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domingo, 8 de noviembre de 2020

TETSUO HIRATA: UN PINTOR JAPONÉS EN LLANES

Tetsuo Hirata, entre sus colegas Alfonso Iglesias, a la izquierda, y Jesús Palacios.

                                                       

EL JURAMENTO DE LOS KAMIKAZES


HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

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La captación de turistas japoneses en Asturias no pasa de ser una anécdota, sin huella en los registros estadísticos. En el siglo XXI no hay más remedio que seguir atribuyéndola a la casualidad, igual que cuando aterrizó en Llanes un pintor de Tokio llamado Tetsuo Hirata, hace más de treinta años. Para los chavales que jugábamos al fútbol en el Sablín, aquel personaje de Kurosawa, hospedado en casa de Tonina “la Pita”, representaba la nota más exótica que nos podíamos echar a la cara después de ver “El puente sobre el río Kwai”. (Hirata, que pintaba magistralmente rincones del puerto con lanchas en reposo, ponía a secar chicharros en el tendal, para comérselos según las costumbres ancestrales de su honorable país, pero terminaría aficionándose a los huevos “a la ranchera” del bar de Elvirina y a la rúbrica del café, copa y faria. La fascinación que despertaba entre la rapacería llegó a cotas insospechadas cuando nos enteramos de que en 1945 había hecho el juramento de los kamikazes y de que se había librado por poco de entrar en combate contra la flota de Truman. Su pasajera presencia y las excelentes exposiciones de óleos que presentó en la Casa Consistorial y en el Hotel “Don Paco” ya forman parte de la memoria colectiva llanisca).
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(Del artículo "Asturias sin japoneses", publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el viernes 5 de julio de 2002). 


EN CASA DE TONINA "LA PITA"

HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

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Se llamaba Tetsuo Hirata, y pintaba muy bien. Apareció un día a principios de los años 70, y alquiló una habitación con derecho a cocina en la vivienda de Tonina “la Pita”, frente a la Rula. Supo encajar aquí y saborear nuestros aires veraniegos a lo largo de varias temporadas. Nos llamaban la atención sus rasgos faciales (sólo habíamos visto asiáticos en las películas de Fu Manchú) y nos fijábamos en cómo recorría con su caballete el muelle y la Barra. En silencio, con una sonrisa de cortesía oriental, permitía que nos situáramos a su lado, junto al morro del Sablín, para admirar los trazos sueltos de sus pinceles y la calidad de sus acuarelas, pobladas de colores suaves y lanchas en reposo.

Compraba en “La Pilarica” queso, chorizo o jamón y bollos de pan, y la dulce Pilar Pérez Bernot, dueña de aquella tienda de comestibles de la calle Mayor, le preparaba y envolvía los bocadillos para llevar. Otras veces, Tetsuo entraba en la cercana pescadería de Josefa, la de Carrandi, y adquiría media docena de fanecas, que luego ponía a secar en el tendal de Tonina, sobre un manto de plástico, para comerlas crudas al modo de la gastronomía nipona.

Pero no tardaría mucho en adaptarse a los tranquilos veranos llaniscos de entonces. Empezó a frecuentar los chigres y pedir el plato del día. Disfrutaba como un verderón. La fabada, el tinto, el café, la copa de Soberano y la faria entraron a formar parte de su cosmovisión de artista. Yo creo que tan sólo le faltó aprender a jugar al tute y cantar asturianadas del Presi.

Después llegamos a saber de él que durante la Segunda Guerra Mundial había pertenecido a una unidad de aviadores kamikazes, y que estuvo a punto de entrar en acción en el Pacífico, pero se libró por los pelos cuando Japón firmó la rendición ante Mac Arthur. También supimos que, tras la contienda, se había hecho profesor de Pintura en un instituto de Tokio. 

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(Del artículo "Invitación al harakiri", publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el martes 26 de febrero de 2013). 

Hirata, con Jesús Palacios de la Vega.

1 comentario:

  1. Tetsuo Hirata me enseñó, allá por 1978, que, en ocasiones, las cosas son más sencillas de lo que parecen.
    Era yo uno de aquellos chiquillos y adolescente que, con el previo permiso del maestro Hirata, observábamos extasiados su manejo de los pinceles en el puerto o la barra de Llanes.
    En una de sus exposiciones, me arme de valor y le pregunté:
    -¿Por qué pinta Ud. siempre las barcas con la marea baja, recostadas sobre la arena? ¿Tiene alguna relación con su sentido de la vida?
    Tetsuo sonrió muy levemente, y respondió, lleno de sinceridad:
    -No. Es que si hay agua se mueven y entonces es más difícil pintarlas.

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