Cuando el
siglo XXI reinventa modos radiofónicos de los años 60
Aires de cambio en Radio Clásica
La radio lo era
todo en aquellos años de Guerra Fría y caldo caliente, igual que lo había sido durante
las tres décadas precedentes. Arrimábamos en familia la oreja al receptor y llenábamos
nuestra vida de boleros y radionovelas que ayudaban a sustraernos de una gris
realidad. Para los llaniscos de entonces, locutores como Federico Llata Carrera,
con su popular espacio “La caravana de la alegría” en Radio Cantabria,
resultaban sencillamente imprescindibles. No se concebían las tareas del hogar y
el día a día sin el acompañamiento de Antonio Machín, Manolo Escobar o Matt Monro,
sin las dedicatorias “de parte de quien ella sabe”, sin los anuncios de
Cola-Cao y sin los melodramas de Sautier Casaseca.
Lo que no
podíamos imaginar es que todas aquellas prácticas del modo de entender el medio
en los años 60 iban a ser un modelo a seguir por los directivos de Radio
Clásica de Radio Nacional en el siglo XXI, inmersos, a lo que se oye, en la
zozobra de una confusa metamorfosis. Si bien se mantiene en ese canal de RNE un
bloque de programas fieles a la filosofía original, se están percibiendo síntomas
de cambio que nos dejan desconcertados. No estábamos acostumbrados, desde
luego, a contenidos en los que predominan de forma espesa la palabra, las
opiniones, los comentarios, las entrevistas, las peticiones del oyente, los
concursos y los modos, en fin, propios de las emisoras generalistas.
La emisora
había venido siendo, desde el principio y hasta ahora, un perfecto ejemplo de
divulgación de la música y de democratización de la cultura, la mejor
oportunidad para acercar la música clásica al pueblo llano. Creada en 1965 bajo
el nombre de Segundo Programa de RNE, renombrada luego como Radio 2 y rebautizada
en 1994 como Radio Clásica, gracias a ella nos hicimos aficionados a la música
varias generaciones de españoles. Didácticamente, nos ofrecía el disfrute del
patrimonio musical de la humanidad, mientras los locutores hacían suya una
labor pedagógica y el oyente se enriquecía con clases magistrales en pequeñas
dosis (concisas explicaciones que bastaban para enseñarnos a distinguir, por
ejemplo, el clasicismo del barroco), sin
esfuerzo, según una fórmula aplicada en Europa desde los años 30, que incluía
la retransmisión en directo de grandes conciertos. Un esquema tan simple como
eficaz.
La supuesta
renovación que han sacado de la chistera los actuales directivos de Radio
Clásica para captar nuevos públicos tiene el vicio de confundir la divulgación
con la vulgarización del producto. Tal y como se están poniendo las cosas, muchas
veces, no queda más remedio que apagar el receptor o cambiar de emisora. Cuando
aún está reciente la pérdida de sus dos grandes paradigmas: Juan Claudio
Cientuentes “Cifu” (“Jazz porque sí”) y José Luis Pérez de Arteaga, que sabían
mezclar la palabra y la música en la justa proporción, resulta contra natura el
actual repliegue de la música en beneficio de un desatado torrente de
monólogos, diálogos, y circunloquios. Se ha colado, además, la machaconería de
un falso concepto de participación ciudadana, secuela del discurso dominante,
que invade todas las franjas horarias, como si los oyentes no dispusiesen de cauces
bastantes, fuera de antena, para elevar sus opiniones, sugerencias y críticas.
Ante este
panorama nos sentimos indefensos y desubicados, añorantes de aquellos tiempos
en los que la música era el principal argumento, expuesto linealmente desde la
mañana hasta la noche, y sólo interrumpido por oportunos comentarios. ¿A qué
viene ahora este afán de dar la murga?
(Diario LA NUEVA ESPAÑA de Oviedo, miércoles 27 de diciembre de 2017)
Aunque me he encontrado este artículo con varios años de retraso y la emisora tiene muchos programas de interés, por desgracia hay muchas horas en las que se habla demasiado sobre temas que no tienen que ver con RC de forma banal y dirigiéndose a los oyentes como si fueran niños pequeños o personas subdesarrolladas intelectualmente. Así mismo, es muy grave que haya un desaforado culto a la personalidad de ciertos presentadores, exceso de risa fácil y horas dedicadas a músicas ajenas a la clásicas y, lo que es peor, muchísimos errores de documentación cultural.
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