A finales de los años cuarenta, se contaba ya con un club organizado, y
los jugadores de aquel primer equipo –entre los que destacaba un zurdo de oro
al que enseguida empezaron a llamar “el Maestro”- concitaban alrededor suyo un
remolino de ilusión sin precedentes. El “Maestro” era César González. Nunca se
supo quien le puso el sobrenombre. Había llegado desde Soto del Barco poco
antes del estallido de la
Guerra Civil, con sus padres y sus tres hermanos, Luisín,
Lolina y Ricardo. El padre, abogado y secretario judicial destinado al Juzgado
llanisco, ya no saldría de aquí.
Con su hermano Ricardo, César jugaba al fútbol en la
Campera, y sus maneras no pasaron desapercibidas a los ojos de los entendidos.
Cuando se formó el equipo del C. D. Llanes, él era uno de los titulares
indiscutibles.
El primer “mister” que tuvieron fue Nicasio, “el de
la Electra Bedón”, amigo de hacer entrenamientos fuertes, con carreras entre
los tamarindos del Paseo de San Pedro y subidas desde el Sablón. En el comercio
de Pedregal, al lado de la
Confitería de Parás, las entusiastas mozas Carmina Pedregal y
las hermanas Cotolo y Chunchi Novoa y Amalia (“Chicu”) y Lolina Noriega se
afanaban en bordar los escudos de las camisetas, que eran verdes como las de la
selección mexicana. Al igual que en las funciones de teatro ambulante que se
montaban en la Plazuela
de la Magdalena,
hombres y mujeres de todas las edades llevaban su propia silla o banqueta hasta
el campo del Sablón -el “Güertu del francés”-, que era el escenario de las
gestas. Se pasaba la bandeja y se recogían buenos duros. El vestuario era la
sidrería-bolera que había junto a las ruinas del palacio de la familia Duque de
Estrada, y, a falta de duchas, los jugadores se daban un calumbu en la playa al
terminar los partidos. Luego se lavaban en el lavaderu de El Cercado y
marchaban a ver la película del “Benavente”.
César era
un frío y elegante extremo izquierdo que centraba los balones con clase y precisión. Empezaron a salir canciones
dedicadas a él, letras de anónimos compositores que se adaptaban a músicas
conocidas, y el público las coreaba en las tardes de gloria:
“Llanes por la tandina,
Llanes por la tandada,
todos aplauden al Maestro
cuando hace la jugada”.
Todos los llaniscos participaban de la euforia. Los domingos que les tocaba
jugar en la villa, César asistía a la misa de ocho de la mañana, y a la salida
nunca faltaban viejas beatas enlutadas que le jaleaban esgrimiendo la cachaba: “¡A ver qué hacéis hoy, César del alma! ¡Hay
que ganalos como sea!”. Jugando fuera de casa, en algunos sitios los
llamaban “triperos” y “montañeses”. Se desplazaban en un autocar de doce
ruedas, que parecía un camión sacado de una película bélica (un día de nieve,
el vehículo se averió, y tuvieron que bajarse todos a empujarlo). Siempre les
acompañaba Francisco del Campo Peláez, “Papaco”, como delegado de la Junta Directiva.
También iba con ellos Perfecto Santos Cue, “Teto”, honrado y diligente a carta
cabal, en quien depositaban relojes, medallas, carteras y demás cosas de valor.
El equipo se reforzó con varios jugadores foráneos –fichajes pagados a
tocateja-, como Soberón, los Trueba, Martínez y Curiel, que se alojaban los
fines de semana en la “Fonda la
Guía”. En el vestuario se acuñaron expresiones
cinematográficas asociadas al áurea de algunos de los gallitos del equipo: a
César, que era el capitán, le decían “Adiós,
Mister Chips”, por aquello del ceremonial de estrechar la mano del árbitro
y de los linieres. El entrenador Sirio era “¡Qué
bello es vivir!”; y a Aurelio le adjudicaron “De México llegó el amor”.
Aunque ya no era un crío, César destacaba tanto que el Real Oviedo
–entonces en Segunda División y entrenado por Caicedo- le hizo una prueba en
verano. El que le recomendó fue Mariano Zubizarreta. Si la cosa fraguaba, le
iban a ofrecer dos mil duros de ficha, ochocientas pesetas al mes y un empleo
curiosu. El extremo estuvo un mes con los “azules” y llegó a jugar un amistoso
contra el Valladolid, en Avilés, pero al final el fichaje fue descartado y se
quedó en Llanes, donde sus incondicionales seguirían sacándole canciones:
“Maestro, no tengas miedo,
hazle frente al enemigo;
si tratan de atropellarte,
el público está contigo”.
A lo
largo de esa época, recorrida por trenes llenos de aficionados que seguían a su
equipo, sonó con fuerza la expresión “¡Triquititrí,
ra, ra, ra!”, que luego sufrió una ligera transformación y pasó a ser “¡Triquitrí!”. Eran los tiempos de la
denominada “Ruta del Oro”, que va desde 1948 hasta los primeros años cincuenta.
El inventor del grito de guerra fue José Sáinz Notnaghel, delegado en Llanes de
la compañía mexicana “Aerovías Guest” y amigo de Evilasio Sánchez García, que
llevaba al campo de “Malzapatu” un megáfono para lanzar al viento sus voces de
ánimo:
“Cueste lo que cueste,
se ha de conseguir
que la Copa sea para el Triquitrí”.
Se popularizaron al menos diez estribillos. El principal cantar, que
resumía el espíritu del “Triquitrí”, estaba inspirado en una ranchera de
Negrete:
“Me gusta cantar al viento,
porque vuelan mis cantares,
y digo lo que yo siento del
Club Deportivo Llanes.
Tenemos un gran equipo
de solera y de bandera,
que a todos los sitios que
va
tiembla hasta la carretera.
Tenemos un delanteru que se
llama Paco Maya,
que todas las que recoge las
introduce en la malla.
Con César de extremo
izquierdo,
Rafa y Tonín de delanteros,
se forma la doble uve
y el gol sale de bandera.
Me gusta ver a Tomás
con su juego de cabeza,
tirando balones al centro
para que Aurelio los meta.
Noga es un batallador,
Torre y Ramonín despejan,
y las que llegan al marcu
Luisín Cobos las bloquea”.
Lolina,
la hermana de César, que se casaría con el farmacéutico Mariano Buj Suárez, era
una de las grandes forofas del equipo.
“¡Hermanín: ya tienes las niñeras a
cada lau!”, gritaba Lolina, sin apear el paraguas, cuando veía que los
defensas se pegaban a él como lapas. La fama de la hermana de “el Maestro”
trascendió las fronteras llaniscas. Una vez, bastantes años después de que
hubiera periclitado el “Triquitrí”, Lolina estaba en Llanes acompañada de su
marido en una celebración con motivo de la ordenación sacerdotal de su cuñado
Pepe Buj.
- “Oye, Mariano del alma: un cura de
aquellos de enfrente no para de mirarme. Desde que entramos no me quita ojo. Me
está poniendo nerviosísima. Debo gustai,,
Marianín…”, dice a su marido.
- “Figuraciones tuyas, Lolina. No
digas cosas raras”.
- “De figuraciones, nada, Marianín.
¡Que viene!”.
En efecto, uno de los sacerdotes presentes se levanta y, con media sonrisa,
se aproxima al matrimonio.
- “Perdónenme, hijos míos. Llevo
media hora mirándola porque se me hace una cara muy conocida... Estoy seguro de
que la conozco, pero no sé de qué”.
- “Yo creo que me confunde con otra,
padre, porque yo a usted no lu conozco de nada”, responde Lolina.
Dubitativo, el sacerdote se rasca la cabeza y, de pronto, da un bote.
- “¡Ya lo tengo! ¡Ya me acuerdo!
¡Usted me dio una vez un paraguazo!”
- “¿Pero qué diz, padre, si yo tuve siempre
muchu respetu a los curas?”.
- “Fue un domingo en Cangas de Onís,
en un partido muy disputado! Estaba yo a punto de entrar en el seminario. Usted
es la de los paraguazos, sin duda.”
EL GRITO DE GUERRA
Las letras de los cánticos al fútbol llanisco de los años cuarenta y cincuenta guardan un cierto parentesco formal con los cantares de gesta:
“Tengo un ‘once` de Primera,
no es un equipo cualquiera,
tiene clase en las jugadas
y al alzar las goleadas,
tiran a gol, tiran a gol.
Es el conjuntu llaniscu
equipu de muchu pistu,
tien la furia española,
pega muy bien a la bola,
tiran a gol, tiran a gol.
Aquí llegamos los hinchas,
por si el equipu deshincha,
sacamos nuestras reservas,
que traemos en conservas,
tiran a gol, tiran a gol.
Haciendo honor al escudu,
hoy nos quedaremos unidos
por animar al equipu,
aunque nos hagamos ciscu,
tiran a gol, tiran a gol”.
Era otra cosa. Incluso
algunos anuncios de la prensa local encerraban alusiones al fútbol, como éste
de la peluquería de caballeros “México”:
“¡Deportistas y aficionados!
¿Queréis saber de todo...
ello?
¡Afeitaros donde Abello!
La cátedra de balón la
explica José Ramón.
Y la de ciclismo, a cargo
del mismo.
El tiempo que ha de hacer en
Mayo, te lo dirá Pelayo.
Hermosea tu semblante y
masajea tu cutis,
paga el servicio a Constante
y ya puedes hacer mutis”.
Los comerciantes sabían aportar fantasía en el marketing. Mientras el
confitero Abelardo ponía poesías en los envoltorios de los caramelos de
malvavisco, el comercio de calzado “La Victoria” recomendaba prepararse para las grandes
fiestas:
“Como ya viene La Guía
y tenemos que bailar,
para no quedarse en casa
nos tenemos que calzar.
Para que bailes a gusto,
graba bien en la memoria
que has de comprar tus
zapatos
en Calzados La Victoria”.
LANCES Y ENTUERTOS
Las canciones dedicadas al "Triquitrí" contaban lances, entuertos y batallas:
“En el Campu de Pialla,
Titi Judas se vendió
para romper la pierna a
Hilario
y quedar campeón.
Valamé, valamé,
Titi a Hilario rompió un
pie,
esi jugador de Infiestu
es peor que Bernabé.
Don Antonio Moriyón,
cuando supo lo de Hilario,
fue a la Fonda “La Guía”
y le regaló un rosario”.
La lesión que sufrió Hilario
hizo que se convocara una multitudinaria manifestación de apoyo en la Plaza. El
jugador, con su pierna escayolada, tuvo que salir a saludar a la ventana.
“Club Deportivo Llanes,
levanta bien la cabeza,
pues jugásteis el torneu
con valentía y nobleza.
El Club Deportivo Llanes
nunca pierde la moral,
aunque pierda y aunque gane,
la alegría es siempre igual,
¡Hala Llanes, hala Llanes!”.
Las letras siempre estaban empapadas de orgullo llanisquista:
“Esta tarde, si Dios quiere,
ganaremos al Cardín,
que tenemos un delanteru de
aúpa,
que se llama Tomasín.
Y si vamos a Cangas,
la gente se amotina,
y sale a relucir
la famosa sardina.
No hay equipu en todo
Oriente,
que al Llanes le meta el
diente,
no hay equipu por aquí
como el Llanes “Triquitrí”.
“En tal sitiu nos llamaron
sardineros y algo más,
pero estamos muy orgullosos
de tener puertu de mar.
¡Así se bate el chocolate
en la “Auseva” cuando se
hace!”.
Y no faltaron valientes y comprometidos estribillos en alusión a los “emboscaos” (lo que tenía sus perendengues en el contexto social y político de entonces), como aquél que decía:
“Si tenéis jugadores
es gracias a Bernabé,
que los trae por la noche
cuando nadie los ve”.