pola que la estrecha amistad entre ambos duraría toda la
vida. “Dick”, como le llamaba don Manuel, le enviaría una carta muy
significativa con motivo de su cese en la Jefatura del Alto Estado Mayor, y en
ella Walters concluía con estas palabras: “Un abrazo de solidaridad y amistad
del viejo amigo y compañero que sabe los inmensos servicios que has prestado a
España, al Ejército y al mundo libre”.
En
sus memorias inacabadas habrían quedado reflejados también episodios de la
Guerra Civil. De aquélla, era teniente. En julio de 1936 llegó a Asturias para
pasar las vacaciones de verano, después de aprobar el primer curso en la
Escuela Superior de Guerra. Le sorprendió el golpe de Estado en Barro y pasó 418
días en total oculto en una casa de la localidad. Un día, fue localizado por un
grupo de milicianos capitaneado por el pescador Ramón Quiroga Asueta, y ahí
pudo haber terminado todo para él, pero Ramón, hermano de Fina la Quiroga (que
regentaría después de la guerra la confitería Noga en Llanes, frente al parque
de Posada Herrera) y de María la Quiroga (legendaria cuidadora de la playa del
Sablón), no le detuvo, y con eso le salvó seguramente la vida. El joven oficial
se incorporaría en septiembre del 37 al Ejército de Franco, con un informe
favorable del general Dávila, en el que se decía de él que era “entusiasta del
Movimiento Nacional” y que había intervenido en Madrid “en algunos trabajos
para la preparación del Alzamiento”.
Al
margen de la gran historia reconstruida tan sugestivamente por González-Pola, puede
que perdure en la memoria de muchos llaniscos un bagaje de vivencias personales
vinculadas a Manuel Díez-Alegría. En lo que a mí respecta, me queda el recuerdo
de aquellos días en los que, de crío, le veía comprar en la tienda de
ultramarinos “La Pilarica”, de mi madre, Pilar Pérez Bernot (unas veces con su
esposa, Conchita, y otras, él sólo a recoger el pedido), y su imagen en
impermeable, “choclando”, entrando en el patio de butacas del “Cinemar” a la
luz de la linterna del acomodador, con el No-Do ya empezado. Le tocó sentarse a
mi lado, aquella tarde lluviosa de fin del estío, y vimos juntos una película
bélica, de la Segunda Guerra Mundial. “Los cañones de Navarone”, me parece. O
“Tobruk”, quizá.
(Artículo de Higinio del Río publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA de Oviedo
el martes 11 de septiembre de 2018)
Nota:
(1) El autor del
libro, Pablo González-Pola, ha querido que fuera en la Casa Municipal de
Cultura de Llanes donde tuviera lugar la primera presentación de su libro, editado por Dykinson, S. L.. El
acto se celebró el lunes 13 de agosto de 2018.
Portada del libro de Pablo González-Pola de la Granja. |
El autor de la biografía, a la izquierda, junto a Fernando Díez-Alegría Frax en la Casa Municipal de Cultura de Llanes, el lunes 13 de agosto de 2018. (Foto: H. del Río). |
El teniente general Manuel Díez-Alegría, con Higinio del Río, durante la entrevista que éste le hizo en Buelna, en 1983. |