VISITA A LA TEJERA DE SAN MIGUEL EN 2009 |
Algunos les llamaron los hombres de barro. Ellos, los tejeros, se pusieron el nombre de tamargos. Nadie, salvo quien aprendió su jerga, sabía de qué hablaban. Porque eran campesinos, pobres e ignorantes. Pero eran listos. Tanto que lograron rescatar parte del castellano antiguo y también nociones del euskera para crear su propia jerga, a veces jugando con las sílabas, otras cambiando el orden y siempre creando un vocabulario rico y audaz que aún se conserva y se utiliza para describir o referirse a ciertas cuestiones en Llanes. Le llamaron “xíriga”. La única intención era que el patrón, o el “man”, como así se decía en su lengua creada, no comprendiera sus diálogos. Era, al fin y al cabo, su mecanismo de defensa ante un jefe que nunca les quitaba la vista de encima.
Cuenta Higinio del Río, ex director de la Casa de Cultura de Llanes y gran recuperador y defensor de esta jerga, que la xíriga es “una lengua especial” que aún siguen usando en lugares del Valle de San Jorge, en Ardisana, en Caldueñu… y que se cuela entre conversaciones coloquiales, muchas veces, sin saber que se hace referencia a un lenguaje inherente al concejo, que asienta en los tejeros gran parte de su pasado.
Del Río cree que la xíriga “rebasa el campo estrictamente
profesional, pues se extiende a otros elementos de la vida cotidiana”. Prueba de
ello fue la enriquecedora exposición que el ex director diseñó para el
equipamiento cultural de la villa, a la que acudieron más de cinco mil personas
durante este año y donde pudo comprobarse que hay parte del lenguaje
inevitablemente unido a la xíriga. Porque las palabras han sobrevivido a las
tejeras, y siguen usándose términos como “xagarda” (manzana), “uguíu” (pan) o “gorre”
(paisano).
Pero la xíriga fue mucho más de lo que hoy se habla,
porque en esencia fue “un mecanismo de autodefensa con vocación de abarcar
todos los escenarios de la vida cotidiana”, entre ellos, un “vocabulario
pesimista e irónico-humorístico” y en cierto modo “liberador”, pues el tejero vivía
“en un medio hostil” y su argot “vino a ser una compensación”, algo liberador,
a través del cual se pudo exteriorizar una falta de respeto hacia el enemigo.
Higinio del Río creyó en la xíriga tanto como para
invertir ingentes cantidades de horas en conservarla. Impulsó cursos
municipales que tuvieron gran éxito entre la población y así, poco a poco, fue
creando escuela al tiempo que trabajó para conservar la historia. Una historia
que habla de hambre, miseria y palizas.
Antonio Sampedro fue tejero y fue conciso al resumir la
vida de los temporeros del barro. Contó tiempo atrás, tal como recoge la
historiadora Fe Santoveña en su libro “Balada triste de los teyeros de Llanes”,
que así era el oficio de hacer tejas y ladrillos que sacaron adelante hombres
campesinos, pobres e ignorantes, en su mayoría del municipio de Llanes, aunque
también de Cabrales, Onís, Cangas de Onís y Ribadesella. Hubo otros tejeros que
apoyaron su sentencia y, alguno más, habla de que aquel fue un tiempo de
semiesclavitud.
Todo está en los libros. Desperdigada su historia por
documentos oficiales, y oficiosos. Sin darle, tal vez, la importancia que esta
generación tuvo para la economía y el paisanaje de la zona. Fueron 250 años de
viajes despidiéndose de esposas y madres (desde principios del siglo XVIII
hasta mediados del XX), que duraban de abril a septiembre y que se emprendían a
las tejeras del Norte de Castilla y del País Vasco hasta la llegada del otoño,
cuando retornaban a sus pueblos. Trabajos que duraban siete días a la semana,
desde la salida hasta la caída del sol, bajo las órdenes de un patrón cuya
única preocupación era sacar la producción adelante.
TEJEROS LLANISCOS EN MATALLANA DE TORÍO, LEÓN, EN LOS AÑOS 50 DEL PASADO SIGLO |