OPINIÓN
Luis
Ardines Avín fue uno de los 7.200 ex combatientes republicanos internados en el
lager que construyeron los nazis en
Austria. La mitad de ellos encontró allí la muerte. El profesor de la UNED Benito Bermejo
Sánchez, a quien conocimos en
2002 en un curso de la Universidad de Maryland en Llanes, viene ocupándose del
estudio de ese apartado de nuestra historia. Junto a su colega Sandra Checa, es
autor del “Memorial. Españoles deportados a los campos nazis (1940-1945)”. Descarnado
de literatura, este trabajo aporta un extenso listado de nombres, agrupados por
comunidades autónomas, y datos agregados que dan idea del itinerario seguido
por las víctimas desde la derrota de 1939: huida a Francia, internamiento en
arenales cercados con alambre de espino, invasión de la Wehrmacht, detención y
traslado a campos de concentración alemanes.
En el
informe de Bermejo y Checa figuran cinco llaniscos, sobre los que ha indagado a
posteriori José Luis Villaverde Amieva: Antonio Alonso Cueto, de Mestas de
Ardisana, Manuel Sordo Ardines, de Quintana, Emilio Valdajos Fernández, de
Llanes, José Llera Suero, de Barro, y el citado Luis Ardines, de Nueva. Sólo los
dos primeros consiguieron sobrevivir. José Llera, labrador, llegó a Mauthausen en
enero de 1941 y falleció diez meses después en el campo satélite de Gusen; Ardines,
jornalero, ingresó en el campo en noviembre del mismo año y murió en octubre de
1942; Emilio Valdajos, tipógrafo, llegó a Mauthausen en diciembre de 1940 y murió
en Gusen en junio de 1942.
El
nombre de Valdajos, en particular, despierta en mí recuerdos muy queridos. Me
retrotrae a la época de mi Bachillerato en Valladolid, becado en un internado. Eran
tiempos duros para un chaval de diez años lejos de casa, pero en ellos asomaba el
sol cada domingo cuando la peluquera llanisca Lola Valdajos Martínez y su
marido, Félix Gómez Rebollar, me llevaban a comer a su piso del Paseo de
Zorrilla. Me esperaba allí un cocido de garbanzos, una sobremesa con “Bonanza”
y, sobre todo, el calor de un hogar, en el que vivían también dos ancianos
entrañables, testigos y supervivientes de guerras y avatares: Florencio y Maruja
Valdajos Fernández, tíos carnales de Lola.
Florencio había trabajado en la imprenta de El Oriente de Asturias. Una corbata de luto ponía acento a su viudedad. Ameno conversador, rememoraba sus tiempos en Niembro, donde había vivido con su esposa, y me hablaba de casi todo, pero en su relato estaba ausente siempre el martirio de su hermano Emilio. Eso quedaba sólo para sus adentros.
(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el jueves 11 de julio de 2024).