Las hermanas America y Sira Ruales Trespalacios.
En la vida y en la muerte del “Pinín”
Cerrado el ciclo vital de un café histórico de Llanes
HIGINIO DEL RÍO
PÉREZ
El Café Pinin, que cerró sus puertas el pasado 9 de enero de 2016, estuvo
bien posicionado en el tiempo y en el espacio. Su aparición tiene que ver con
el proceso de expansión urbanística de la villa hacia el oeste, verificado a lo
largo del último tercio del siglo XIX y en los albores del XX. Esa dinámica de
crecimiento urbano se había iniciado durante la época de Posada Herrera al
frente del Ministerio de la Gobernación, cuando se inauguró la nueva casa
consistorial y cárcel hacia 1868. En aquel momento ya llevaba funcionando dieciocho
años la Sociedad
Casino de Llanes, promotora en 1880 de la construcción de un coliseo
por aquella misma zona.
Cerrado el ciclo vital de un café histórico de Llanes
De bebés, a Sira y América, “las Pininas”, las tendía su
madre sobre la mesa de billar para que no dieran la lata, y cuando llegaba
algún cliente a jugar, las cogía y las llevaba medio dormidas a otro sitio. Habían
nacido en 1911 y 1912, respectivamente, hijas de Alejandro Ruales Vadillo y de
Pura Trespalacios Martínez, y crecieron en el pálpito de una cafetería
finisecular, con camareros de chaquetilla impoluta y tertulianos de lo humano y
lo divino alrededor. La madre era de Alles,Peñamellera Alta, y el padre, que
había llegado de joven a Llanes desde la Rioja, de Santo Domingo de la Calzada.
Ruales, de familia de labradores, entró de camarero en el Hotel Paraíso, donde
le pusieron el apodo de “Pinin”, y a principios del siglo XX se haría cargo del
café. La única persona que le llamaba Alejandro, y no Pinin, era su esposa.
La tendencia expansiva hacia Poo, que sigue activa en
nuestros días, parecía imparable. El antiguo convento de las monjas agustinas de
la Encarnación (hoy hotel Don Paco), que era un edificio solitario y distante,
se convertía en colegio en 1873, al tiempo que quedaba abierto el Paseo de la
Encarnación, llamado de Posada Herrera a partir de 1893. La construcción de
inmuebles como el palacete de Román
Romano o la casa de Rafael Labra, ésta de 1890, proseguía junto
a la carretera general Oviedo-Torrelavega, que en ese tramo habría de adoptar
el nombre de calle de Nemesio Sobrino. Una de las construcciones emergentes sería
el teatro de la Sociedad Casino , conocido
como el teatro
de la Pedraya, por ubicarse en la ería de ese nombre, e inaugurado en 1882.
El Pinín es una consecuencia de la edificación de aquel coliseo,
en el que se proyectarían en julio de 1897 las filmaciones de los hermanos
Lumière, con las que los llaniscos descubrieron el cinematógrafo. Eran los años
de la guerra de Cuba, y la directiva del Casino, ya instalada la sociedad en el
primer piso del edificio que albergaba el café, se había suscrito a la agencia
informativa “Fabra” para recibir diariamente telegramas con los partes bélicos,
que luego se leían al público desde el escenario en los intermedios.
Los domingos por la mañana se notaba enfrente, en la planta
baja del Ayuntamiento, bastante animación. Era el día en el que los presos
recibían la visita de sus familiares, que les llevaban comida y algunas monedas
y charlaban con ellos a través de la verja que cerraba el patio interior. De
ello eran testigos Sira y América.
En esa atmósfera es en la que había hecho acto de presencia Alejandro
Ruales. El teatro
formaba casi una unidad orgánica con el café. Tenía planta de herradura y en
sus plateas algunos anocheceres quedaban rendidas a Morfeo Sira y América, que no
querían nunca perderse nada. Las funciones eran los jueves y los domingos y el aforo
siempre llegaba a cubrirse por completo. Eran películas mudas, por episodios, y
el maestro Eloy Marín, profesor de música del colegio de la Encarnación y
padrino de la hija mayor de Pinín, ponía al piano la ilustración musical más adecuada
a cada escena.
SOCIALISTA Y AMIGO
DEL ARQUITECTO JOAQUÍN ORTIZ
Asociado a un hombre apellidado Barrero, Ruales sería el
último empresario de aquella fábrica de sueños. Cuando se inauguró en 1924 el Teatro Benavente, el de la
Pedraya siguió funcionando, pero ya lánguidamente, durante un tiempo. Pinín y
su socio intentaron adaptarse a los nuevos tiempos y comprar al indiano Manuel
Romano unos terrenos próximos para ampliar el equipamiento, pero el dueño no
quiso venderlos.
En esa década empezará una etapa crucial en la vida de
Alejandro Ruales, cuando el destino le une a José Armas Caso, quien había
llegado a Llanes desde Comillas en 1905 de la mano de Cosme San Román, el padre
de la hostelería llanisca. Armas, casado con Isabel González , una excelente
cocinera, se convertiría aquí en un reputado hostelero. Con San Román trabajó
primero como camarero en el restaurante de la Estación. Luego
sería él el concesionario de la prestigiosa cantina ferroviaria (que la había
regentado en 1928 y 1929 Joaquín Fernández Vega, el abogado que habría de ser
el primer alcalde de la
Segunda República ) y llevaría también, antes de incorporarse
finalmente al Pinin, el bar que más tarde se llamó La Gloria.
Ruales se afilió en 1932 al PSOE (fue cofundador ese año de la Agrupación Socialista local), y vivía con su familia en un piso del Cotiellu, enfrente de la mansión solariega de Cayetano Rubín de Celis. Por su café pasaba todas las noches el arquitecto municipal Joaquín Ortiz, también de ideología socialista, con el que hizo gran amistad, hasta el punto de que en septiembre de 1935 Pinín sería uno de los poquísimos invitados a la boda de Ortiz con la celoriana Regina Tamés en la iglesia de Santo Tomás de Priandi, en Nava. También tuvieron mucha cercanía con el arquitecto las hijas de Pinín, que le prestaron una máquina de escribir “Underwood” casi sin estrenar para que él pudiera utilizarla en su habitación del Victoria, donde estaba hospedado.
Ortiz escuchaba jazz y
piezas del género chico en una gramola de la marca “At Water Kent” que había
comprado José Armas
en 1930. La barra estaba al fondo, y en la parte central había un piano, en el
que las Pininas, que habían recibido una buena formación en el colegio de las
monjas de la Divina
Pastora , tocaban fragmentos de Albéniz. Uno de los camareros,
Marino Santamaría, formaría parte del batallón de Manuel Sánchez Noriega ,
el Coritu, en la Guerra
Civil.
Era el Pinin uno de los centros nucleares de la vida social
de entonces, al igual que los hoteles Victoria y Paraíso, y entre sus paredes
transcurrieron momentos clave de los últimos cien años. A través de episodios
cargados de elocuencia, se multiplicaban allí los reflejos de la dialéctica de
las dos Españas, como aquella vez, recién comenzada la Revolución de Octubre de
1934, cuando el médico socialista José de la Vega Thaliny , que
vivía en el segundo piso del inmueble del Pinín, entró gritando “¡Viva Cataluña
libre!”, a lo que el arquitecto Luis Menéndez Pidal, sentado en una mesa junto
a su esposa, replicó con toda su alma: “¡Viva Cataluña española!”
EL "PINÍN" Y LA GUERRA CIVIL
El telón de la tragedia se abrió el 18 de julio de 1936. A
primera hora de la tarde, el chofer de Thaliny condujo su auto hasta Parres,
donde se estaba celebrando la popular fiesta de Santa Marina, y dio aviso de la
rebelión militar. Todo el mundo regresó a la villa, y en el Pinin se concentró de
inmediato un gran gentío. Tanto en el interior del local como a ambos lados de
la calle, al pie de los altavoces instalados en las dos terrazas del bar, la
gente permanecía pendiente de la
radio. No muy lejos de allí, desde una ventana de su piso del
Cotiellu, las Pininas comentaban la gravedad de la situación con Tano Rubín:
“No creo que ningún miliciano se meta conmigo, rapazas, pero si alguno se
atreve, tengo esto aquí para defenderme”, les dijo a Sira y América el vecino, empuñando
una escopeta de caza en el balcón de su casa.
Para entonces, Armas Caso ya llevaba a sus espaldas el peso
del Pinin como encargado general, y en aquellos primeros instantes de la guerra
acertó a esconder las mejores botellas de vinos y licores allí cerca, en una
cueva del foso de la muralla medieval, aunque a partir de los siguientes días y
durante todo el período “rojo” quedó prácticamente apartado de la gestión del
café, al ser considerado un derechista.
Tras la entrada de los nacionales en septiembre de 1937
cambian las tornas y es a Ruales a quien le toca ahora desempeñar el papel de
perdedor. Represaliado por su condición de socialista y estrecho colaborador del
Frente Popular, ya no volverá a coger nunca más las riendas del café. Morirá en
1951, y en la España de Franco la lógica inapelable de la nueva era hará que el
negocio sea rebautizado como Café Armas.
Los llaniscos de mi generación conservamos de ese establecimiento vivencias infantiles que van unidas a las Semanas Santas de los años 60, cuando, después de ver en el Cinemar películas sobre la Biblia, entrábamos con nuestra madre y nos empapábamos de las procesiones que retransmitía en directo TVE, mientras los clientes tomaban “café nevado”, especialidad de la casa, en vasos de cristal. En otras ocasiones, acudíamos a presenciar el espectáculo de magia que presentaba algún artista solitario llegado ese mismo día en el tren. Fascinados, sin pestañear, asistíamos a los trucos con pañuelos, naipes y palomas que un hombre con levita hacía de pie sobre una maleta enorme de madera que le servía de tarima. En el exterior del local, mientras tanto, esa tarde y todas las tardes pasaban dos figuras por la otra acera de la calle, fieles a un ritual que se nos escapaba. Eran las hermanas Sira y América, que desde septiembre de 1937 evitaban obsesivamente pasar junto a las puertas del Pinín. Las Pininas habían decidido no volver a pisar nunca más aquel tramo de la acera de su mundo perdido, y se mantuvieron firmes en esa decisión hasta la muerte.
(LA NUEVA ESPAÑA, 4 de febrero de 2016)