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miércoles, 19 de febrero de 2020

TEATRO EN ASTURIAS: COMPAÑÍA "MARGEN", SÍMBOLO DE RESISTENCIA Y ESPERANZA



OPINIÓN                                                               

"Margen" de confianza



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

Cambió mucho el teatro desde las temporadas estivales de los años sesenta y setenta, en las que desfilaban por el “Cinemar” compañías madrileñas cargadas de vodeviles. Lo que nos llegaba entonces a los llaniscos era una “tourné por provincias” que respondía sólo a criterios de rentabilidad económica. Aquellas comedias de cuernos y saltos de cama dejaron de circular en cuanto la empresa del local decidió plegar velas. A cambio, unos pocos años después, se fue abriendo paso una oferta de teatro con más sustancia, fruto de la acción conjunta del Principado y los Ayuntamientos democráticos, hasta el punto de que hoy -como acaba de señalar la directora del Instituto del Teatro y de las Artes Escénicas, Julia Martín- la Administración es el único cliente del teatro en toda España porque el teatro privado no existe”.


En la nueva situación no faltaron ni faltan en Asturias compañías serias y comprometidas. “Margen”, que conmemora ahora felizmente el veinticinco aniversario de su fundación, es una de ellas. De la profesionalidad de este grupo ovetense, que dirige Arturo Castro, venimos disfrutando en el oriente de la región desde hace trece años, por lo menos. En el recorrido de un cuarto de siglo, su carro de cómicos ha sabido trasladar a una región alejada de Madrid y Barcelona la intensidad de la escena berlinesa de los años 20, con Brecht, Piscator y Reinhardt como referencias, y aportar siempre una saludable consistencia a las propuestas escénicas de los municipios que contratan sus servicios. A Llanes fueron llegando desde 1990 montajes a cual mejor, muchos de ellos con la participación del añorado actor Ceferino Cancio: “Ahola no es de leil”, “La noche que no llegó el viento” (del dramaturgo asturiano Javier Villanueva), “Toreros, majas y otras zarandajas”, “¡Olé!”, “Gran Viuda Negra”, “¡War!”, “Molière ensaya `Escuela de mujeres`”, “La Regenta en el recuerdo”, “Hamlet”...
Dedicarse al teatro nunca tuvo tanto mérito como lo tiene en la actualidad. Es un ejercicio de apostolado en medio de una jungla desquiciada. Hay mucho en contra. El público prefiere los cuentos cortos, los largometrajes con escaso diálogo, las revistas llenas de fotos y los libros muy lejos (o, en todo caso, muy delgados). Interesa más la cohetería de los efectos especiales que recrearse en la anchura y en la profundidad de una obra de arte. Cualquier universitario conoce al dedillo media docena de películas de Almodóvar, pero probablemente sería incapaz de decir el nombre del autor de “Esperando a Godot”. A nadie debe extrañar, pues, que el cine y la televisión se estén comiendo al teatro, como denunció Arthur Miller en una rueda de prensa previa a la entrega de los Premios “Príncipe de Asturias”.
Nos luciría el pelo si, frente a las dentelladas de la industria de Hollywood y a la pestilencia de las cadenas privadas de televisión, la gente de la farándula -que bendita sea- se diese por vencida. Aun teniendo que reinventar a cada paso un pretexto de adaptación a los tiempos que corren, el mundo de la escena sobrevive, y eso es lo importante. La dignidad del teatro nos dignifica, igual que la basura televisiva nos enmierda. Por eso el cumpleaños de “Margen” viene a ser un símbolo de resistencia y de esperanza y una fiesta que todos los asturianos deberíamos celebrar como cosa propia.

(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el martes 17 de diciembre de 2002). 



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