José Alvar Iñarra, Pepe el del Madison. |
OPINIÓN
OPINIÓN
Camareros
HIGINIO DEL RÍO PÉREZ
Si n buenos camareros, la hostelería se queda en muy poca cosa. Por eso se entiende que los chigreros y restauradores maldigan lo peliagudo que resulta hoy reunir una plantilla de profesionales que sepan servir al turista como Dios manda. Los camareros de la vieja escuela, con el luto de su chaquetilla y su olor a Varón Dandy, “simpáticos sin casticismo y laboriosos sin matonismo”, en palabras de Francisco Umbral, son ya historia.
En Llanes,
donde los fundamentos de la hostelería de prestigio y las estrategias de
promoción turística se remontan al epílogo del siglo XIX, tuvimos una figura
excepcional: el cocinero y empresario Cosme San Román, auténtico pionero, de
cuyo legado hoy tanto se tiene que aprender. Junto a él fueron curtiéndose
camareros que daban realce a los negocios y confianza a los clientes. Pepe
Armas Caso, que llegó en 1905 de la mano de San Román a trabajar en la cantina
ferroviaria y luego se estableció por su cuenta, es el primer nombre que viene
a la memoria. Acabaría patroneando el restaurante de la estación y el histórico
Café Pinín, y a su vera se foguearon mozos entre cafés “nevaos” e intelectuales
aficionados al ajedrez, como Fernando Vela: allí estuvieron, sucesivamente,
Venancio Segura, hijo del genial músico Segura Ricci; Jesús Ania, Alejo (que
era de Villanueva de Pría y de joven había emigrado a Cuba), Pepe Pérez
Zaragoza (después propietario en Oviedo del Bar “El Sol”, en General Elorza) y
Bernabé Segura, hijo de Venancio, que una vez pidió permiso a su jefe para ir,
con pajarita y todo, a un homenaje póstumo a Celso Amieva en la Casa de Cultura.
El Bar del
Muelle, de Agustín Guijarro, fue otro vivero de profesionales de la comanda.
Allí negoció Pedrito Galguera muy seria y solemnemente nada menos que la venta
de La Compuerta
a unos vascos, que se presentaron a los pocos días con herramientas para
desmontar aquella torre característica del perfil de la villa y casi se arma
una buena. En el bar de Agustín dejaron huella Guzmán Ania, Cornellana y, en
especial, José Alvar Iñarra, una de las máximas glorias de la profesión,
fundador en los años sesenta de la Cafetería Madison.
En el
Hostal Peñablanca trabajaban “El Nene” (1), Canco y César Álvarez
Montoto, un joven brillante que había estado antes en el “Pinín” y que luego
triunfó en Paradores Nacionales. En el “Venecia” se batía el cobre otro Pepe
(“el Gordu”, de Zamora), que en vez de aceitunas decía “olivas” y que marcharía
al restaurante “Cabo Peñas” de Oviedo. En el “Palacios” recordamos a García y a
Pepín Blanco, de Nueva (2). En el “Bodegón” y en “Las Mimosas”, “el Inclináu”,
que al escanciar componía una figura cubista, y en el “Madison”, el irrepetible
Félix Segura Martínez, siempre sacando pecho, y del que Paco Rabal se hizo muy
amigo durante un rodaje (“¡Tipo torero
tiene este tío!”, decía de él el actor, con admiración) (3).
Gente así
compartía en los años cincuenta, sesenta y setenta el espíritu sereno e
inalterable de los chóferes de Mento y el aguante estoico y literario de los
camareros que habitan “La
Colmena ” de Cela. Gente con oficio, anclada de por vida a una
barra. ¿Cuánto daría hoy la hostelería por poder fichar a profesionales como
los de aquel Llanes glamoroso que bailaba el “musulmé”? ... Se me hace que el
gran desafío de los hosteleros para el siglo XXI no va a ser FITUR, ni las
páginas web, ni la “Q” de calidad, ni el mercado japonés, sino algo más
prosaico y esencial: recuperar la tradición de los buenos camareros. Y si no,
malo.
1.“El Nene” era hermano de “Barriguita”, y en los años
60 del pasado siglo marchó a Valencia y abriría allí un restaurante.
2. Apodado “Viernes”.
3. Apodado “Cartucho”. En 1999 recibió el Premio de
Turismo del Ayuntamiento de Llanes.
Bernabé Segura Martínez. |
Félix Segura Martínez, Cartucho. |