OPINIÓN
Tuve ocasión de entrevistarle una vez, en septiembre de 1987, por encargo del director de HOJA DEL LUNES de Oviedo, Juan de Lillo, dentro de la serie de entrevistas que hacía yo desde Madrid para la última página del semanario editado por la Asociación de la Prensa. El jefe de Comunicación de la embajada de Alemania, Andreas von Mettenheim, nos dejó a solas en un salón, y Brunner, que había sido ya dos veces jurado de los Premios Príncipe de Asturias (en 1985, del de Comunicación y Humanidades, y en 1986, del de la Concordia), fue respondiendo a mis preguntas sobre los desafíos de la región asturiana en la CEE y la dramática urgencia de renovar o reinventar el tejido industrial. “Se tienen cuadros formados, y esto es un potencial humano de enorme valía. Hacer posible la renovación resulta más fácil cuando se dispone de esos cuadros”, me dijo, quitando hierro al asunto.
Después de aquella entrevista, el embajador formaría parte del jurado de los Premios Príncipe de Asturias (en el apartado de Cooperación Internacional) en cuatro ediciones más.
Nacido en el barrio madrileño de Chamberí, de madre salmantina, aquel hombre sabía lo que es asumir altas responsabilidades: había sido jefe de la delegación alemana en la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación de Helsinki (1973) y comisario de Energía, Ciencia e Investigación de la Comisión Europea (1977-1981). Embajador en España desde 1982, su trayectoria vital discurrió ante un telón de fondo de abrumadora intensidad, entre las heridas de la vieja Europa, todavía sin cicatrizar, y la resurrección de Alemania.
Guido Brunner, cuyo padre pertenecía al servicio diplomático de la República de Weimar, se crió en Madrid y Múnich. Después de la guerra hizo la carrera de Derecho en la villa del Manzanares y amplió estudios en Baviera. En 1958 se casó con Christa Speidel Stahl, hija de Hans Speidel (1897-1984), un soldado de largo recorrido (oficial de las tropas del Káiser en la Primera Guerra Mundial, alto cargo de la Wehrmacht en la contienda siguiente y renovador del ejército de la República Federal fundada en 1949), del que se traza un convincente retrato en la película “Rommel” (2012), de Nikolaus Stein von Kamienski. En junio de 1940, como jefe del Estado Mayor alemán en Francia, Speidel organizó la famosa y única visita que hizo Hitler a París en toda su vida. Más adelante, sería estrecho colaborador de Rommel y, ya ascendido a general, participará en el complot contra el führer, en julio de 1944. Fue detenido por la Gestapo y encarcelado, pero consiguió escapar de la prisión poco antes de la capitulación de Berlín. Luego, en la Guerra Fría, asesoraría al canciller Adenauer, contribuiría a la creación de la Bundeswehr (el ejército de la República Federal) y sería nombrado comandante supremo de las fuerzas terrestres de la OTAN en Europa Central.
Con todo ese relato a sus espaldas, Guido Brunner hizo una brillante carrera europeísta, empañada en su etapa final por el cobro de comisiones ilegales de la SEAT. Murió en Madrid, a los 67 años, abatido por un cáncer y, probablemente, también por la tristeza.