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miércoles, 14 de febrero de 2024

A DOLORES SÁNCHEZ BUERGO, LA GALANA, IN MEMORIAM

 

Intervención poética de Dolores Sánchez Buergo, la Galana, en la sesión audiovisual ofrecida en la Casa de Cultura de Llanes por el fotógrafo Bruno Fernández, el 1 de octubre de 2016. (Foto: Germán Martínez Azumendi). 



"Escribochar" en Pría 



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ


Con tan solo cinco años de edad, la Galana (Dolores Sánchez Buergo, Piñeres de Pría, 1936), ya tenía montado su escritorio y, como dice ella, “escribochaba”. No sabía aún escribir, pero garabateaba y desplegaba sus sueños sobre dos cubetas de abejas, en una solera escondida entre hiedras, naranjales y cañas de bambú. No mucho después, empezaron a mandarla hacer alguna tarea de labranza y buscar comida para las vacas, y a ella, entonces, se le escapaban lágrimas de rabia al verse apartada de aquel rincón de la huerta familiar. (Ya dijo Larra que en España escribir es llorar). 

Su madre, viuda de un maestro nacional asesinado por unos milicianos republicanos en la Guerra Civil, le recitaba poesías que ella memorizaba. A los siete años era capaz de repetir fábulas y versos, poniendo la entonación adecuada. 

En la posguerra, ante la falta de sitios donde poder comprar libretas, la cría aprovechaba el reverso de talonarios usados, de la tejera que tenía su abuelo paterno, Evaristo, en Ceares. Llegado el caso, “escribochaba” también sobre hojas de árboles secas, después de leer líneas sueltas de “La Retórica” de Amable González Abín, que le había regalado una hija del escritor y erudito de Nueva. Tampoco había tinta, y era preciso inventarla, a base de remover tierra húmeda, mezclada con moñigas y mexu del ganado. (Lo terrible era el puñetero olor que dejaba aquella caligrafía de supervivencia).

Una vecina del barrio de la Rondiella, que no sabía leer ni escribir, le pidió que redactara una carta para un hijo suyo que andaba por el mundo y del que hacía años que no sabía nada. Ese mundo, intuido por la mujer como inhóspito y remotísimo, era Salamanca. La Galana, que tenía entonces catorce años, le compuso una misiva en versos, digna de una escritora curtida, y en ella contaba al destinatario noticias de bodas, bautizos y defunciones. A fulano de tal, según aquel relato poético, ya le habían dado de alta en el hospital de Oviedo; la cosecha de manzanas de ese año tenía pinta de ser de campeonato; los abuelos de mengano seguían estando hechos unos mozos, pese a haber cumplido los noventa y tantos; al ‘jiyu’ mayor de citano le habían destinado al Ferral; y, por fin, parecía que el Ayuntamiento iba a arreglar el camino de la iglesia…

Todo lo que vino después quedó resumido, discretamente y sin ningún reconocimiento público, en dos poemarios publicados por la editorial Trabe en 2001 y 2003, respectivamente: “Manoyos escoyíos” y “Goteras d’ orbayu”. Hoy, a sus ochenta años, la poeta labradora cultiva en soledad versos y flores (cinnias, azucenas del Cristo, dalias y hortensias, que luego lleva en taxi a la Casa de Cultura de Llanes, para adornar el vestíbulo), “espantando caracoles”.

Hace unos días, la Galana fue invitada a participar en una sesión audiovisual ofrecida por el fotógrafo vasco Bruno Fernández, cuya exposición “Con vistas al mar”, abierta hasta mañana domingo en el centro cultural llanisco, impresiona en su visión apocalíptica de los bufones de Pría.


    “¡Gigante tremebundo de los mares,
juego de viento y agua!,
¡roncón de omnipotente gaita!”

La voz de la poeta, desgarradora, sonó en un salón de actos sobrecogido por imágenes y palabras hechas espuma y mar.


(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el sábado 15 de octubre de 2016). 




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