Eros y lucha de clases
Con Pepín el de La Gloria cualquier rincón es bueno para hacer una tertulia
HIGINIO DEL RÍO PÉREZ
Egoístamente, hubiéramos deseado que Pepín Sánchez Inclán, el de La Gloria, siguiera al pie del cañón medio siglo más. Han pasado ya siete años desde su jubilación y su histórico bar de Llanes permanece cerrado, despertándonos la añoranza de los buenos momentos vividos allí. A él quizá le pase otro tanto, aunque nos consta que acabó su vida activa hasta el gorro, tras cincuenta y dos años detrás de la barra, pero tiene tan metida a La Gloria en lo más hondo de su ser que la jubilación, en su caso, es sólo relativa (por lo menos mentalmente):
- “¿Queréis creer que sigo soñando con el bar…?”, nos decía el otro día. “Sueño que el comedor está llenu hasta los topes y que sale Isabel de la cocina y me dice de prontu que sólu queda lomu y patatas… ¿Pero, Isabel del alma, cómo le vamos a dar a esta gente sólu lomu con patatas?, le digo… ¡Un sufrimientu!”
Pepín no sería el mismo sin estos desvelos oníricos, o sin los pies planos, o sin el jodido empeine que viene esclavizándole toda la vida, calce el zapato que calce. Le vemos poco, como si viviéramos en países distintos, y cuando tenemos la dicha de encontrarnos con él, dondequiera que sea, se improvisa al instante una tertulia como las que se hacían en aquel chigre de la calle de la Estación, hermanado con los vaivenes y los horarios de los trenes en los días de mercado. “¡Qué bien te vemos Pepín! ¡Pareces un señoritu!”, le dice siempre alguien, dando paso así a un cónclave que en seguida alcanza el quórum:
- “Más vale un marinero / con el remito en la mano / que cincuenta señoritos / por el muelle paseando”, salta a continuación Javier González Tamés, tertuliano de Celorio, lanzando al mundo un alegato proletario en forma de canción. Lo que canta es, ni más ni menos, el estribillo verde y rojo de una coplilla llanisca que entonaba a menudo el difunto Cuteo (Fabián Abello, empleado muchos años en la imprenta de El Oriente), y que compendia a su manera, a escala del Riveru, las tesis de Marx y Engels.
Igual que antes, cuando estaba abierta La Gloria (en los tiempos, no muy lejanos, en los que tomaba la palabra en aquel hemiciclo gente irrepetible, como el taxista Ramón el de la Bolera, Cosmín Menéndez, Juan Junco “Chaparru”, Manolo Melijosa “el Parru” o Carlinos el de La Sirena), los debates multidisciplinares se arman ahora en derredor de Pepín para abordar, al fin y al cabo, las cosas de las que se ha venido hablando siempre: el drama de la existencia, el instinto de supervivencia, la explotación de unos hombres por otros, el precio de la leche, la liga de fútbol en Primera y Segunda División y las mujeres bandera que quitan el hipo. También sale a colación la corrupción política y económica de cada día, y Pepín, en estos casos, tiende a desdramatizarlo todo utópicamente, a la luz de la poesía de Gabriel y Galán: “Nadie huelga ni vocea, nadie injuria ni guerrea, nadie manda ni obedece, nadie agarra el grano de oro que al tesoro pertenece”, nos recita de memoria.
En medio de un general propósito de tomarse las cosas con humor (eso que no falte), es recurrente la evocación del Llanes de antes, de aquellos tiempos de diferencias sociales abismales, en los que lo único que igualaba a ricos y pobres eran los frecuentes apagones de luz durante el invierno. En tales trances, por cierto, según recordaba un tertuliano la semana pasada, el hombre clave era Amable Cantero Vallado, encargado de Electra Bedón, cuyas oficinas estaban en la misma acera de La Gloria. Discreto y eficaz en el cumplimiento de su deber, Amable comía allí a diario. Una vez, en plena avería general del tendido eléctrico, recibió la angustiosa llamada de socorro de una mujer:
- “Estoy apuradísima. No tengo p’ apañame na más que una triste vela. ¡Mándame un hombre lo más prontu que puedas!”