miércoles, 30 de marzo de 2016

ERNST TUGENDHAT: LA FILOSOFÍA CAMBIA DE AIRES

Ernst Tugendhat, en 2015.
(Foto: Bernd Weissbrod, "BERLINER ZEITUNG")


La filosofía cambia de aires


HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

Aunque ya no quede vivo casi ninguno de ellos, deberían conservar todo su magnetismo aquellos sabios que, en circunstancias extremadamente adversas, supieron reinterpretar las miserias y las excelencias de Occidente. Me refiero a los pensadores judeo-alemanes que fueron perseguidos en los años 30 y 40 y tuvieron que salir de su patria. Como Ernst Bloch, que en su juventud perteneció al círculo de Max Weber y luego cifró la esperanza de un «marxismo cálido»; inmigrante en Nueva York en 1933, regresaría con su esposa Karola en 1945 a la República Democrática Alemana (y en 1961 se trasladaría a Tubinga, en la República Federal, asqueado por la construcción del Muro de Berlín); Bloch murió en 1977, y Karola, que sería una de las hadas madrinas del movimiento estudiantil del 68, en 1994. Como Werner Marx (1910-1994), sucesor de Heidegger y de Husserl en la cátedra de Filosofía de la Universidad de Friburgo desde 1964 (emigró a EE UU en 1933 y volvió a Heidelberg en 1958). Como Karl Löwith (autor del ameno libro de filosofía y de historia «Mi vida en Alemania antes y después de 1933»), estudioso de la fenomenología, que volvió de Estados Unidos en 1952 para hacerse cargo de la cátedra de Filosofía de Heidelberg. Como Günther Anders (Günther Stern, 1902-1992), también alumno de Husserl y de Heidegger en Friburgo y primer marido de Hannah Arendt; en América tuvo que ganarse el pan de muchas maneras, y una de ellas fue ocupándose de la guardarropía de unos estudios cinematográficos de Hollywood (retornó en 1950 y se instaló en la vida académica de Viena). Como Hans Mayer, catedrático emérito de la Universidad de Tubinga y vinculado en sus años mozos a Walter Benjamin; profesor en Leipzig y Hannover, germanista y crítico literario, se tuvo que exiliar en Suiza. Como Hannah Arendt, que no quiso volver de su exilio americano más que para pronunciar algunas conferencias y cuya relación sentimental con Heidegger, la lumbrera aria que se plegó a las pautas del nacionalsocialismo, aún sigue siendo objeto de ensayos. Como, por supuesto, las figuras más representativas de la Escuela de Fráncfort, Adorno, Horkheimer y Marcuse.
Y como Ernst Tugendhat (aunque éste sea un caso algo distinto, por la diferencia de edad), que huyó de crío con su familia en 1938, a raíz de producirse el pogromo de «la noche de los cristales rotos» (tenía entonces 8 años), y vivió en Suiza y Venezuela hasta su regreso a Alemania en 1949.

Más que filosofar sobre la filosofía, el empeño de todos ellos ha sido filosofar sobre el mundo, sobre las heridas del tiempo y de la Europa que les tocó sufrir, pero Tugendhat (que se hizo filósofo tras su retorno) acaba de formular un diagnóstico audaz que rompe un esquema vigente desde hace más de dos siglos. Ha dicho que la hegemonía alemana en la filosofía ha llegado a su final, que la bibliografía alemana ya no es tenida en cuenta por los anglosajones, que el liderazgo está en los USA -donde funcionan mejores universidades, con grupos de estudio más pequeños y más profesores y «una mayor disposición a la discusión»-, y que los filósofos jóvenes que quieran hacer carrera tendrán que viajar a Estados Unidos y escribir en inglés para lograr algún reconocimiento. «Los mejores comentarios sobre Kant», constata Tugendhat, «son de americanos, británicos, canadienses o australianos, pero no de alemanes»... Paradojas de la «era Bush».

(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA de Oviedo, 2 de abril 2005)

miércoles, 23 de marzo de 2016

LLANES: RODOLFO, UN PARROQUIANO MUY ESPECIAL

A RODOLFO SIEMPRE LO TENEMOS AHÍ
Esperando a la entrada de la cafetería Rocamar.
(Foto: Vicente Cotera)


UN PARROQUIANO ESPECIAL QUE FRECUENTA LA CAFETERÍA "ROCAMAR"

Este “leve ser”, como diría Miguel Hernández, encarna una rutina que se repite en Llanes cuatro o cinco veces al día desde hace dos años. De él habría escrito Juan Ramón Jiménez cosas muy guapas. El autor de “Platero y yo” podría habernos dicho que posee “la libre monotonía de lo nativo, de lo verdadero” y que vive sus días “sin fatales obligaciones”. Al fin y al cabo, Rodolfo, que así es como se le conoce aquí, viene a hacer lo mismo que hacen otros llaniscos: frecuenta el parque, en lo que fue la huerta del convento monjil de la Encarnación, en la proximidad de la estatua de Posada Herrera; disfruta de la rutina y de las horas muertas y resucitadas del ambiente, de las risas infantiles y del vaivén de los columpios, y cuando le apetece, en varios momentos de la mañana o de la tarde, entra en la cafetería Rocamar, situada en la avenida de México. 
El nombre de Rodolfo, no sabemos si por querer emparentarlo con el Valentino del cine mudo, se lo puso el difunto Vicente Martín, el hijo del Roxu, que compartía con él las magdalenas de su desayuno.
Gabriel Vela Gutiérrez, el dueño del bar, ya ve las visitas diarias de Rodolfo a la altura de las de sus más fieles clientes: Genín el Confitero, Chucho el de la Autoescuela, Félix el Peluquero, Ángel el del Montemar, Arturo el de Finisterre, Pancho Capín … La familia Vela Gutiérrez regenta el Rocamar desde 1982. Es un establecimiento que habían fundado a finales de los años 60 José Burgos y Carmina Tapia, y atesora ya mucha solera. Sus paredes, decoradas con espléndidas fotografías paisajísticas de Nico Sobrino, cobijan parte de nuestra historia personal. Allí, en diciembre de 1973, mientras jugábamos al tute, nos enteramos de la noticia del atentado mortal que sufrió el almirante Carrero Blanco: entró de pronto José Perela, propietario de un almacén de madera, y proclamó solemnemente: “¡Esta es muy gorda, señores! ¡La revolución!” 
Nuestro Rodolfo, al que ese dato histórico ya no le dice nada, viene a asomarse al cristal desde el alféizar exterior para ver si hay moros en la costa, y si está cerrada la puerta espera a que salga o entre alguien, pero no hace esa maniobra con cualquiera. Solo se acerca a los parroquianos que le inspiran confianza, que son los más. Una vez dentro, sus apariciones apenas duran diez minutos. Tiempo suficiente para explorar el entorno de las mesas y aprovechar discretamente el pincho que le ha dejado preparado Gabriel. Sin miedo, pero con prudencia, pasa entre los que juegan las partidas de subasta, y cuando decide salir, si la puerta permanece cerrada, aguarda a que venga o se vaya algún conocido, para ahuecar él el ala. (Espera a que se presente la aletía favorable, al igual que hacen los marineros de la cofradía de Santa Ana para regresar a puerto cuando hay nortada. 
Rodolfo es un “niño del aire” y se afana alegremente en existir en la luz, en llenar de píos y revuelos “el silencio torvo del mundo” y en sortear los peligros con el desparpajo que “su infancia perpetua le ha dado”. Es un simple gorrión. Un personaje real que se convierte cada día en poesía cotidiana y sencilla de Miguel Hernández.

Higinio del Río Pérez


(Publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el 23 de marzo de 2016)


Visita al mediodía. (Foto: Higinio del Río).
Vicente Martín, en el Rocamar. (Foto: Higinio del Río).