En 1994 empezaron su proyecto “Hierro vivo”, al que siguen entregados, y en 1999 participaron en un taller de escultura impartido por Martín Chirino en la Fundación Botín de Santander. A estas alturas contabilizan en común obras repartidas por muchos lugares, como “El Estudiante” (1995), en el Campus de Humanidades de la Universidad de Oviedo; “Esperanza” (1999), escultura móvil eólica inaugurada por la Reina Beatriz en la localidad holandesa de Wijk aan Zee; “Trilobite” (2001), en los jardines del Centro de Escultura Museo Antón de Candás; “Con tempo” (2002), una intervención en el casco histórico de Llanes que supuso la colocación sobre el empedrado de 93 placas de metal, en las que figuran frases extraídas de poemas de Celso Amieva; “Lluvia” (2003), en el patio de la Casa Consistorial llanisca; o “Domus” (2006), pieza triplicada que se muestra en espacios públicos de tres localidades hermanadas: Llanes, Adeje (Tenerife) y Tías (Lanzarote).
Su vida está centrada en el taller de fragua de la casa en la que residen, en la localidad de Barro, donde doman materia incandescente, despliegan repertorios y conjugan formas y lenguajes que asemejan movimientos de la naturaleza. Sus obras de gran formato están concebidas para interactuar con el entorno (lo que resulta evidente en la exposición “Cardumen”, presentada el mes pasado en el Centro de Arte Contemporáneo de Villapresente, en Reocín, Cantabria); al propio tiempo, dan forma a sutiles trabajos de escala más pequeña, en los que combinan el hierro con la madera y la cerámica.
El mejor conocedor del quehacer de la pareja, el crítico Ángel Antonio Rodríguez, ha pergeñado las características esenciales en la obra de ambos: la transmutación del hierro en metáforas; la visión poética de lo matérico; la maleabilidad; el equilibrio con el espacio circundante; la sugerencia de introspección; saber leer la materia y ponerla en contraste con referencias morfológicas y constructivas.
Escultores y herreros, artistas y artesanos, Antonio y Mercedes aúnan vanguardia y tradición, y cada vez son más reclamados desde fuera del Principado. Recientemente, les fue encargada la restauración de la verja del antiguo cementerio de Comillas, en cuyo centro se conservan las ruinas de un templo gótico, un espacio histórico que había sido reformado en 1893 por Doménech i Montaner. El arquitecto catalán agrandó el camposanto, lo rodeó de una cerca de mampostería, escalonada para adaptarse al terreno y rematada por pináculos, y diseñó para el arco de entrada una monumental verja modernista, en la que resalta la simbología cristiana. Esa es la pieza que acaba de restaurar Sobrino. En la tarea invirtió dos años, a lo largo de los cuales compuso y ensambló un puzzle de 1.300 elementos nuevos de hierro forjado, idénticos a los originales. Pura orfebrería.
(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el viernes 12 de enero de 2024).
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