viernes, 16 de febrero de 2024

FRANCISCO CASANOVA AGUIRRE, MÚSICO Y POLICÍA LOCAL TORRELAVEGUENSE, EN LA ESTRECHA RELACIÓN DE LA BANDA DE MÚSICA DE TORRELAVEGA CON LA FIESTA DE LA GUÍA DE LLANES

 

Paco Casanova, al anunciarse su jubilación, el 6 de agosto de 2012. (Foto: Europa Press)




Un saxo para la Virgen 




HIGINIO DEL RÍO PÉREZ


Desde los años 60 y hasta 2012, Francisco Casanova Aguirre (Ganzo, Cantabria, 1947), viudo de Felisa Santos, de Viérnoles, y padre de Francisco y de Sonia Casanova Santos, veía en Llanes bailar la danza de los Arcos a niñas que hoy son abuelas. Como él dice, “cincuenta años dan para mucho”. Era el más popular de la Banda Municipal de Música de Torrelavega en aquellos pasacalles, desde la calle Pidal hasta la estación del ferrocarril. Los niños se querían hacer fotos con él, y Casanova los coronaba con su gorra de plato y les ponía en la mano el saxofón, que era como un cetro de oro.

Dondequiera que fuera, y con toda naturalidad, siempre ha desplegado el magnetismo de Gaspar, Melchor o Baltasar en la cabalgata de Reyes. Su paisano Pepe Hierro tuvo ocasión de comprobarlo una vez en Cabezón de la Sal, al paso de una procesión nocturna: el poeta sostenía en brazos a su nieta pequeña, que de pronto, en  medio del silencio, estalló en un estridente sollozo. El saxofonista abandonó la fila a toda mecha, se acercó a la cría, le hizo una de sus gracias, y al instante cesaron los lloros. El autor de “Tierra sin nosotros” le quedó eternamente agradecido por ello.

Policía y músico ya jubilado, la vida laboral de este hombre ha estado siempre unida al organigrama del Ayuntamiento torrelaveguense, donde empezó como cobrador del agua a domicilio, y acabó convirtiéndose en el funcionario municipal más antiguo. En 1975 ingresaría en el cuerpo de la Policía Local.

Había empezado a estudiar solfeo a los diez años, y a los trece ya se defendía con el saxofón. Se incorporaría a la Banda de Torrelavega en 1966, y ese mismo año tocó por primera vez en la fiesta de la Virgen de Guía en Llanes. Cincuenta años transcurrieron sin que faltara a la fiesta llanisca, siempre involucrado en el acontecer y en las páginas de la historia reciente del bando del nardo. (Cuando se produjo el fallecimiento repentino del médico Antonio Celorio Sordo el 8 de septiembre de 1974, en el momento mismo en el que se procedía a subastar los roscos, allí estaba Paco Casanova, a un metro escaso del galeno, como testigo del suceso).

Iban a Llanes siempre en autobús y tardaban 4 o 5 horas en llegar, de ahí que habitualmente hiciesen el viaje el día antes. La mitad de la banda se alojaba en La Covadonga, y el resto en La Puerta del Sol. La dirigía entonces el valenciano Aurelio Sanchís Ruiz, enjuto, tieso y grave. (A lo largo de su carrera en la Banda de Torrelavega, Paco Casanova tendría cinco directores: Lucio Lázaro López, Aurelio Sanchís, Alfonso Benitez Martínez, con el que irían a tocar a Rochefort, localidad francesa hermanada con Torrelavega, José Martínez Ortiz y Alfonso Díaz Casado). Entre sus cuarenta integrantes estaba Mariano Díez Ortega, oboe, casado con la llanisca Cuca García Trespalacios, de la familia de “los Buzos”, al que se sumaría después su hijo homónimo, que tocaba el clarinete.

La conexión de Casanova con Llanes, no obstante, se remonta a 1964, cuando fue a tocar a Andrín con una orquestina formada por él y un matrimonio con muchas verbenas a cuestas (el marido, Julián Salamanca, ciego, manejaba el acordeón, y la esposa, Alejandra Mena, la batería). Aquella actuación tuvo que desarrollarse bajo techo, en la Casa de Concejo, por la lluvia, ante un público cordialmente dividido en dos grupos irreconciliables: unos bailaban, mientras los otros veían el fútbol en la tele. Los músicos pernoctaron en casas particulares y al amanecer, cargados con sus bártulos, como en una película del primer Berlanga, cogieron el tren en San Roque del Acebal. Desde aquel viaje de vuelta a Torrelavega, el idilio entre Llanes y este singular saxofonista no ha hecho más que crecer. Quizás algún día reciba aquí el homenaje que se merece. 


(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el sábado 28 de enero de 2017). 







Aurelio Sanchís, al izquierda, en el acto en el que tomó el relevo de Lucio Lázaro en la dirección de la Banda Municipal de Música de Torrelavega, el 20 de abril de 1963. (Fotografía tomada de la página de facebook TORRELAVEGA, RECUERDOS). 





miércoles, 14 de febrero de 2024

A DOLORES SÁNCHEZ BUERGO, LA GALANA, IN MEMORIAM

 

Intervención poética de Dolores Sánchez Buergo, la Galana, en la sesión audiovisual ofrecida en la Casa de Cultura de Llanes por el fotógrafo Bruno Fernández, el 1 de octubre de 2016. (Foto: Germán Martínez Azumendi). 



"Escribochar" en Pría 



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ


Con tan solo cinco años de edad, la Galana (Dolores Sánchez Buergo, Piñeres de Pría, 1936), ya tenía montado su escritorio y, como dice ella, “escribochaba”. No sabía aún escribir, pero garabateaba y desplegaba sus sueños sobre dos cubetas de abejas, en una solera escondida entre hiedras, naranjales y cañas de bambú. No mucho después, empezaron a mandarla hacer alguna tarea de labranza y buscar comida para las vacas, y a ella, entonces, se le escapaban lágrimas de rabia al verse apartada de aquel rincón de la huerta familiar. (Ya dijo Larra que en España escribir es llorar). 

Su madre, viuda de un maestro nacional asesinado por unos milicianos republicanos en la Guerra Civil, le recitaba poesías que ella memorizaba. A los siete años era capaz de repetir fábulas y versos, poniendo la entonación adecuada. 

En la posguerra, ante la falta de sitios donde poder comprar libretas, la cría aprovechaba el reverso de talonarios usados, de la tejera que tenía su abuelo paterno, Evaristo, en Ceares. Llegado el caso, “escribochaba” también sobre hojas de árboles secas, después de leer líneas sueltas de “La Retórica” de Amable González Abín, que le había regalado una hija del escritor y erudito de Nueva. Tampoco había tinta, y era preciso inventarla, a base de remover tierra húmeda, mezclada con moñigas y mexu del ganado. (Lo terrible era el puñetero olor que dejaba aquella caligrafía de supervivencia).

Una vecina del barrio de la Rondiella, que no sabía leer ni escribir, le pidió que redactara una carta para un hijo suyo que andaba por el mundo y del que hacía años que no sabía nada. Ese mundo, intuido por la mujer como inhóspito y remotísimo, era Salamanca. La Galana, que tenía entonces catorce años, le compuso una misiva en versos, digna de una escritora curtida, y en ella contaba al destinatario noticias de bodas, bautizos y defunciones. A fulano de tal, según aquel relato poético, ya le habían dado de alta en el hospital de Oviedo; la cosecha de manzanas de ese año tenía pinta de ser de campeonato; los abuelos de mengano seguían estando hechos unos mozos, pese a haber cumplido los noventa y tantos; al ‘jiyu’ mayor de citano le habían destinado al Ferral; y, por fin, parecía que el Ayuntamiento iba a arreglar el camino de la iglesia…

Todo lo que vino después quedó resumido, discretamente y sin ningún reconocimiento público, en dos poemarios publicados por la editorial Trabe en 2001 y 2003, respectivamente: “Manoyos escoyíos” y “Goteras d’ orbayu”. Hoy, a sus ochenta años, la poeta labradora cultiva en soledad versos y flores (cinnias, azucenas del Cristo, dalias y hortensias, que luego lleva en taxi a la Casa de Cultura de Llanes, para adornar el vestíbulo), “espantando caracoles”.

Hace unos días, la Galana fue invitada a participar en una sesión audiovisual ofrecida por el fotógrafo vasco Bruno Fernández, cuya exposición “Con vistas al mar”, abierta hasta mañana domingo en el centro cultural llanisco, impresiona en su visión apocalíptica de los bufones de Pría.


    “¡Gigante tremebundo de los mares,
juego de viento y agua!,
¡roncón de omnipotente gaita!”

La voz de la poeta, desgarradora, sonó en un salón de actos sobrecogido por imágenes y palabras hechas espuma y mar.


(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el sábado 15 de octubre de 2016). 




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