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miércoles, 24 de enero de 2018

BALTASAR CUE FERNÁNDEZ: UN CENTENARIO



BALTASAR CUE (1856-1918)
CUATRO PEQUEÑAS HISTORIAS:



I
Don Adolfito

"Míster Cue" y don Adolfito, cien años después

Una exposición en Llanes para recordar la vida y obra del fotógrafo Baltasar Cue


HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

A Baltasar Cue Fernández (1856-1918), de cuyo fallecimiento se cumplirán cien años el 12 de mayo, va a dedicarle este verano la Casa Municipal de Cultura de Llanes una exposición de producción propia y varios actos adicionales. “Mister Cue”, como le llamaban sus convecinos, que admiraban su talante cosmopolita y su dominio de las lenguas imperiales (el inglés y el francés), construyó su existencia entre estereotipos indianos. Durante la segunda mitad del siglo XIX, sus hermanos regentaban prósperos negocios en La Habana, cuando Cuba concentraba más del 60 por ciento de los llaniscos emigrados a América. En aquellas circunstancias, un joven Baltasar cumplió tareas administrativas y de contabilidad en los negocios familiares. Hacia 1882 regresó al Viejo Continente, y en Londres y París, donde vivió, daría rienda suelta a sus vocaciones artísticas, tanto en la pintura como en la fotografía.
Después de permanecer un tiempo en Santander, y resuelto ya a hacerse fotógrafo, se establece profesionalmente en Llanes, en un local en la Plaza de Santa Ana que había albergado el estudio de dos pioneros de la fotografía: Vicente Pérez Sierra, primero, y Macario García Arévalo, después. Durante ese período, que duró apenas cuatro años, hasta 1894, es cuando Baltasar Cue abre su mirada a un universo cercano que hasta ese momento había quedado absolutamente fuera del campo de visión de los fotógrafos profesionales. La genialidad de Baltasar Cue consistió en llevar a su estudio a seres sacados de la marginalidad: músicos ambulantes, mendigos, gente pintoresca y derrotada que despertaba una general simpatía a su alrededor, como Pulientón, Tomai el Colilla, la Nixa, Antón el Ratu o Pepín de la Suela, incorporados a su conocido álbum “Tipos, fiestas y paisajes de Llanes” a modo de friso politeista. De un modo amable, Cue supo trasladar a sus obras la visión de la diversidad humana y de las desigualdades sociales, cincuenta años después de la invención de la fotografía, y situarla ante un ambientado fondo de elegantes decorados creados para encumbrar a los burgueses que solían posar, muy serios, para los retratistas.
Todo esto encierra un indudable interés antropológico. Entre esos personajes entrañables que inmortalizó su cámara, ocupa un lugar destacado Don Adolfito, un trovador gallego de quien cuentan cosas conmovedoras los escritores Ángel Pola y Fernando Carrera. Don Adolfito que era de Santiago de Compostela, acudía siempre a Llanes por primavera, como las golondrinas, con su violín y sus ademanes corteses, dispuesto a dar una serenata a las rapazas guapas que veía por la calle. En el sentir de los vecinos resultaba una figura familiar, perfectamente integrada en la cotidianidad llanisca. Pero un año dejó de venir, seguramente a causa de los achaques de la vejez y la proximidad de la muerte, y se le empezó a echar en falta. Cierto día, un grupo de estudiantes de Medicina en la Universidad de Santiago, entre ellos dos jóvenes de Llanes, iban a empezar en una clase de Anatomía la disección de un cadáver: frente a ellos, cubierto por una sábana, estaba un cuerpo humano; el profesor retira la prenda que lo tapa y los llaniscos reconocen en seguida al muerto: es el trovador que aparecía siempre en Llanes por primavera, como las golondrinas…
El programa del centenario de la muerte de Baltasar Cue, preparado por la Casa de Cultura, incluye conferencias del crítico de arte e historiador de la fotografía Francisco Crabiffosse, del director del Museo del Pueblo de Asturias, Juaco López, y del hispanista norteamericano Lee Fontanella, autor del libro “Historia de la Fotografía en España desde sus orígenes hasta 1900”. Junto a las fotografías de Cue, en la exposición se mostrarán esculturas en madera realizadas por el escultor mierense Llonguera e inspiradas en el álbum del fotógrafo. 

(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA de Oviedo el domingo 21 de enero de 2018)


Enlace con el artículo publicado en LA NUEVA ESPAÑA




II

Tomai el Colilla.

Un pescador y un mar de daguerrotipos

Cuando se tiene un antepasado inmortalizado por Baltasar Cue


HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

Simplemente por azar, o por caprichos del destino, como en el caso de su antepasado Tomai “el Colilla”, la existencia de José María del Rosal Rodríguez está lindando con la iconografía fotográfica de Llanes. Es una proximidad “por tubería”, pero objetiva, familiar y hasta cierto punto determinante.
Este llanisco nacido en 1958, que había estudiado mecánica del automóvil en sus años de Formación Profesional, es el vicepresidente de la Cofradía de Pescadores “Santa Ana” (institución heredera del histórico Gremio de Mareantes de San Nicolás, creado en el siglo XIII) y no ha hecho otra cosa en su vida que ir a la mar. A principios de la década de los 80 se enroló en las lanchas “Long John” y “Don Paco”, de las que era patrón Modesto García San Román, de la familia de “los Xorobines”, y en 2002, adquirió su propia embarcación, la “Virgen de Guía”, que patroneó bastantes años, hasta que la vendió. Está a punto de jubilarse.
Su esposa, Esther García Fernández, que pertenece a una bien documentada estirpe de fotógrafos llaniscos, viene a hacer patente el paralelismo entre Tomai “el Colilla” y José María del Rosal. Es bisnieta de Gregorio García Ovejas, fotógrafo en Comillas a finales del siglo XIX, nieta de José García Arco (“Pepe”), hija de Ramón García Sánchez, que desempeñó su trabajó como fotógrafo de bodas y eventos en el Santuario de Covadonga, y sobrina de José Antonio García Sánchez, autor de la famosísima instantánea del perfil de Cristo, tomada en la costa de Celorio (José Antonio García trabajaba con su padre, Pepe, en el mismo estudio). García Arco, a su vez, era sobrino de Cándido García Ovejas (1869-1925) y nieto del vallisoletano Macario García Arévalo, nacido en Íscar en 1840 y afincado en Llanes, ambos fotógrafos de primera línea. Por si fuera poco, María Luisa García, hija de Cándido y prima de Pepe García Arco, fue en los años 20 la única mujer dedicada profesionalmente a la fotografía en Asturias.
Si Esther está vinculada al sujeto de la fotografía, José María del Rosal lo está al claramente objeto, al objetivo de la cámara. Tomai “el Colilla”, ancestro de su madre, fue inmortalizado por Baltasar Cue Fernández en la célebre carpeta “Tipos, fiestas y paisajes de Llanes”. Era un niño de la calle y se ganaba la vida como limpiabotas. “Este pillastre andaba siempre a la busca de las colillas que arrojaban los elegantes fumadores, y las colocaba con soltura y desparpajo en la comisura de los labios mientras hablaba indolente; no perdía ocasión para sacar los cuartos a despistados o incautos. Emigró a Cuba, donde se labró una posición desahogada, y no se tiene noticia de que regresara”, se nos dice en un catálogo publicado en 1994. Él y los demás tipos marginales retratados en un estudio equipado con un completo repertorio de telones y decorados, responden a un “interés por mirar a los seres humanos que se salen de la vida supuestamente normal” (Juaco López), y vienen a significar “una humanidad al margen, pero admitida y asimilada, que servía de contrapunto a la supuesta normalidad del resto de los mortales” (Francisco Crabiffosse). Con ellos se estaba haciendo sobre el daguerrotipo una suerte de experimento social, ético y estético de nuevo cuño.

El limpiabotas, protagonista de una peripecia vital digna de la atención de los etnólogos más avezados, estará presente en dos obras de la exposición que inaugurará este verano la Casa de Cultura de Llanes para conmemorar el centenario de la muerte de Baltasar Cue: una fotografía del álbum “Tipos, fiestas y paisajes de Llanes” y una escultura en madera tallada por Llonguera. Con el pitillo en la boca, los pies descalzos y la mirada de pícaro cervantino estará listo para el reencuentro con su pariente José María del Rosal, el marinero que encontró su puerto en una familia llena de fotógrafos.

(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA de Oviedo el sábado 24 de febrero de 2018)


Enlace con el artículo publicado en LA NUEVA ESPAÑA




III

Aurora Cue de la Fuente, en 1938.


Una guerra sin perder detalle

Aurora Cue de la Fuente, autora de un diario sobre el Llanes de 1936-1937

HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

Este verano, en la exposición que está preparando la Casa de Cultura de Llanes para conmemorar el centenario de la muerte de Baltasar Cue Fernández, los visitantes encontrarán un pequeño pero sugestivo apartado dedicado a una de las hijas del singular fotógrafo fallecido en 1918: Aurora Cue de la Fuente, quien compartió con su padre la afición a la fotografía y el talento artístico.
De esta dama los llaniscos sabíamos muy poco. Ha sido la novela “Del color del musgo húmedo”, escrita por su sobrina Ana Teresa Suárez Cue y publicada por la editorial Galeón Books el año pasado, la que ha venido a arrojar luz sobre la biografía de Aurora. Gracias a ese libro, que pretende ser un relato fiel a la verdad histórica (aunque, en paralelo, se teje en él una ficción sobre redes falangistas de espionaje), se nos desvelan secretos que ayudan a conocer entresijos y hechos de la dramática vida cotidiana del Llanes de 1936 y 1937.
En la novela de Ana Teresa Suárez Cue, Aurora es Henar, buena cocinera, lectora empedernida y fotógrafa de calidad, que desde el fatídico 18 de julio de 1936 irá anotando a lápiz, en hojas de calendario, todo lo que pasa en la villa (es en esos datos recopilados a modo de diario en los que se basa, en realidad, el libro): desde los avatares de una saga familiar, la narración aporta una visión de la topografía del horror de la guerra fratricida: da cuenta de aviones y barcos, profanaciones y destrucción de capillas y detenciones y asesinatos, si bien, al final, en medio de esa agobiante atmósfera, triunfa el amor, el optimismo y la amistad.
Baltasar Cue Fernández y Aurora de la Fuente García tuvieron ocho hijos: María, Covadonga, Aurora, Ana María, María Luisa, Baltasar, Teresina y Manuel. Vivían en una casa situada en las proximidades de la plaza de Santa Ana. En el desván, entre montones de ejemplares de la revista gráfica “La Esfera”, a la que estaba suscrita, Aurora venía realizando sesiones fotográficas desde mediados de los años 20: preparaba sus focos e improvisaba decorados para retratar a sus hermanas. Con una foto en sepia hecha en 1925 había ganado en Oviedo el primer premio del concurso “Retratos Femeninos”. La  tituló “Mañana clara”, y en ella se ve a una niña (Ana María Goti) que, con el dedo índice en los labios, pide silencio a una muchacha (Teresina Cue de la Fuente) para que no se despierte un bebé que descansa en una cuna junto a ellas. La foto está tomada con una cámara Kodak, patentada en los Estados Unidos en 1902, que podremos ver expuesta en la muestra conmemorativa de Baltasar Cue.

En la Guerra Civil, Aurora manifestó una gran capacidad de observación y el temple del cronista más agudo, que recuerdan el valor testimonial de los escritos del beneficiado de la iglesia parroquial de Llanes Lorenzo Simón González durante la francesada. Desde la galería de su casa, que daba a la playa de Sablín, la hija de Baltasar Cue observaba con sus prismáticos, sin perder detalle, los movimientos que se sucedían en el campo de aviación, allá en la cuesta de Cue-Andrín. Conocía los modelos de aeroplanos y soñaba con poder volar algún día y hacer fotos desde el aire. En el diario quedó reflejado todo: la llegada del primer avión del Gobierno del Frente Popular desde Madrid, el 29 de julio, con los periódicos y la saca del correo; el inicio de las acciones de bombardeo sobre el cuartel Simancas de Gijón; las obras de acondicionamiento del aeródromo; la presencia de pilotos soviéticos; los efectos de la niebla sobre la actividad aérea… Incluso las acrobacias, tipo “looping”, que se aventuraban a hacer algunos pilotos republicanos.  La información de la que hacía acopio diariamente hubiera sido oro molido para el alto mando nacional.

(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA de Oviedo el sábado 28 de abril de 2018)


Enlace con el artículo publicado en LA NUEVA ESPAÑA



IV

Lee Fontanella en el Museo del Pueblo de Asturias de Gijón.
(Fotografía: H. del Río, 2018)


El prójimo como curiosidad

El hispanista Lee Fontanella habló en Llanes sobre el tipismo en la fotografía de Baltasar Cue


HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

Para explicar la mirada de Baltasar Cue Fernández y la respetuosa naturalidad con la que quedaron retratados sus personajes populares, Lee Fontanella (Connecticut, 1941) ha construido un relato enciclopédico, podríase decir. Este hispanista norteamericano, que acudió a la Casa de Cultura de Llanes para dar una conferencia en el centenario de la muerte del fotógrafo llanisco, ha echado mano de variados resortes y argumentos para abordar el concepto del tipismo (no sólo en la fotografía) y el estudio de los tipos humanos en el ámbito del pensamiento occidental. Desde la literatura, la antropología, la sociología, la filosofía, la psicología e, incluso, la “crónica negra”, se apoyó en referentes dispares y complementarios. Cuatro de ellos fueron el griego Teofrasto (discípulo de Aristóteles, que en el siglo IV antes de Cristo representó los primeros intentos de llevar el tipismo a la literatura y de clasificar los diversos caracteres humanos, traducido y retomado en los siglos XVI y XVII), Francis Bacon, Freud y el fotógrafo Joaquín Hernández de Tejada, autor en 1880 de una serie de retratos a bandoleros y criminales, como herramienta de la policía, por encargo del gobernador civil de Córdoba Julián Antero de Zugasti (1).  
Todo ello para focalizar el interés primario en el prójimo y para situar a Cue en la cumbre de la originalidad, pues nadie antes que el llanisco había inmortalizado a seres cercanos, pero marginales, tal cual eran (y viéndolos como individuos más que como tipos). Cue, que abrió así un nuevo camino a la fotografía, manejó el poder de la cámara para pasar de la abstracción a la concreción, y supo ver más allá de la imagen y transmitir una multidimensionalidad, que en el caso de sus retratos de músicos (Torna, Juan de Andrín o el ciego de la zanfona) hace que nos parezca oír la música y la voz de los copleros (2)
Fontanella ha sido catedrático de la Universidad de Texas en Austin y profesor de literatura, cultura española e historia de la fotografía en la Universidad de Worcester (Massachusetts). Todos los años viene a España, invitado a pronunciar lecciones magistrales o a comisariar exposiciones, y en 1981 publicó su libro más conocido: “La historia de la fotografía en España desde sus orígenes hasta 1900”, prologado por Julio Caro Baroja, en el que dedica varias páginas a Baltasar Cue y a la fotografía en Llanes.
Este norteamericano hijo de italianos, que vivió en Madrid durante los años de la “movida madrileña”, tradujo al inglés un libro de Benito Bermejo sobre Francisco Boix, el fotógrafo de Mauthausen, y es autor de la investigación sobre un asesino en serie y caníbal que aterrorizó Nueva York en los años 20 y 30: Albert Fish, conocido como “H. H.”, ejecutado en la silla eléctrica en 1936. Fontanella llegó a entrevistarse con el abogado defensor del monstruo, un nonagenario que aún se mantenía en activo. Una productora cinematográfica le encargó convertir aquel trabajo en el guión de una película. Esta experiencia, sin embargo, le dejaría completamente desilusionado, porque le cambiaron el título y contrataron a un guionista de refuerzo que introdujo cambios en el texto y añadió nuevos personajes. La película, dirigida por Scott L. Flynn, se estrenaría en 2007 en Montreal con el título “The Gray Man”. 
Lee Fontanella es tan enciclopédico como la disertación que ofreció en Llanes. En 1966 fue alumno de Enrique Tierno Galván en la Universidad de Princeton, cuando llevaba ya entonces cinco años sumergido en el estudio de la cultura española. El profesor Tierno, al que veía pasear en solitario por las interminables rectas de la Nassau Street y la Washington Road (en recorridos similares a los que había hecho Albert Einstein en los años 30), acabó de convertirle en el hispanista sin retorno que es hoy.
  

Notas:

(1)     Lee Fontanella fue el segundo ponente del ciclo de charlas programado por la Casa de Cultura de Llanes para conmemorar el centenario de la muerte del fotógrafo Baltasar Cue Fernández (1856-1918). Le había precedido en la tribuna el crítico de arte Francisco Crabiffosse Cuesta y le seguiría Juaco López, director del Museo del Pueblo de Asturias. La conferencia de Fontanella se tituló “Los llaniscos de Cue Fernández. Una historia de tipos y personajes”.


(2)     Fontanella descubrió la obra de Baltasar Cue Fernández en Oviedo, en 1978, gracias al fotógrafo llanisco Nicolás Sobrino Fernández (Nico).


(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA de Oviedo el sábado 22 de septiembre de 2018)


Enlace con el artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA



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