OPINIÓN
Resiliencias para cuando vienen mal dadas
La colaboración cultural entre ciudades, una opción más allá de la competencia
HIGINIO DEL RÍO PÉREZ
En el actual proceso de refundación
del capitalismo la creatividad parece que va ligada claramente a lo económico. Hace
ahora un año que Gijón acogió el importante seminario “Resiliencia y
resignificación. La transformación de la gestión de las culturas de
proximidad”, que giró en torno a las posibilidades de colaboración entre
Bilbao, Santander y la propia villa de Jovellanos, y en el que se habló mucho
de la creatividad (un mantra para enfrentarse a los problemas) y de la cultura
como elemento de desarrollo económico y de regeneración urbana.
Se contempla la cultura como un factor
que contribuye a hacer más habitables las urbes y como energía transformadora
de sociedades e individuos, y la colaboración que buscan en este campo las tres
ciudades (un proyecto denominado “Tan cerca”) se basa en la proximidad
geográfica y aspira a una cercanía conceptual en la que se sientan implicados los
agentes y las instituciones de las comunidades autónomas respectivas. El
objetivo es recomponerse, ponerse en pie, dar entre todos respuestas a la
crisis, de modo que el término “resiliencia”, que se refiere a la capacidad de
superar circunstancias adversas, viene como anillo al dedo y complementa el
concepto de creatividad. Quizá tenga esto algo que ver con el hecho de que el
capitalismo (como señaló Arturo Rubio Arostegui, uno de los ponentes) se ha
dado cuenta ya de que el conocimiento, los procesos de innovación y los
análisis de datos valen más que el petróleo.
En el seminario de Gijón se barajaron valiosas
ideas. Verbigracia, la de la desubicación del Estado en la política cultural. En
el caso español,
el Estado (que es excesivamente grande para lo local y demasiado pequeño para el
mundo globalizado), se arroga un protagonismo y un intervencionismo excesivos,
pese a que es en las ciudades donde se registra el porcentaje más alto del
gasto público en cultura (en torno a un 55 por ciento, frente al 30 de las
comunidades autónomas y el 15 del propio Estado). El Estado, apuntó Alfons
Martinell (voz que clama en el desierto, pero imprescindible en cualquier curso
de gestión cultural que se precie), debería fomentar que el producto cultural que
surge en una comunidad autónoma pueda llegar a otras comunidades. “Hay que
inyectar dinero para la circulación, para la colaboración y la interrelación”, insistió.
Otra sugerencia expuesta en el
encuentro fue la de la reformulación de la capacidad de mediación del sector
público, que deberá ser “más inteligente”, diverso, descentralizado, colaborativo
y dispuesto a resignarse a perder el monopolio y a desarrollar nuevos modelos
de cooperación público-privada (Félix Manito Lorit).
Se habló también de la cultura como
factor de sostenibilidad de las ciudades, como recurso simbólico ante la crisis
de la industria en el escenario de la interculturalidad. Las
estrategias de la política cultural ven la diversidad como un gran valor para la
creatividad (en Barcelona se hablan más de cuatrocientas lenguas; nunca
estuvieron tan cerca modos de vida tan dispares), aunque se den conflictos,
desigualdad y exclusión social. En los colegios de cualquier capital española el
paradigma de la igualdad choca con la realidad de la diversidad cultural, sin
que los profesores, que se ven sobrepasados, dispongan de herramientas
adecuadas ad hoc.
De la idea de la “ciudad creativa”, en
todo caso, se pueden apropiar especuladores y oportunistas de la burbuja inmobiliaria.
Al discurso dominante le cuesta renunciar a la “monumentalización” de gigantescos
equipamientos culturales (las catedrales del presente), que, en competencia
entre unos lugares y otros, quieren ser referencias supramunicipales o suprarregionales,
aunque carezcan de base social y no respondan a necesidades reales.
(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA de Oviedo, el sábado 1 de diciembre de 2018)
No hay comentarios:
Publicar un comentario