OPINIÓN
Heinz Jakob Schumann. (Foto: Harry Schnitger). |
Lotti Goldmann. (Foto: Wilhelm Reinke). |
Guitarra y cabaret, pese a todo
Lotti Huber y "Coco" Schumann, dos estrellas judías en Alemania
HIGINIO DEL RÍO PÉREZ
La convergencia
plena entre judeidad y germanidad siempre es una tarea pendiente. Para Enzo
Traversaro (autor del libro “Los judíos y Alemania”), la simbiosis
judío-alemana es poco menos que un imposible, a pesar del entusiasmo puesto por
relevantes personalidades hebreas de Alemania, como Walter Rathenau, que cantaron
y profesaron el patriotismo prusiano. En su desalentador análisis histórico, Travesaro
habla de judíos asimilados, “pero sin patria”, y para explicar el asunto pone más
el énfasis en el concepto de “monólogo judío” que en el del diálogo,
propiamente dicho, entre lo hebreo y lo alemán. ¿Cómo es posible que los judíos
sigan viviendo en Alemania?, podríamos preguntarnos.
Pero aunque
después de lo de Hitler se sigue manteniendo una visión inevitablemente morbosa
de esa realidad, la normalidad de la República Federal no se puede concebir hoy
sin la presencia judía, sin la cotidianidad de un componente semita, como parte
de la identidad de un país que padeció el trauma de las leyes raciales de
Núremberg de 1935 (aquel enajenado propósito de calibrar, obsesiva y
milimétricamente, la sangre, las genealogías y los grados de mestizaje de la
gente).
No dejan de
tener una irresistible fuerza de atracción, en todo caso, las historias de
supervivencia, las biografías, los obituarios, los grandes y los pequeños detalles
de la vivencia judía en Alemania, que frecuentemente encuentran hueco en los
medios de comunicación.
La reciente noticia
del fallecimiento, a los 93 años, de Heinz Jakob Schumann, figura del jazz
berlinés, nos ha venido a recordar todo eso. Una historia de película (de
hecho, había sido uno de los protagonistas del documental “Refuge in music”, de
2013, que recoge el testimonio de músicos alemanes que habían sido recluidos en
campos de concentración). De madre hebrea y conocido como “Coco” Schumann, fue
uno de los primeros instrumentistas que tocó la guitarra eléctrica en su país.
Se había aficionado al swing en plena Olimpiada de su ciudad natal, Berlín, en
1936, en algunos de cuyos bares y clubes actuaría hasta su detención en 1943. Fue
internado en Terezin y en Auschwitz, hizo trabajos forzados en situación de
esclavitud, formó parte de un grupo musical que tocaba para recibir los
convoyes de nuevos prisioneros (y también en sesiones privadas para los
oficiales de las SS), y tuvo un cara a cara con Mengele. Después de la guerra
compartiría escenario con Ella Fitzgerald y crearía la formación “Coco Schumann
Quartett”.
Una trayectoria
un tanto similar a la suya fue la de Lotti Huber (Lotti Goldmann, 1912-1998), que
encarna también un argumento de cine (el director y militante del movimiento
gay Holger Mischwitzky, que firma sus trabajos como “Rosa von Praunheim”, le
dio un papel en distintas películas). Nacida en Kiel, hija de un comerciante
textil judío, había estudiado danza en Berlín y pasó un año en un campo de
concentración, de 1937 a
1938. Al recuperar la libertad emigró a Palestina y en Jerusalén siguió
estudiando el arte de la danza; bailó en clubs nocturnos de Haifa y El Cairo con
un estilo personal y provocador de “Danza libre”; se casó dos veces (en ambos
casos, con militares ingleses), vivió en Londres y abrió un restaurante en
Chipre. De vuelta a Alemania en los 60, siguió actuando en cabarés por la senda
de la transgresión de los prejuicios pequeño-burgueses. Presentaría programas
de televisión y sería un icono para los homosexuales. Un crítico la calificó
como “la Marlene Dietrich de los pobres”.
Hasta el final,
Lotti y “Coco” cantaron, bailaron y tocaron la guitarra, pese a todo, contradiciendo
así la manida sentencia de Adorno (“tras Auschwitz no es posible la poesía”).
(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA de Oviedo el sábado 10 de febrero de 2018).
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