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domingo, 16 de septiembre de 2018

MANUEL DÍEZ-ALEGRÍA: LA BIOGRAFÍA DE UN MILITAR CLAVE EN LA HISTORIA DE ESPAÑA


                
OPINIÓN                                                               

 Un militar en la trastienda de la Transición

Pablo González-Pola publica la biografía 
del general Manuel Díez-Alegría



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

Stanley Payne, en el prólogo del libro “Preparando la Transición. El general Manuel Díez-Alegría” (1), de Pablo González-Pola, reflexiona sobre el desproporcionado papel jugado por el estamento castrense en la España de los siglos XIX y XX. Habla de la “tradición pretoriana”, que es algo de fácil enquistamiento cuando la sociedad civil se muestra débil (y que los políticos “incapaces de ganar el acceso al poder por otro modo que la intervención militar armada” han invocado repetidamente), y ve en Franco la expresión más patente del pretorianismo español.

Lo más interesante del prólogo está en su mirada retrospectiva a los años finales del Régimen del 18 de julio, cuando mucha gente tenía claro que el sucesor designado, Juan Carlos, pensaba poner en marcha un proceso democratizador. La cuestión era saber si el ejército iba a permitirlo, y ahí, precisamente, es donde anticipa Payne la grandeza de la figura de Manuel Díez-Alegría, que en las páginas siguientes se verá desplegada por González-Pola en un relato apasionante. El general llanisco (precedente de Gutiérrez Mellado, al que tuvo bajo sus órdenes), fue el alto mando militar que más se esforzó para que sus compañeros no malograsen los planes del Príncipe. Nadie había dado más argumentos que él para la modernización y la profesionalización de las Fuerzas Armadas (su libro “Ejército y Sociedad” se había publicado en 1972), razonando la no intervención de los militares en la vida política y la subordinación de éstos al poder civil. No dudaba que España estaba preparada para la democracia y que la sucesión en la persona de Juan Carlos, “debía conducir a tal fin”, afirma el prologuista.
A la abundante bibliografía sobre la transición, que bien merecería la pena de que fuese consultada por la indocumentada clase política actual, le faltaba una biografía de este calibre, redonda, sin titubeos, que explora trastiendas insospechadas y da claves para entender mejor uno de los períodos más interesantes de la historia de España.
A Díez-Alegría, nacido en Buelna en 1906 y fallecido en Madrid en 1987, todos lo veían como el principal “liberal” de la jerarquía militar. El libro de González-Pola empieza con un duelo en las Cortes, en 1971, con motivo del debate sobre el proyecto de ley de la objeción religiosa al servicio militar: a un lado, el general llanisco, jefe del Alto Estado Mayor desde 1970, en defensa del proyecto; frente a él, Blas Piñar, absolutamente en contra. La proposición de ley salió adelante, pero la agria pugna entre el soldado y los ultras no pararía ahí, ni mucho menos, y al final se decantaría a favor de éstos, pocos años después.
El general (al que muchos insistían en atribuir una aureola equivalente a la de Spínola en Portugal a la caída de la dictadura salazarista), recibe en 1974 una inesperada invitación de Ceausescu para visitar Rumanía (país con el que España no tenía relaciones diplomáticas). Don Manuel, que sabía de sobra lo bien que se llevaban el tirano rumano y Santiago Carrillo, sospecha al instante que en aquel gesto de hospitalidad hay gato encerrado. Informa del asunto al presidente del Gobierno, Arias Navarro, y al ministro de Asuntos Exteriores, Cortina Mauri, y éstos le dan la autorización, pues interpretan que se trata de un mero viaje de turismo. Ya en Rumanía, acompañado de su esposa, Conchita Frax Arias, y entre visitas a monumentos y estuarios, Ceausescu deja entrever, en un momento dado, el encuentro “sorpresa” que le tenía preparado. Ante la encerrona, Díez-Alegría hace un hábil regate y el cara a cara con el secretario general del PCE no llega a producirse.

"LA COBARDÍA Y DESLEALTAD DE TIPOS COMO ARIAS NAVARRO Y CORTINA MAURI"

Para cuando regresa a Madrid ya ha alcanzado el Pardo una ola de sospechas y especulaciones en su contra. Los inmovilistas intensifican su presión para que sea destituido en la jefatura del Alto Estado Mayor. Desbordados por la situación, Arias y Cortina no se atreven a admitir que habían autorizado el viaje y mienten, con lo que Franco, finalmente, firma el cese. Estos hechos los contaría después el militar llanisco a su hijo Fernando, en una carta en la que lamenta “la cobardía y deslealtad de tipos como Arias y Cortina”.    
Al militar llanisco, en una entrevista que le hice en 1983, al pie del hórreo de su casa de Buelna, le había preguntado yo por sus memorias. “No me gusta hablar de este asunto porque huele un poco a puchero de enfermo”. (…) “Quizá revelen hechos que no se saben, porque muchas de las cosas de la vida ocurren entre bastidores. Pero no voy a desnudar a nadie. Yo no ataco nunca. No pienso atacar a nadie en mis memorias. Comprendo las razones de todo el mundo, aunque no sean siempre correctas”, me dijo. Manuel Díez-Alegría no llegó a terminar de escribir su esperada autobiografía, pero Pablo González-Pola, periodista, profesor universitario y teniente coronel en la reserva, ha tenido acceso a un rico archivo familiar y ha recuperado así secuencias esenciales e inéditas de la Transición.


LA AMISTAD CON EL JEFE DE LA C. I. A.

En esas memorias que quedaron en el tintero seguramente ocuparía un lugar preeminente el militar norteamericano Vernon Walters. Para los observadores y analistas de la política durante los años del tardofranquismo, ser amigo de Walters, el todopoderoso jefe de la CIA entre 1972 y 1976, asesor de siete presidentes de Estados Unidos, añadía a la relevancia de Díez-Alegría una dimensión no exenta de cierto morbo. El insigne militar no sólo era bien visto por la oposición democrática, de cara a asumir un potencial protagonismo político, sino también en Washington, y eso se podría incluso relacionar, imaginativamente, con los supuestos intereses de la Casa Blanca en favorecer la consolidación en España de una democracia parlamentaria, que conjurase el riesgo de una radicalización populista o revolucionaria de izquierdas, susceptible de poner en peligro las bases del tío Sam en suelo español y el equilibrio mundial en beneficio de la Unión Soviética. Había conocido a Walters en Brasil, donde ambos coincidieron en misiones diplomáticas (Díez-Alegría fue allí agregado militar en la Embajada de España de 1946 a 1952). Cuenta González-Pola que la estrecha amistad entre ambos duraría toda la vida. “Dick”, como le llamaba don Manuel, le enviaría una carta muy significativa con motivo de su cese en la Jefatura del Alto Estado Mayor, y en ella Walters concluía con estas palabras: “Un abrazo de solidaridad y amistad del viejo amigo y compañero que sabe los inmensos servicios que has prestado a España, al Ejército y al mundo libre”.
En sus memorias inacabadas habrían quedado reflejados también episodios de la Guerra Civil. De aquélla, era teniente. En julio de 1936 llegó a Asturias para pasar las vacaciones de verano, después de aprobar el primer curso en la Escuela Superior de Guerra. Le sorprendió el golpe de Estado en Barro y pasó 418 días en total oculto en una casa de la localidad. Un día, fue localizado por un grupo de milicianos capitaneado por el pescador Ramón Quiroga Asueta, y ahí pudo haber terminado todo para él, pero Ramón, hermano de Fina la Quiroga (que regentaría después de la guerra la confitería Noga en Llanes, frente al parque de Posada Herrera) y de María la Quiroga (legendaria cuidadora de la playa del Sablón), no le detuvo, y con eso le salvó seguramente la vida. El joven oficial se incorporaría en septiembre del 37 al Ejército de Franco, con un informe favorable del general Dávila, en el que se decía de él que era “entusiasta del Movimiento Nacional” y que había intervenido en Madrid “en algunos trabajos para la preparación del Alzamiento”.
Al margen de la gran historia reconstruida tan sugestivamente por González-Pola, puede que perdure en la memoria de muchos llaniscos un bagaje de vivencias personales vinculadas a Manuel Díez-Alegría. En lo que a mí respecta, me queda el recuerdo de aquellos días en los que, de crío, le veía comprar en la tienda de ultramarinos “La Pilarica”, de mi madre, Pilar Pérez Bernot (unas veces con su esposa, Conchita, y otras, él sólo a recoger el pedido), y su imagen en impermeable, “choclando”, entrando en el patio de butacas del “Cinemar” a la luz de la linterna del acomodador, con el No-Do ya empezado. Le tocó sentarse a mi lado, aquella tarde lluviosa de fin del estío, y vimos juntos una película bélica, de la Segunda Guerra Mundial. “Los cañones de Navarone”, me parece. O “Tobruk”, quizá.


(Artículo de Higinio del Río publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA de Oviedo 
el martes 11 de septiembre de 2018)


Nota:

(1)     El autor del libro, Pablo González-Pola, ha querido que fuera en la Casa Municipal de Cultura de Llanes donde tuviera lugar la primera presentación de su libro, editado por Dykinson, S. L.. El acto se celebró el lunes 13 de agosto de 2018.


Portada del libro de Pablo González-Pola de la Granja.
El autor de la biografía, a la izquierda,
junto a Fernando Díez-Alegría Frax
en la Casa Municipal de Cultura de Llanes,
el lunes 13 de agosto de 2018.
(Foto: H. del Río).
El teniente general Manuel Díez-Alegría, con Higinio del Río,
durante la entrevista que éste le hizo en Buelna, en 1983.

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