Una biografía
(Diario ABC, viernes 22 de junio de 2012)
OPINIÓN
Era un momento en el que las políticas municipales cobraban fuerza en toda Europa. Ante la paradoja de que en el mundo globalizado la gente se siente cada vez más apegada a su terruño, el catedrático meditaba sobre cómo puede navegar lo local en lo global, y manejaba dos conceptos clave: el de la información y el de la conectividad. Había que disponer de buena información (y poseer capacidad de procesarla) para poder tomar decisiones estratégicas adecuadas, decía, y era indispensable hacer de Internet un elemento omnipresente en la vida de los individuos y de las empresas. Con mucha precaución, eso sí, para evitar que la inmersión en el ciberespacio (con sus torrenciales oportunidades de intercambio, competencia, y creación de riqueza) hiciese añicos la identidad y el equilibrio interno del concejo.
Castells presumía de conocer Llanes bastante bien desde hacía muchos años, y en la “nueva geografía económica” lo veía como un lugar privilegiado, que aunaba calidad de vida y capacidad cultural e informativa, y que contaba con recursos “que para sí quisieran muchas localidades del mundo”. “Se vive bien, se come bien y los problemas sociales son limitados”, además de contar con una naturaleza de extraordinaria belleza “que aún, a trancas y barrancas, no ha sido irreversiblemente deteriorada”, constataba el sociólogo y economista.
El futuro habría de pasar por resolver déficits en infraestructuras y comunicaciones (tales como la autovía del Cantábrico, el enlace con los aeropuertos de Ranón y Parayas y la puesta en marcha de algún tipo de servicio de transporte marítimo, “en versión ferry y en versión rápida overcraft”), tareas que eran competencia del Gobierno central y de la Administración regional. Para lo demás, esto es, para difundir y consagrar las nuevas tecnologías como instrumento de la iniciativa económica y del desarrollo personal de los llaniscos, el ayuntamiento podría apañarse él solo. La exhortación animaba a convertir la calidad de vida y la conservación de la naturaleza en un producto empresarial, a partir de las nuevas posibilidades de trabajo y de creación de empresas de servicios que brindaba Internet y siendo capaces de retener a los lugareños y de atraer a nuevos residentes. La consigna podía ser: “Vivir en Llanes y vender en Madrid”, y tan necesario era concienciar a los llaniscos como, sobre todo, contar con “emprendedores políticos”. Ésa era la cuestión de fondo.
El escrito de Castells está fechado unas pocas semanas antes de los comicios municipales de junio de 1999, si bien no vería la luz hasta el mes de julio (en el número extraordinario de El Oriente de Asturias), cuando el socialista Antonio Trevín había ganado ya la alcaldía. Se trataba, en realidad, de un recetario con intención electoralista y propagandística sin disimulo. En las últimas líneas, el hoy ministro adscrito a Podemos desnudaba su palabra de chamán: “No tengo ningún problema en hacerle propaganda a Trevín. Porque le conozco desde hace tiempo, sé lo que quiere y lo que piensa. Llanes tiene suerte en este aspecto”.
OPINIÓN
Elviro Martínez, investigador del Real Instituto de Estudios Asturianos, resumió ese pasado de un modo pedagógico: “Los hombres de Llanes han labrado desde siempre sus aventuras por el camino de la mar. Las rutas marineras, ya en guerras, ya en expediciones de conquistas, ya en el afán profesional y duro de la pesca, fueron siempre el escenario y el medio ambiente de su vida. Llanes, por esencia, es marinero”.
Ignacio Gracia Noriega escribió que, tanto en Llanes como en Ribadesella, “los marineros constituían los más antiguos núcleos de población urbana”.
Manuel García Mijares indicó que las ordenanzas del poderoso Gremio de Mareantes de San Nicolás (precedente de la actual cofradía de Santa Ana) habían sido aprobadas por los Reyes Católicos, y que, desde entonces, puede decirse que el trabajo de los pescadores constituyó la única o principal industria local.
Cayetano Rubín de Celis afirmó que “el Gremio de San Nicolás fue el alma de Llanes; sus quiñones y diezmos de la pesca, el único recurso que soportó las cargas de concejo; y la pesca de la ballena, su mayor fuente de ingresos”.
Lorenzo Laviades, en su novela “Blas el pescador”, reflejó literariamente como nadie el ambiente, las vicisitudes, las ilusiones y las esperanzas de los marineros del lugar.
Fermín Canella hizo notar que estos hombres, “viviendo en la ribera de un mar siempre inquieto y turbulento y en costa tan frecuentemente corrida por los corsarios, se adiestraron para toda clase de peligros; y no solamente con tales prendas se dedicaron a la pesca, tan acreditada en los mercados del centro, sino que ejercieron por mucho tiempo el comercio de cabotaje”.
Vicente Pedregal Galguera dio cuenta en sus crónicas de la idiosincrasia de los llaniscos, “que, avezados a las amenazas de las olas, desafiaban las de los poderosos”, y narró las incidencias de un pleito entablado con Pedro Junco de Posada (1528-1602), inquisidor, presidente de la Real Chancillería de Valladolid y obispo de Salamanca, nada más y nada menos, ganado por el Cabildo de Mareantes…
En realidad, los pescadores llevan ocho siglos ganando pulsos y escribiendo las mejores páginas de la historia de Llanes. Su peso específico está documentado más que de sobra. ¿Ganarán ahora el pulso con Puertos? ¿Se alcanzará algún día un acuerdo satisfactorio para todas las partes implicadas, algo que no ha sido posible en los siete años transcurridos desde que entró en funcionamiento el puerto deportivo? ¿Se encontrará el modo de conciliar los intereses de los propietarios de las embarcaciones de recreo con los de la cofradía, tan legítimos unos como otros?
De momento, la impresión que se nos da con las multas es, en cierto modo, la de que los pescadores estorban. O la de que se pretende penalizar su capacidad de supervivencia.
OPINIÓN
José Antonio Lobato González (Soto de Rey, 1956-Oviedo, 2020), cuya personalidad, dotes interpretativas y poderío escénico solían copar también la atención del espectador por encima de los papeles a los que daba vida, pertenecía a esa clase de intérpretes. El fundador de la compañía Margen, fallecido en septiembre de 2020, poseía algo de “magnetizador social” (aquello que se decía del teatro de Tadeusz Kantor) y estaba dotado de la versatilidad del actor total. Podía expresar tanto la banalidad como la profundidad del género humano; era la risa y el llanto, el gesto y la palabra capaces de asaltar la cómoda neutralidad del asiento del espectador y de poner en vilo las conciencias. Lobato imantaba.
En Llanes pudimos disfrutar de su trabajo numerosas veces. Las tengo anotadas. La primera fue en 1990, en el Cinemar. “Margen”, la mítica compañía a la que estuvo totalmente entregado durante cuarenta y tres años, representó en aquella ocasión “Ahola no es de leil”, de Alfonso Sastre, obra en la que intervenía también Ceferino Cancio, otro gigante de la escena asturiana desaparecido. Luego vendrían “La noche que no llegó el viento” (1991); “Toreros, majas y otras zarandajas” (1991); “¡Olé!” (1992); “Gran Viuda Negra” (1995); “War!” (1999); “Molière ensaya Escuela de mujeres” (2000); “La Regenta en el recuerdo” (2001); “Hamlet” (2002); “La Celestina” (2003); “Anfitrión” (2004); “El viaje a ninguna parte” (2006); “Entremeses. La guarda cuidadosa y La cueva de Salamanca” (2007); “La soldado Woyzeck” (2008); “Tartufo o el hipócrita” (2009); “A puerta cerrada” (2010), y “Vuelva mañana” (2017).
José Antonio Lobato era una pieza básica del teatro profesional del Principado y un acicate contra la inoperancia y la desgana de la clase política en la crisis crónica del sector. Racial y sensible, aguerrido y alegre, idealista y solidario, supo siempre adaptarse a cualquier escenario y ganarse a pulso nuevos públicos (algo tan difícil) en todos los rincones de la región.
Los aficionados asturianos al teatro quedamos en deuda con él. Le debemos, sobre todo, el enorme valor de su renuncia a salir de Asturias a la búsqueda de horizontes más prometedores.
Llanes, Higinio del Río Pérez
Ser el director de la Casa Municipal de Cultura de Llanes lleva consigo el privilegio de ocupar el despacho de José de Posada Herrera (1814-1885). Impresiona la relación de cargos que ocupó este ilustre hombre, uno de los llaniscos más importantes de todos los tiempos: fue catedrático de Derecho Administrativo, diputado y senador, director general de Instrucción Pública, ministro de la Gobernación, embajador ante la Santa Sede, presidente del Consejo de Estado, del Congreso de los Diputados y del Consejo de Ministros (el único asturiano que ha llegado a presidir el Gobierno de España), y fue condecorado con el Toisón de Oro.