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viernes, 31 de diciembre de 2021

LLANES: YA NADIE SE ACUERDA DEL HOTEL VICTORIA

 

Fachada del viejo Hotel Victoria.


OPINIÓN                                           

Algo se desmorona en Llanes


Los restos del glamuroso Hotel Victoria, entre la ruina y el olvido 



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

Era famoso por su esmerada cocina y por las tertulias que acogían sus salones, donde a menudo se promovían brillantes actos sociales y encuentros políticos. Entre ellos, quedó reflejada en los anales la multitudinaria cena organizada el viernes 24 de junio de 1932 en honor de Félix Fernández Vega, por su nombramiento como gobernador civil de Granada, a la que asistieron los prohombres locales de la nueva era republicana, como el comerciante Juan Antonio Pesquera, el médico Thaliny o el poeta Félix Pedregal. Aquel Hotel Victoria perdido en el tiempo compartía el glamur y el incesante bullicio de los hoteles berlineses de entreguerras, y a él acudían personalidades de todos los ámbitos, como el torero intelectual Ignacio Sánchez Mejías, amigo de Alberti y de García Lorca, la bailaora La Argentinita y el actor Rafael Rivelles, y allí almorzarían el ministro Fernando de los Ríos y José Antonio Primo de Rivera. 

Lo habían puesto en marcha a finales del siglo XIX Juan Martínez Garaña, antiguo emigrante en Cuba, y su esposa, Francisca Morán Villanueva (Quica). Inicialmente se ubicó en el número 21 de la Calle Nemesio Sobrino, frente a la finca de Labra y junto a la parada de las diligencias, y en los años 20, se trasladó al actual número 25 de la misma calle. El piso superior estaba destinado a las habitaciones del hotel, y la planta baja a comercio. Era una familia de larga tradición en el negocio de la hostelería y en el del transporte de viajeros. Los padres de Quica Morán, Griselda Villanueva y Manuel Morán, habían abierto en Puente Nuevo, alrededor de 1850, un establecimiento mixto de tienda, bar y fonda, y un hotel en Arenas de Cabrales. Una parte del clan familiar gestionaba también la línea de diligencias entre Llanes y Cabrales.

El “Victoria” vivió su época dorada en los 30. Contaba con sesenta y ocho habitaciones y con más de veinte huéspedes permanentes, entre ellos el juez, el arquitecto municipal, el farmacéutico, el secretario del Juzgado, el del Ayuntamiento, el practicante, el veterinario y varios profesores del Instituto de Enseñanza Media. El comedor, con capacidad para ciento cincuenta comensales, estaba siempre muy animado, tanto a la hora de las comidas como de las cenas. Cada 14 de abril se conmemoraba allí el aniversario de la Segunda República. En un amplio recibidor se extendían a la vista ejemplares del “ABC”, “El Sol”, “El Heraldo de Madrid” y otros periódicos y revistas ilustradas, junto a los paragüeros y al lado de una mesa de madera noble con varias escribanías, siempre dispuesta para los viajantes que llegaban en los trenes de Oviedo y Santander. Una docena de empleados hacía frente a aquel acompasado guirigay, propio de un relato de Vicki Baum: cocineras, camareras (que iban y venían a diario al Lavaderu, cargadas con bateas de ropa), botones y maleteros.

De repente, un día lluvioso de septiembre de 1937 aquel mundo tan rico en sensaciones y sonoridades se diluyó. Llegarían las represalias e incluso un fusilamiento (el de Ángel Martínez Morán, en Gijón), como consecuencia del compromiso político de la familia; los muebles fueron saqueados y repartidos; un escritorio y el tresillo de la sala de recepción iría a parar al Ayuntamiento, y el hotel se convirtió en sede de distintos organismos del nuevo régimen (delegación local de Prensa y Propaganda, Sección Femenina y Auxilio Social).

La familia Morán Villanueva había partido, precipitadamente, sin despedirse, unas horas antes de la entrada en la villa de las tropas de Franco y después de servir la cena a sus huéspedes, con el comedor lleno o casi lleno, como siempre. Subió a un camión en silencio, prácticamente con lo puesto y unas maletas, y en Ribadesella embarcó rumbo al exilio. 

(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el jueves 30 de diciembre de 2021). 



LLANES: LA ANTIGUA ESCUELA DE NIÑAS

Doña Solita

 


OPINIÓN                                           

Una escuela de niñas entre los ruidos del mundo


Historias de un edificio de Llanes que fue cárcel y Casa Consistorial 



HIGINIO DEL RÍO PÉREZ

Aquella escuela de niñas estaba incrustada en una encrucijada del casco histórico de Llanes. Una de las antiguas alumnas, la escritora María Luisa Castellanos (1892-1974), evocaría en su libro “Baluarte de gracia” el ambiente y la sonoridad del lugar: “Todos los ruidos del mundo parecían haberse concentrado en los alrededores de las clases: los golpes del Cajón de Donato al batir la suela; en la carpintería de Presa la sierra y el claveteo armaban demasiada bulla; el repique de las campanas parroquiales, los cohetes de alguna fiesta (…)”. El inmueble, levantado a mediados del siglo XVI en la calle Mayor, en el punto denominado “los Cuatro Cantones”, no llama mucho la atención. Es la sede de la Escudería Villa de Llanes y, probablemente, sólo los turistas avisados se fijan en la placa de la fachada, que nos recuerda su pasado: reconstruido en 1795, en la época del alcalde Blas Alejandro de Posada y Castillo (padre de José de Posada Herrera), fue cárcel y Consistorio. Tenía entonces dos pisos: en el superior albergaba las dependencias municipales, y en la planta baja, las celdas, “bastante sombrías e incómodas”, según recoge Martínez Marina (1754-1833) en su informe para el Diccionario geográfico-histórico de Asturias. 

Funcionó como Ayuntamiento hasta el último tercio del siglo XIX. En 1875, una vez que la administración municipal completó la mudanza al edificio que ocupa en la actualidad, el contratista Bonifacio Garro y Suárez recibió del alcalde Román Romano el encargo de reformar el viejo caserón para destinarlo a escuela de niñas. Garro, que construiría también la iglesia de Poo y varias escuelas en el concejo, añadió un piso y redistribuyó los espacios interiores. La primera planta sería la vivienda de la maestra, y en la segunda estarían las aulas. 

Pero no era la única escuela pública que había en la villa. En la calle Mayor, un poco más arriba, frente a la plaza de la Magdalena, estaba la escuela de niños, fundada a mediados del siglo XVIII por el clérigo y beneficiado de la Parroquia de Llanes Fernando Villar y Abariega y rodeada también de “ruidos del mundo” y tañidos de campanas, en la que habían aprendido las primeras letras el cardenal Inguanzo, el hacendista Cayetano Sánchez Bustillo (ministro con Alfonso XII y con Alfonso XIII) y el propio Posada Herrera. En 1928, los dos centros escolares cerrarían sus puertas y quedarían integrados en la escuela nacional mixta, inaugurada aquel año en la misma ubicación que tiene hoy el Colegio “Peña Tú” en la calle Celso Amieva. 

Antes y después de ese momento, la figura insigne de la escuela de niñas fue la maestra ovetense Soledad Mieres Pérez (1868-1944), esposa del secretario del Ayuntamiento, Tomás Estévez. Doña Solita, como la llamaban, católica, republicana y sanrocuda acérrima, ponía el alma en todo lo que hacía, especialmente a la hora de enseñar a las niñas de familias pobres. Como recordaba María Luisa Castellanos, “daba a la hija del más modesto marinero una explicación de Física, lo mismo que a la alumna de familia acomodada enseñaba a colocar un remiendo”. Cuando el agotamiento la apartó de su labor en 1935, fue sustituida durante tres meses por una muchacha recién titulada por la Escuela de Magisterio. La joven maestra se llamaba Dolores Medio, vivía en la propia casa de los Estévez-Mieres y mostraba aficiones literarias. Algunas veces, acompañada de doña Solita, asistía al novenario de San Roque y a mítines en el Benavente; otras, paseaba en soledad junto al mar, ajena a los tambores de guerra. En el Paseo de San Pedro alumbraría la idea de escribir su primera novela (“Mar y cielo”).  

(Artículo publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA el sábado 20 de noviembre de 2021). 

(Del proyecto de Bonifacio Garro para la reforma de la antigua Casa Consistorial de Llanes, 1875).