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jueves, 9 de julio de 2020

MIGUELÍN PURÓN, BOLERAS Y BOHEMIA


Miguelín Purón, a la derecha, en 1939.
(Archivo de H. del Río). 

OPINIÓN                                                               

Miguelín no tiene bolera



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

Miguel Purón Corral (1910-1957), natural de Noriega (Ribadedeva), apuró la vida hasta el último sorbo. Excelente jugador de bolo palma -dos veces campeón de Asturias-, trasnochador y bebedor y, sin embargo, prototipo de hombre tranquilo. Respetuoso y querido por todos, bohemio, generoso, juerguista y célebre como él solo, pertenecía a una acaudalada familia de indianos, propietaria de una casa solariega del siglo XVIII. Nunca tuvo necesidad de trabajar.

“Miguelín: tienes aquí un agujero pendiente”, le recordaba una tabernera muy flamenca, que reclamaba el pago de una deuda.

“No te apures. Tengo un asuntu entre manos, que como salga derechu, el primer juracu que tapo es el tuyu”, respondía él, sin malicia, desde el meadero.

Roín y con cara de ratón de Disney, su peculiar modo de vida llamaba la atención, y todos eran a aconsejarle paternalmente:
“Duermes muy pocu, morenu. Estás acabando contigo”, le advertían.
“No es que duerma pocu. Lo que pasa es que duermo muy deprisa”, contestaba.
“Eres un casu, Miguelín. Con la de camas que tenéis en la casona de Noriega, y te da por pasar las noches como un vagabundu”, sermoneaba la dueña del “Bar La Gloria”, cuando le veía aparecer por la mañana.
“Y qué quieres, ¿que las traiga conmigo a cuestas...?”, replicaba él, tiznado hasta los ojos después de pernoctar en un vagón de FEVE.
Miguelín es uno de los personajes que impregnaron el siglo XX llanisco. Le gustaba cerner, y se sentía libre como un chimborru. Cogía el tren a Santander, corría una juerga que duraba semanas, y cuando se le agotaban las perras enviaba a casa un telegrama:
“Mandar dineru, por ampliación del negociu”
Los mensajes a su familia parecían dictados por un bandolero de Sierra Madre:
“Manden el dinero urgentemente, o devuelvo cadáver”.
La estela de su bondad etílica, insomne y solidaria, y el recuerdo de sus ocurrencias de filósofo de chigre siguen vivos en todas las boleras de Cantabria y de la Asturias oriental.
Pero, sorprendentemente, en la villa de Llanes ya no quedan boleras, que es tanto como decir que en Galicia se volatilizaron los gaiteros. Intentando remediar la situación, un grupo de llaniscos anda removiendo Roma con Santiago, y, más que la actitud de las autoridades, lo que debería preocupar a esos románticos es la indiferencia que muestran las nuevas generaciones ante este deporte milenario. Hemos perdido todas las boleras que teníamos: la de la Vega de La Portilla (monumento cumbre, verdaderamente), la del Cueto Alto, la de la plazuela de la Magdalena (que era exclusiva de mujeres), la cubierta de la Calle de San Agustín, la de “la Bombilla”, la del Bar Palacios, la de Titi Patiño “el Herrador” (detrás de las Escuelas)... Sólo nos quedan las expresiones lapidarias de Miguelín Purón. “Manden dineru, por ampliación del negociu; envíen la plata, o devolvemos cadáver” son frases que podríamos telegrafiar ahora en la reivindicación de la bolera, sabedores de que la muerte de las buenas tradiciones es uno de los negocios más calamitosos. 

(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el miércoles 21 de agosto de 2002). 

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