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viernes, 20 de marzo de 2020

PEPÍN, EL DE "LA GLORIA": AVENTURAS DE UN CHIGRERO JUBILADO (2)

OPINIÓN                                                               

Clases de tenis, individuales y en grupo

Jubilados o en activo, muchos chigreros son incapaces de separar su trabajo de sus sueños



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

Hay un chigrero en Llanes que está disfrutando como pocos de la merecida jubilación. No parece obsesionado por descubrir ciudades y países echando mano de los ‘crediviajes’, sino que se dedica a redescubrir y saborear el mundo minimalista que tiene alrededor. Llama la atención la serena luminosidad que le ha quedado en el semblante. Más que andar, ahora sobrevuela la acera, como si los pies planos y los callos del jodido empeine hubieran dejado ya de jeringarle para siempre. Nada de excursiones del Imserso; nada o muy poca tele, y ni hablar del peluquín de Pilates o de yoga. No necesita nada de eso. Sencillamente, está disfrutando en plenitud de las pequeñas cosas que le habían sido vedadas a lo largo de los 53 años que estuvo atado a la barra de un bar. Ahora ha vuelto a saber ver cómo crece la hierba y a fijarse en las noches estrelladas y a contemplar la mar sin llevar puesto el reloj.

La vida del chigrero camina ahora más unida que nunca a los poemas de Gabriel y Galán, que él solía recitar al servir los vinos. Acaso esté sintiendo algo parecido a lo que le pasó a un señor de Boquerizu del que nos hablaba. Aquel hombre, que no había hecho en su vida otra cosa que trabajar sin descanso, y al que veía muchas veces pedalear camino del jornal, cayó una vez de la bicicleta por culpa de un coche, y cuando fueron a auxiliarle soltó desde el suelo una frase memorable: “No os preocupéis y dejarme aquí tranquilu un ratu, saboreando la caída”.
A groso modo, la jubilación pudiera aproximarse a eso: a una caída saboreada sobre la hierba. El retiro de este chigrero, sin embargo, presenta el inconveniente de no haber conseguido aún desconectarse, digamos mentalmente, del disco duro de los años en activo. Tiene la mente tan empapada de episodios de chigre, de rostros de chigre, de sonidos y cotidianidades de chigre, que todo esto se le cuela entre los sueños. La otra noche soñó que iba con su esposa a comer tranquilamente en un restaurante de Colombres. El local estaba a rebosar, y todo marchaba bien hasta que él reparó en un detalle dramático: allí no había cocineros ni camareros. “Hay que hacer algo”, le dice entonces a su mujer, asumiendo la gravedad de la situación. “Qué dirá esta gente, que nos conoce de Llanes. No tengo valor para dejarles así. Métete en la cocina a prepararles algo mientras yo anoto las comandas”. Figúrense ustedes.
Los sueños que invaden sus noches rara vez son pesadillas (tan sólo secuelas imborrables de un duro trabajo), mas a veces Stephen King desbanca en ellos a Gabriel y Galán. Es mucho lo que tiene sufrido este hombre, de modo que no nos extraña que algunos sueños lo coloquen ante escenas inquietantes: era invierno. Ya había pasado el último tren, y en el local quedaba un puñado de caballeros sin la menor intención de arrancar. De pronto, entra un sujeto blasfemando (un elemento de mucho cuidado, ya fallecido), y esta aparición perturbadora viene a abrir viejas heridas. El chigrero acude presto a la cocina para alertar a su mujer. “Lo que nos faltaba para el duru: está aquí Fulano... ¡Pero no decían que esti cabrón se había muertu!”
Lo peor de todo es que en el centro de la puerta de lo que fue su establecimiento hay ahora un letrero que podría empañar el crédito de ese templo de la gastronomía llanisca: donde antes ponía “Callos, especialidad de la casa”, ahora está colocada una octavilla desconcertante que anuncia: “Clases de tenis, individuales, grupos (todas las edades)”. Cuando se lo contaron el otro día en la calle, el jubilado no pudo evitar sentirse tocado en su profesionalidad: “¡Qué desprestigiu para un chigreru de toda la vida!”, acertó a decir en voz baja. 

(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el viernes 4 de noviembre de 2011).


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