Arqueología industrial arrasada
Un símbolo urbano perdido en los años 90
HIGINIO DEL RÍO PÉREZ
Pintada mil veces por el acuarelista
Jesús Palacios, estuvo presente en el paisaje urbano llanisco durante sesenta
años; no se llegó a inaugurar y nunca entró en funcionamiento (de ahí que
algunos la vieran como un monumento a la inutilidad), pero adquirió desde el
principio un claro protagonismo en el imaginario popular y una significación
simbólica incontestable. Para Llanes, La Compuerta fue una inequívoca seña de
identidad, al modo que lo es la Torre Eiffel para los parisinos.
El proyecto para construirla,
incluido en 1929 en el plan de prolongación del espigón de La Osa (las ansiadas
obras del puerto), cuyo ingeniero jefe era José María Aguirre, data de febrero
de 1930. Se emplazaría en el muelle de Santiago, frente al Sablín, en el punto
denominado Entremuelles, y su presupuesto era de casi 47.000 pesetas. La
Compuerta -entonces aún sin definir en sus detalles- vendría a desempeñar una
“función de enfermería, de astillero”, y, al hacer posible que el puerto
permaneciera siempre con agua, evitaría, entre otras cosas, “los insoportables
hedores de la bajamar”, según comentaba la prensa local de entonces.
En 1930, cuando el proyecto estaba
más perfilado, visitó Llanes el industrial Luis Alonso Herrera, propietario de
una importante fundición en Torrelavega y eventual proveedor de material
(hierro fundido o laminado) para la construcción de La Compuerta. En ese tiempo, otro asiduo
visitante era el gijonés Bienvenido Alegría García (1905-1979),
constructor de la obra, quien, años después, habría de involucrarse desde
Gijón, supuestamente, en una trama de espionaje al servicio de la Alemania nazi.
Los trabajos de construcción,
empezados en pleno verano de 1931, avanzarían muy lentamente, lo mismo
que los de la prolongación de La Osa. En 1934 parecía próxima la fecha de su
finalización, y la gente empezaba a preguntarse cuándo llegaría, por fin, el
motor, pieza maestra de un proyecto de 1932 para mecanizar la maniobra del
artilugio.
El motor no llegaría nunca. La
Compuerta había sido concebida en los peores años posibles y parecía condenada
al fracaso. No era una obra aislada, sino un complemento a remolque de las
incontables dificultades técnicas y económicas que frenaban las obras del
puerto, mientras se iban sucediendo los vaivenes de la II República, los
efectos de la crisis económica crónica, la Revolución de Octubre, la Guerra
Civil y las penurias de la posguerra.
La Barra del puerto se consiguió
terminar en los años 40, en tanto La Compuerta quedaba en Entremuelles como un
juguete roto y sin estrenar.
La recordamos con añoranza. Fue,
hasta su demolición en 1993-1994, un icono exclusivo de Llanes. Testigo de
saleas, de costumbrismos, de travesuras y de pequeñas historias, desde ella se
lanzaban a la ría los rapaces, emulando a los saltadores de Acapulco, y junto a
ella organizaba Pedro Galguera Fernández, Pedrito, campeonatos de meadas, en
los que ocasionalmente tomaban parte señores de paso, captados en sobremesas
del Bar del Muelle regadas con buenos licores. Una vez, en los años 40, fue
víctima de una trastada de Pedrito un industrial vasco. “Esta torre es mía, y
no sé qué coño hacer con ella. Tengo tantas ganas de perderla de vista que la
vendería por lo que me dieran”, le comentó Pedrito, como el que no quiere la
cosa, refiriéndose a La Compuerta. El vasco, al instante, se ofreció a comprar
la ganga. Cerraron el trato y lo celebraron a lo grande, por cuenta del
forastero, en un buen restaurante. Al cabo de una semana, llegó a la villa un
camión desde Bilbao, con obreros armados de pico y pala, para iniciar el
desguace de la histórica obra de ingeniería, y se armó la marimorena.