Prólogo escrito en abril de 1995 por el general ovetense para el libro ASTURIANOS EN MADRID, de Higinio del Río:
La
entrevista es un género periodístico tan interesante como difícil. Interesante,
porque nos permite conocer la manera de ser y las opiniones de figuras
destacadas en los distintos aspectos de la sociedad. Difícil, porque el
entrevistador ha de reunir una serie de condiciones mediante las cuales pueda
obtener resultados en los que se conjuguen el atractivo y la sinceridad, la
oportunidad y la brillantez.
Ante
todo, tiene que desplegar la habilidad necesaria para conseguir que el entrevistado
acceda a serlo.
Como
es natural, y sin restar valor a lo que piensan y digan personas vulgares y
corrientes, la atención primordial ha de dirigirse a quienes, por su
distinguida personalidad, pueden exhibir interioridades, manifestar ideas,
declarar propósitos o pronosticar acontecimientos relevantes. Y no siempre
resulta sencillo para el periodista abordar de buenas a primeras a los que se
encuentran en esas circunstancias por su experiencia, su categoría o la misión
que tienen encomendada en un momento dado.
El
vencer la ocasional resistencia a aprovechar el momento propicio, encierra ya
un mérito inicial para el entrevistador.
Pero
las dificultades continúan porque es preciso, además, formular las preguntas
con tino y con acierto, para tratar de obtener respuestas profundas, adecuadas
a la posición del entrevistado, a sus responsabilidades y a su fama. Puesto que
una entrevista periodística ha de ser breve, se necesita seleccionar muy bien
el interrogatorio para que quien lo responde no aparezca soso y desairado.
Tiene que lograrse establecer una comunicación auténtica y recíproca entre los
interlocutores; una colaboración en la que el papel de cada uno quede claro,
pero conjuntándose los dos en el resultado. No se trata de lanzar interrogantes
al azar, buscando tan sólo el sensacionalismo que se consigue al desvelar
secretos.
Es
cierto que la indiscreción está más en las respuestas que en las preguntas,
pero tal vez se trata de provocar sutilmente las que lo sean un poco, porque
también en ellas radica la curiosidad.
Pueden
ser bastante encontrados los sentimientos de las personas importantes con
respecto a las entrevistas. Hay quien las desea, las busca y las acepta, quizá
como un medio de promocionarse y darse a conocer o simplemente como ocasión
aprovechable para manifestar lo que se piensa. Hay, en cambio, quien las teme y
se niega sistemáticamente a concederlas, pensando sin duda en que es una gran
virtud saber callar. “Bienaventurados los que no hablan -afirmaba Larra- porque
ellos se entienden”.
“La
Naturaleza -decía Quevedo- dobló casi todos los instrumentos de los sentidos;
si no es el de la boca, por no dar al hombre más que una lengua, pues si con
una recibe mil daños de sí mismo, ¿qué no haría con dos?”. Y muchos proceden de
acuerdo con este aserto porque estiman que el que sabe callar es el más fuerte.
Siento
apartarme de la tradicional opinión en cuanto a que los viejos refranes
encierran toda una sabiduría popular. En general, los encuentro desconfiados,
materialistas y predominantemente negativos. Pero admitamos, al menos, que
pueden tener interpretaciones distintas, sin establecer al respecto normas
inconmovibles. Esto sucede con la afirmación de que “el silencio es oro”. A
veces, hacen falta muchas palabras para conseguir ese oro al que el refrán
alude. A no ser que precisamente se trate de vender el silencio ante un hecho
comprometido. En todo caso, si es cierto que puede ser loable tener el valor de
permanecer callado ante las acusaciones calumniosas, no deja de suponer todo lo
contrario abstenerse de hablar cuando con la palabra se puede evitar un
agravio, desmentir una infamia o deshacer un infundio.
El oro del silencio
Para
algunos será incómodo hablar y prefieren corroborar el refrán al aspirar al oro
del silencio, pero otros pueden caer en la mayor de las cobardías inspirada por
la comodidad o por el deseo de no complicarse la existencia.
Algunas
veces la entrevista nos dice más por lo que el entrevistado calla que por lo
que expresa. El acierto del entrevistador consiste, entonces, en dejar
constancia, sin que se note demasiado, de que el silencio se ha producido, para
que puedan imaginarse las causas.
La
entrevista es también una lección para aconsejar una prudencia que no se opone
a la sinceridad, porque, como señalaba André Maurois, “ser sincero no es decir
todo lo que se piensa, sino no decir nunca lo contrario de lo que se piensa”.
Frente
a la prudente sinceridad, se da en ocasiones la sinceridad descarnada e
indiscreta. No es este el caso de las declaraciones que se recogen en este
libro, y por eso es de resaltar el acierto con que su autor las ha
seleccionado.
El peligroso deporte de la indiscreción
Pero,
de ordinario, es frecuente que algunas personas practiquen el peligroso deporte
de la indiscreción. Y suele ocurrir que esa indiscreción esté en razón directa
de la ignorancia, ya que los más indiscretos son los menos preparados, los que
menos saben, y su afán de presumir de saber les hace apresurarse a divulgar lo
poco que saben, para prodigar, exagerándolos o desfigurándolos, sus mínimos
conocimientos.
Alguien
dijo también, con intención malévola, que hay hombres de pocas palabras, pero
que resultan suficientes para expresar todas sus ideas.
La
vanidad de que los demás sepan que se nos ha contado un secreto, suele ser una
de las razones principales para desvelarlo. Por eso el mérito del entrevistador
estriba en observar una conducta acorde con la psicología del entrevistado.
No
hace mucho he leído un comentario incluido en un corto artículo de Álvaro
Pombo: “Se trata de que ese vistazo o instantánea en que cualquier entrevista
bien hecha consiste, contenga un resorte intelectual breve y poderoso. De lo
contrario, las preguntas y respuestas se suceden sin gracia”.
Después
de vencer la posible resistencia inicial de los partidarios del silencio o de
los que no quieren prodigarse al exponer sus ideas, es necesario que el
entrevistador formule sus preguntas de acuerdo con algunas de las
consideraciones que hemos comentado. Que sean sugerentes para obtener
respuestas atractivas y sustanciosas. Que respete lo que se le diga y lo recoja
con exactitud, sin añadir arriesgadas interpretaciones de su propia cosecha,
que no respondan a la realidad.
Puede
pensarse, por otra parte, que las entrevistas han de ser de plena actualidad.
Pero no olvidemos que la actualidad puede haber comenzado hace muchos años.
Además, esa creencia, que puede ser exacta en muchos casos, se modifica en
razón del interés que también encierra reproducir y publicar en el presente
entrevistas realizadas en el pasado, porque es posible que éste sea un método
eficaz para resaltar las diferencias que se producen en las opiniones,
contrastar ideas con conductas posteriores, previsiones con resultados y
propósitos o promesas con su cumplimiento. La experiencia puede indicarnos, por
ejemplo, que los políticos no siempre quieren decir lo contrario de lo que
dicen. Pero la verdad es que cada uno de nosotros es sucesivamente, no uno,
sino muchos, que suelen ofrecer entre sí los más varios y asombrosos
contrastes. Quizá por eso aconsejaba Churchill: “Di lo que piensas ahora con
firmes palabras y dí mañana lo que piensas mañana con firmes palabras, aunque
ello contradiga lo que dijiste hoy”.
Hacer los menos pronósticos posibles
La
única certeza, cuando se habla de lo que puede venir, es que pocas cosas
suceden según lo previsto. Ionesco
afirmaba que “sólo se pueden predecir las cosas una vez que han sucedido”. Y
por eso es recomendable hacer los menos pronósticos posibles. Sobre todo en
relación con el futuro.
De
las declaraciones formuladas hace años y publicadas -o republicadas- hoy,
pueden deducirse aciertos y errores que dan más valor al oficio del que ha
sabido recogerlas y reproducirlas con exactitud.
Los
tiempos que corren, cuando el acontecimiento imprevisto de cada día oscurece el
del día anterior, son propicios a que se hagan patentes los errores en el
vaticinio, pero asimismo dan lugar a que resulten extraordinariamente
ponderables los juicios cuyo acierto se demuestra posteriormente.
Higinio
del Río ha sabido extraer de las entrevistas que ahora aparecen reunidas y que
por ello admiten la comparación, la esencia de cada personaje, sus sentimientos
interiores y sus recónditos pensamientos.
Entre
el amplio y selecto plantel de personalidades que son objeto de sus
entrevistas, las hay que sentaron a través de sus respuestas unos criterios
permanentes, unas opiniones intemporales que pueden tener aplicación en todo
momento y encierran precisamente el valor de su acierto perdurable. Otras
opiniones, más coyunturales, tienen también el mérito de marcar puntos de vista
sobre hechos, momentos o situaciones más aleatorias y que, en consecuencia,
pueden ser de gran utilidad para calificar las previsiones al compararlas con
lo que sucede posteriormente. Optimismo y pesimismo se combinan. Pero si a
muchas de las personas interrogadas se les hubiera podido anticipar sucesos,
acontecimientos o escándalos que se produjeron después, no podían haberlos
imaginado siquiera. Es grande la diferencia entre el vaticinio y la realidad.
Afirmaba
Camilo José Cela que hay en cada persona cosas que no a todos
interesan, “cosas que son para llevarlas a cuestas uno solo, como una cruz de
martirio, y callárselas a los demás. A la gente no se puede decir todo lo que
nos pasa, porque en la mayoría de los casos, no nos sabrían entender”.
Higinio
del Río no aspira a desvelar esas cosas íntimas, pero sí a reflejar las que son
dignas de conocerse y su conocimiento encierra utilidad verdadera y destacado
interés.
Ha
clasificado perfectamente sus entrevistas y conseguido las respuestas de
personajes señeros en las distintas facetas de la vida nacional.
Y
lo ha hecho a la perfección porque es un periodista culto, un interlocutor
prudente, con una gran experiencia de la profesión, que recoge en este libro
los diálogos que en su día aparecieron en distintas publicaciones, precedidos
de ordinario por una inteligente y orientadora introducción y rodeados del
ambiente en que se produjeron.
Licenciado
en Periodismo, autor de varios libros y colaborador en otros, ha sido redactor
jefe de la revista madrileña CRÍTICA DE ARTE y ha figurado al frente de los
gabinetes de prensa de la Federación Nacional de Casas Regionales y del Centro
Asturiano de Madrid. En la actualidad es director de la Casa Municipal de
Cultura de Llanes, en la que realiza una gran labor.
Y,
además, es asturiano.
Yo
tengo el honor de ser su amigo y por eso he sentido la satisfacción de escribir
estas líneas de introducción para el libro de entrevistas que ahora ve la luz.
Sabino Fernández Campo
Sabino Fernández Campo (Oviedo, 1918- Madrid, 2009), militar y figura relevante de la Transición. Teniente general
honorífico del Cuerpo Militar de Intervención. Secretario general y Jefe de la
Casa Real de España. Conde de Latores. En
julio de 1996 participó como ponente en el curso de verano “Cuestiones de Política y
Derecho” de la Universidad de Alcalá de Henares, dirigido por el
profesor Luis García San Miguel en la Casa Municipal de Cultura de Llanes, con una ponencia titulada “Ética y política.
Reflexiones sobre Maquiavelo”.
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Madrid, 17 de octubre de 1995. Presentación del libro
"Dimes y Diretes" en el Centro Asturiano.
De izquierda a derecha, Sabino Fernández Campo,
José Luis L. Aranguren, Cosme Sordo e Higinio del Río. |