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miércoles, 23 de octubre de 2019

JUAN PEDRO DEL RIO: UNO DE LOS MEJORES JUGADORES DE RUGBY QUE DIO ASTURIAS



OPINIÓN                                                               

La esencia del rugby en un patio de arena

Un llanisco entre las figuras del mítico Colegio El Salvador de Valladolid



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ


En 1960, el sacerdote francés Georges Bernés (Montesquiou, 1921-Toulouse, 2017) creó en el Colegio el Salvador de Valladolid un club de rugby que se convertiría en mítico. De fuerte carácter, el cura era un personaje de película de posguerra. Su esqueleto estaba sujeto a una verticalidad sin concesiones, y su mirada, estrábica y omnipresente, causaba incómodo desconcierto en sus interlocutores. Había llegado a España en 1959 para estudiar las peregrinaciones del Camino de Santiago, y frutode ello publicó en 1961 el libro “Carnet de route d’ un pionnier. Mon pèlerinage à Compostelle”.

En Valladolid, la familia Enciso Recio, dueña del Colegio El Salvador, en la plaza de San Pablo, le ofreció la posibilidad de dar clases. Primero impartiría Gimnasia, pero luego sería también el profesor de Francés. Los equipos de rugby que formó, infantiles y juveniles, entrenaban en el patio de arena del colegio. El uniforme era de rayas horizontales blancas y negras. El proyecto fue creciendo a pasos agigantados.
Bernés compartía el desarraigo (y probablemente también una cierta nebulosa de misterio) que se percibe en los personajes de “Casablanca”. Se había ordenado sacerdote en junio de 1944, en plena ocupación alemana, cuando estaba recluido en un campo de detención, y contaba que los seminaristas introducían las sagradas formas para la Misa ocultas en la suela de las sandalias. Según se decía, había marchado de Francia por discrepancias con el régimen de De Gaulle, al que no perdonaría que hubiese dado la independencia a Argelia.
En un tablón de anuncios, sobre la plataforma de la escalera principal, ponía recortes de “L’ Équipe”, crónicas que intentábamos traducir, con abundantes referencias gráficas a los ases del momento, como Villepreux. Cuando fue nombrado jefe de Estudios, una de sus aportaciones pedagógicas fue inculcarnos la literatura francesa. Mientras comíamos o cenábamos nos leía novelas de éxito, como “Papillon”, de Charrière, mientras pasaba lentamente entre las mesas, en medio de un silencio de refectorio monacal.
La vida para los internos del Salvador era dura y estaba sometida a una disciplina casi militar: formábamos en líneas perfectamente rectas, bajo el control de unos educadores (“inspectores” se les llamaba) deseosos de repartir estopa. Nos sacaban de caminata los jueves por la tarde, a Fuensaldaña, Zaratán o la Fuente del Sol, y de entre nosotros pronto empezarían a emerger auténticas estrellas del rugby, como los hermanos Moriche, Zulet, Gadea Verín, Tabares, Mourenza o Asúa, imprescindibles en la selección nacional absoluta, que después de terminar el bachillerato pasarían a engrosar el equipo del Arquitectura en Madrid, donde continuarían sus estudios y sus hazañas. Lo ganarían todo.

Para entonces, ya había llamado la atención de Bernés el talento de un juvenil -un llanisco nacido en 1957- que jugaba siempre con la cabeza levantada, dirigía el juego de su equipo con maestría y seguía la estela de aquellas figuras. El chaval, potente y elegante, compaginaba el fútbol (fichado por el SAVA Pegaso) y el rugby, con cuyo equipo de El Salvador conseguiría el campeonato provincial. Fue convocado por el seleccionador nacional juvenil y deslumbraría en un partido contra Francia en tierras francesas. La prensa gala le dedicó efusivos elogios. Destinado a suceder a Moriche en la selección absoluta y en el Arquitectura, todo hacía pensar que le esperaba una carrera de ensueño, pero, al poco de su debut con la selección, una grave lesión le apartaría de la alta competición. Aquel jugador, el más destacado que había dado el rugby en Asturias, era Juan Pedro del Río Pérez (mi hermano), que nunca quiere hablar de estas cosas. 

(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el domingo 13 de octubre de 2019).


Fachada del Colegio El Salvador de Valladolid.

Escudo de la institución docente.

Georges Bernés (1921-2017).

Alevines. Juan Pedro, de pie, primero por la izquierda.
Juveniles. Del Río, en el centro de la fila inferior.

Anverso y reverso de la medalla de
Campeón Provincial Alevín de Valladolid (1970)
Convocatoria para la selección ancional, marzo 1976.
Artículo publicado en LA NUEVA ESPAÑA.


Juan Pedro del Río Pérez
   
·        Nació en Llanes (Principado de Asturias) en abril de 1957.
·        Hijo de Pilar Pérez Bernot y de Higinio Gumersindo del Río.
·        Bachillerato en el Colegio El Salvador de Valladolid (1967-1976)
·        Estudió la rama de Publicidad en la Facultad de Ciencias de la Información (Universidad Complutense de Madrid).
·        Fue jugador de rugby (COLEGIO EL SALVADOR) y de fútbol (SAVA PEGASO).
·        Uno de los más grandes jugadores de rugby que ha dado Asturias.

miércoles, 16 de octubre de 2019

UNA INOLVIDABLE REPRESENTACIÓN TEATRAL EN LA ÉPOCA DEL GENERAL FRANCO




Brecht en el Teatro Lara de Madrid

"La resistible ascensión de Arturo Ui", a la medida de José Luis Gómez (octubre, 1975)


HIGINIO DEL RÍO PÉREZ


Estábamos en tercero de carrera en la Complutense. Estudiábamos Periodismo. La Dictadura vivía su última fase. La oposición democrática al régimen del general Franco se organizaba en París y en otras capitales europeas y concertaba esfuerzos y acciones en común…
Todos los sábados íbamos por la mañana al Teatro Real, al concierto de ensayo de la Orquesta Sinfónica de RTVE, y no perdíamos ocasión alguna de ver buenas representaciones teatrales. La que más me impresionó fue «La resistible ascensión de Arturo Ui», de Bertolt Brecht, estrenada por el grupo «Teatro de la Plaza» en el Teatro Lara de Madrid, el 16 de octubre de 1975, en versión de Camilo José Cela. La sala estaba completamente llena de público. 


Era un alegato contra el fascismo y en ella explicaba Brecht, de un modo muy didáctico las circunstancias que hicieron posible el acceso de Hitler al poder en Alemania, en 1933. En aquella inolvidable representación, que marcaría toda una época en la escena madrileña, actuaban José Luis Gómez, Fernando Chinarro, Julieta Serrano, José María Lacoma, Miguel Palenzuela, Alfonso Vallejo, Julián Argudo, Francisco Casares, Francisco Merino, Miguel Nieto, Pedro Miguel Martínez, Antonio Requena, Antonio Canal, Eduardo Calvo, Víctor Fuentes y Eusebio Lázaro.

Música: Hans Dieter Hosalla.
Espacio Escénico: Equipo Crónica.
Dirección: Peter Fitzi, con la colaboración de JOSÉ LUIS GÓMEZ, un actor y director dramático que me deslumbró.




José Luis Gómez García (Huelva, 1940), que se había formado en el Instituto de Arte Dramático de Westfalia, en Bochum, y en la escuela de Jacques Lecoq, en París, realizaría a partir de 1964 sus primeros trabajos profesionales como actor, mimo y, más tarde, director de movimiento, en los principales teatros de la República Federal Alemana.
Después de su papel en “La resistible ascensión de Arturo Ui” completaría su formación en Nueva York con Lee Strasberg, y en 1978 asumiría la dirección del Centro Dramático Nacional, junto a Núria Espert y Ramón Tamayo, y dos años más tarde, la del Teatro Español.

A partir de 1994 centraría su labor en la concepción, gestión y dirección del TEATRO DE LA ABADÍA, en Madrid, donde tuvimos ocasión de disfrutar, precisamente aquel año, de los “Entremeses” de Cervantes, entre cuyo elenco actuaron dos actrices asturianas: Lidia Otón y Rosa Manteiga. La primera había actuado en Llanes en agosto de 1991, formando parte del grupo “Margen”, con la obra de teatro de calle “Toreros, majas y otras zarandajas”, dentro del programa de la Casa Municipal de Cultura. En cuanto a Rosa Manteiga, había pertenecido a la compañía “Teatro del Norte”, de Etelvino Vázquez.









domingo, 6 de octubre de 2019

EL TRÁNSITO A LA DEMOCRACIA EN LOS ASTURIANOS DE MADRID


OPINIÓN                                                               

Un porruano entre la alta política

El espíritu de la Transición en el Centro Asturiano de Madrid


HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

De una tacada, en 2009 fueron bautizadas sesenta y nueve calles de este Llanes expansivo, abocado sin remedio a convertirse en una ciudad en toda regla. Fue una decisión un tanto apresurada, y aunque algunos de los nombres elegidos son dudosamente representativos de los valores locales y no se sabe muy bien en base a qué criterios se incorporaron al callejero, hay otros, en cambio, que hacen justicia a personalidades de verdadero peso, queridas y admiradas, que venían arrastrando un ignominioso olvido (estamos pensando, por ejemplo, en el poeta Ángel de la Moría, 1858-1895, el fotógrafo Cándido García, 1869-1925, y el músico Félix Segura Ricci, fallecido en 1889, para quienes habíamos pedido una calle en un artículo publicado en estas páginas el 20 de enero de 2007(1)). Entre los aciertos ha de contarse también al histórico militante comunista Horacio Fernández Inguanzo (1911-1996), “el Paisano”.

Hubo un tiempo en el que el Centro Asturiano de Madrid, que presidía el porruano Cosme Sordo Obeso (acaso otro personaje con méritos suficientes para dar nombre a una calle) propiciaba encuentros de suma relevancia durante los años de la Transición. No se trataba sólo de los actos del día a día del centro, sino también de una significativa actividad colateral que se producía en el Edificio “Asturias”, sede de la entidad regional, concretamente en un reservado del restaurante “La Fonte del Cai”, en la segunda planta. Sabino Fernández Campo, secretario de la Casa Real, convocaba a personalidades clave del momento, como Manuel Fraga, Alfonso Osorio o Alfonso Guerra (de uno en uno), a discretos almuerzos que no trascendían a la prensa. A aquel restaurante, del que era concesionario el hotelero Amable Concha, irían alguna vez los Reyes de España, normalmente en domingo, en medio de un puente festivo, cuando la capital quedaba semivacía. Con apenas cuarenta y cinco minutos de antelación, una llamada telefónica desde el Palacio de la Zarzuela daba aviso de que estaban en camino los monarcas, e indicaba, de paso, la bodega y la añada del vino de sus preferencias. 
Cosme Sordo ritualizaba con toda solemnidad los actos de entrega de las “Manzanas de oro”, que tanto eco tenían en los periódicos, y no perdía ocasión de atraer a su territorio a protagonistas de la vida política y académica. Con el cadáver de Franco acabado de sepultar, concitaba presencias simbólicas de las dos Españas en el umbral de una todavía incierta era democrática. Para quienes vivimos aquellos momentos será difícil de olvidar una comida celebrada en 1980 en la casa regional, cuando aún tenía su sede en la calle Arenal. Entre los comensales, el presidente del Gobierno asturiano, Rafael Fernández, el propio Sabino Fernández Campo, el pintor Joaquín Vaquero Palacios, el escritor y periodista Juan Antonio Cabezas, el poeta y académico José García Nieto, el periodista José Luis Balbín y varios diputados y senadores del arco parlamentario. Recién estrenada la Constitución del 78, estaba allí una significativa representación de la respetable clase política de entonces, que nada tenía que ver con la de ahora. A los postres, discursos. En un momento dado, dos caballeros se ponen de pie y se abrazan, mientras los demás aplaudimos. Uno, había sido comandante de la Guardia Civil en la implacable persecución de los emboscados; el otro, un irreductible luchador antifranquista. Eran el militar José Antonio Sáenz de Santamaría y el dirigente del PCE Horacio Fernández Inguanzo. Hoy, el recuerdo de aquel gesto de reconciliación y, en general, del espíritu de la Transición contrasta de un modo perturbador con los negros nubarrones que se ciernen sobre la selva de la política nacional. Viendo ahora lo que vemos y oyendo lo que oímos resulta inevitable rendirse a la nostalgia y a la desesperanza. 

(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el lunes 30 de septiembre de 2019)


En la imagen superior, Sabino Fernández Campo, entre la Xana del Centro Asturiano y Cosme Sordo, en la "Quinta Asturias" de Madrid, en 1987.
En la segunda fotografía, de izquierda a derecha, Sabino Fernández Campo, José Antonio Sáenz de Santamaría, Cosme Sordo y Antonio Landeta. Detrás, Plácido Arango y Graciano García.
Sobre estas líneas, el secretario de la Casa Real y el general Sáenz de Santamaría, en la "Quinta Asturias".
(Reportaje fotográfico: H. del Río, Madrid, 1987)